La bestia lanza el zarpazo en sus momentos finales. Con su zarpa hiere y mata; pero allí está, arrinconada, enloquecida en su feria de muerte, llevándose a los últimos que alcanza, antes de irse para siempre.

El régimen no puede perdurar chapoteando en un inmenso lago de sangre. Ni la calle insurrecta parece dispuesta a permitírselo. Maduro carece de “juego”: el último invento, el de la constituyente a la medida de sus urgencias, cayó en el hueco fétido del eje Orinoco-Apure, los gallineros verticales y la limpieza del Guaire. No puede maniobrar con soltura; el engaño que viene, el de otros países aliados suyos en el “diálogo”, no tiene combustible para volar.

El arrinconamiento lo ha logrado el descomunal arrojo que ha desplegado la República en las calles, en los esfuerzos de cada ciudadano, a un costo inenarrable en sacrificios y, en primer lugar, el de los caídos en ciudades y pueblos por la bestialidad homicida del madurismo.

Venezuela pareciera haber pasado del descontento a la protesta, de la protesta a la insurrección y de la insurrección a la voluntad irrenunciable de cambio.

La cuestión es que la lucha todavía no tiene una decisión. Después de tanta represión, el régimen no ha podido derrotar la insurgencia. Después de tanto sacrificio, la calle no ha logrado que el régimen se vaya. ¿Hay un equilibrio de fuerzas en el cual ninguno de los dos factores puede vencer? Creo que no. El régimen está devastado internamente y cada día que pasa hay más defecciones y deyecciones de su lado. La base cívico-militar se dispersa, huye o inicia huelga de brazos caídos, salvo la pandilla más represiva. Solo un grupo habla a favor del régimen: sus voceros no pasan de diez dirigentes o funcionarios nacionales y de algunos pocos gobernadores, más dos o tres (léase bien, dos o tres) jefes militares (no me refiero a los convidados de piedra, sino a los que hablan y se comprometen).

La decisión de este impasse está en la calle, en el repudio internacional y en los militares asqueados de tanta represión. ¿Qué forma adoptará la salida? Ojalá se avengan los restos del régimen a una salida negociada: dar a los que la adopten ciertas garantías para evitar la violencia suicida terminal. Luego, un gobierno de entendimiento nacional para recuperar la economía, rehabilitar el CNE y el TSJ, y más adelante realizar elecciones, en primer lugar las presidenciales, libres y limpias.

La indignación es río crecido. La libertad es su bandera. Rebasa el “manual de urbanidad de la protesta”; pero así ha sido siempre en la historia de los pueblos.


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