Colombia al fin se despertó. No me refiero al colombiano de a pie, el que a cada paso hace causa común con el venezolano también pedestre; con el que sufre en silencio o de viva voz el desastre que esta parodia de gobierno ha puesto en marcha y le ha transformado la vida en una pesadilla. No me refiero a ese colombiano porque ese sí se ha solidarizado de alma vida y corazón con sus hermanos de al lado, con el grueso-grueso de la población venezolana que está padeciendo el horror de las carencias diarias en el terreno de lo material, en el terreno de lo político y en el terreno de las libertades.

Me refiero a que al fin el gobierno de Colombia, encabezado por el propio presidente Juan Manuel Santos, ha decidido, a su manera, salir del absoluto silencio que se estableció como regla en los tres últimos años, durante el proceso de negociación de la paz con la insurgencia criminal de su país encaminado a establecer un modus vivendi con los narcoterroristas.  

El silencio tenía una explicación. El gobierno de Venezuela era clave para la “buena marcha” de ese proceso por la ascendencia que pudiera tener Nicolás Maduro sobre las autoridades cubanas, un componente crucial de las tratativas de La Habana. En apariencia, Venezuela apenas se sentaba en la mesa de negociación en calidad de “acompañante”, pero no se le escapa a nadie que una posición crítica de Colombia en torno al proceso de desinstitucionalización, que a todas luces se gestaba y avanzaba aceleradamente en el país contiguo con alto costo para su población, le pondría un pelo en la sopa a todo el proceso de paz al que Colombia le dedicaba toda su energía y atención. 

Así fue como las transgresiones a  los derechos humanos y la muerte de la democracia decretada al otro lado de la frontera del Arauca, todo aunado al colapso de la economía del país,si no producía indiferencia, al menos le ponía un bozal al gobierno de Santos.  La inteligencia colombiana no era ignorante del nivel de involucramiento de Cuba en los temas venezolanos ni tampoco de la connivencia de la guerrilla colombiana  con la narcotización del país vecino, pero era más fuerte el deseo de esa paz de cuño Santos y el objetivo de validarla con un destacado premio internacional que al fin el presidente obtuvo.

Ahora es difícil saber a cuál motivación obedece el posicionamiento oficial colombiano que recién comienza a marcar distancia del chavismo. Si se trata de que Colombia no debe, en sana ortodoxia política, desasociarse del grupo de países cuerdos y demócratas del Continente, los que sí han adelantado posiciones contundentes de desaprobación hacia las tropelías de Nicolás Maduro, o más bien se trata de que la puesta en marcha de los Acuerdos de La Habana está mostrando serias fisuras que comprometen un feliz final que pudiera producirse estrepitosamente una vez finalizado el mandato del actual gobierno colombiano.       

De cualquier manera, tal como reza el dicho criollo “enemigo que huye, puente de plata”. Nos queda a los venezolanos recibir por la puerta grande la recapitulación del gobierno de Juan Manuel Santos. Sí desearíamos ver una contundencia acorde con lo que está en juego del lado venezolano de la frontera.

¿Es eso demasiado pedir? No lo parece, a juzgar por las posiciones verticales y firmes de otros países de la región y del propio Secretario de la OEA, Luis Almagro, quien se las ha jugado todas por la democracia del vecindario.


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