Lo que hace y dice Jair Bolsonaro, el hombre que seguramente hoy se convertirá en presidente del Brasil, es grave. Por lo que trae de regresión. Pero las consignas, promesas de campaña, y acciones de futuro ofrecidas por la horda de alucinados que le acompañan, son por lo menos aterradoras. Ni siquiera ese equívoco de la historia llamado chavismo lucía tan deplorable y retrógrado cuando, allá por 1998, hizo su primera aparición electoral. 

La nueva mayoría parlamentaria elegida con Bolsonaro como portaviones está conformada, mayoritariamente, por militares. Y policías. De las 52 curules obtenidas en el nuevo parlamento brasileño por el Partido Social Liberal, la organización con mayor peso en  la nueva alianza ultraderechista, 23 son ocupadas por militares rudos e intelectualmente elementales. Rasos. El resto lo dominan pastores evangélicos y empresarios del campo. 

Por esa razón a la nueva  mayoría se le asocia con la “bancada BBB”. Que significa “bala, biblia y bueyes”. Bala, para acabar a tiros con la delincuencia sin las restricciones de la ley. Biblia, para  con el pretexto de los preceptos morales evangélicos frenar el avance de las tesis progresistas sobre diversidad sexual. Y bueyes, es decir, cultura rural tradicional, para defender con argumentos casi nazis los valores de la propiedad privada, la patria y la familia.

Sus propuestas no dejan dudas. Permitir que los policías maten sin ser castigados. Liberar el uso de armas a cualquier ciudadano para su legítima defensa. Poner en práctica la cadena perpetua y la castración de los violadores. Emprender una cruzada contra lo que llaman la ideología de género y los derechos de los homosexuales. Privatizar todas las empresas estatales. Adelantar la calificación de los movimientos sociales, los Sin Tierra y los Sin Techo, a la categoría de terroristas. Promulgar una nueva constitución que prohíba los partidos de izquierda. E, incluso, penalizar el apoyo público a los carnavales y la samba.

Quizá quien  mejor expresa el espíritu, la ideología y la estética de la nueva ultraderecha brasileña sea el sargento Fahur, el diputado que obtuvo mayor votación en el estado de Paraná. En un afiche proselitista el militar  aparece retratado mirando a cámara, desafiante, con sus grandes mostachos, exhibiendo una pistola de alto calibre en cada mano cruzadas sobre su pecho como un escudo. Su lema preferido fue: “Al vagabundo un golpe en el lomo y una bala en el culo”.

Aunque Bolsonaro ha hecho proselitismo metiendo miedo con Venezuela, sus posturas parecen un calco de los métodos militaristas y violentos del llamado socialismo del siglo XXI.  Casi repitiendo literalmente las palabras del teniente coronel Hugo Chávez en 1998, Marcio Labré, otro parlamentario del PSL, en uno de sus videos de campaña mira a cámara y afirma sin pudor: “Yo había pensado en tomar el poder por la fuerza, pero me convencí de dar una oportunidad más a la democracia en estas elecciones de 2018”. Y Eduardo Bolsonaro, el hijo del candidato, también diputado, ante la sugerencia de que su padre fuese inhabilitado por la justicia brasileña en una rueda de prensa declaró, cual Maduro, que “basta con enviar un soldado y un cabo para cerrar la Corte Suprema”. 

La esperanza es que Brasil cuenta con la institución suficiente para frenar el dislate. Lo curioso del caso es que hay venezolanos formados en democracia que, hartos como están del chavismo, celebran discretamente a Bolsonaro por su aversión a Lula y el PT sin entender la amenaza que el ex militar encarna para la democracia brasileña y el resto de la región latinoamericana. Y sin percatarse de que a escala regional la institucionalidad democrática está amenazada por igual por el renacimiento del autoritarismo militarista de ultraderecha y de ultraizquierda. Por los Maduro, los Ortega, los Jimmy Morales y los Bolsonaro. 

El nuevo asedio recuerda lo que le  ocurrió al gobierno de Rómulo Betancourt en la naciente democracia venezolana de la década de los sesenta del siglo XX. Una democracia que vivió acosada, de un lado, por los tentáculos de la dictadura de Trujillo, el militarismo institucional de derecha. Y, del otro, por los de la  Revolución cubana, el militarismo guerrillero de la izquierda marxista. 

Lo novedoso es que así como Bolsonaro reivindica la dictadura militar que sometió al Brasil entre 1964 y 1985, hay analistas venezolanos hasta hace poco defensores de la democracia que, por reacciones de odio mecánico a las izquierdas de la región, han comenzado a encontrarle virtudes a Pinochet por sus logros económicos y hasta sugieren entre líneas que si Bolsonaro lo hace bien con la economía brasileña, si no pierde su oportunidad, lo demás es un mal menor.   

Hay que recordarles lo que decía el historiador venezolano Manuel Caballero. Que nadie se libera de una pesadilla cambiando de monstruo. Que solo se sale de una pesadilla despertándose.


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