Cuando Fidel Castro optó por romper definitivamente con Estados Unidos y sumarse al bloque soviético, dos años después de la conquista del poder y el desalojo de la dictadura batistiana contando con el respaldo militar y el financiamiento de Estados Unidos, el riesgo que suponía verse amenazados por una base de lanzamientos de misiles con ojivas nucleares facilitadas por la Unión Soviética a pocas millas de La Florida fue zanjado rápidamente mediante los acuerdos alcanzados entre John F. Kennedy y Nikita Jruschov. La URSS no tocaría las bases militares norteamericanas en Turquía y Estados Unidos no metería su mano sobre la isla de Cuba. Fue un acuerdo típico de la Guerra Fría entre el Pacto de Varsovia y la OTAN. La bipolaridad aceptada y reconocida a nivel planetario garantizaba un orden mundial indiscutible. Las esferas de influencia eran religiosamente respetadas y dos cuerpos de policía global aseguraban el orden mundial.

Contrariamente a lo que la gran mayoría de analistas supusieran, la caída y desaparición de la Unión Soviética, lejos de asegurar el dominio imperial de Estados Unidos, les restó un aliado de primera importancia en el manejo y control del hemisferio rojo. Y al sobrecargarle sus hombros con la asignación del rol de policía global, los puso en el brete de tener que responder más allá de sus verdaderas capacidades y competencias. Como lo reconoce el pensador francés Pierre Henry Levy en un interesante análisis de política geoestratégica, la bipolaridad ha explotado en una casi incontrolable multipolaridad, que lejos de fortalecer a Estados Unidos le ha empujado a la más difícil y compleja situación de descontrol. Ya desde Obama, pero sobre todo desde la presidencia de Donald Trump, se enfrentan al peor ciclo de su decadencia. Que recién comienza, pero presagia una reordenación que hará saltar por los aires las viejas certidumbres.

Hoy por hoy, Occidente se encuentra profundamente minado por la inmigración del islamismo talibán que amenaza con desencajar el orden europeo; tienen poder de decisión, incluso militar, sobre amplias áreas de influencia países hace medio siglo prácticamente secundarios, como Turquía e Irán, y Rusia y China se han aliado en un reparto y control de áreas de influencias tan lejanas y ajenas a su tradicional política exterior, como el Caribe y América Latina. Israel sobrevive luchando en solitario y como gato de espaldas acorralado por la emergente potencia islámica. Que ya promete conquistar Italia para hacer del Vaticano corona del califato mundial.

¿Cómo entender, si no, la virtual parálisis de Estados Unidos ante la descarada intromisión de Cuba, Rusia, China, Siria e Irán en Venezuela? La famosa doctrina Monroe de América para los americanos ha saltado por los aires. Los americanos ni siquiera disponen de una embajada en el principal país del Caribe. Y rusos, chinos e iraníes pueden aterrizar sus bombarderos y transportes pesados a pocos kilómetros de Caracas o atracar sus barcos y submarinos en el principal puerto venezolano, sin encontrar el menor inconveniente.

La pérdida del control del Estado en todas sus instancias, pero sobre todo del manejo de las fuerzas armadas, por parte de la inmensa mayoría ciudadana venezolana, proclive a Occidente en 95% y fiel aliada del resto de las democracias latinoamericanas, Canadá, Estados Unidos y Europa, aunque pervertida y castrada en su esencia por hábitos de manipulación y compromisos populistas, demagógicos y politiqueros que la entregan atada de pies y manos a la crueldad y vesania del tirano, pone de manifiesto la inmensa pérdida de la principal reserva petrolífera del mundo, sus inmensas riquezas minerales y el saqueo virtual del país, prácticamente en manos de Turquía, Irán, Cuba, Rusia y China. La impotencia de Estado Unidos, a pesar de su monumental poder de fuego, la Quinta Flota y el control limítrofe de sus ejércitos, deja ver un hecho aterrador: los norteamericanos han perdido toda voluntad hegemónica, señal inconfundible de una irrecuperable decadencia. Y parecen preferir la negociación y el reparto que la imposición de sus valores y principios culturales y civilizatorios.

¿Pueden 100 soldados rusos y otros tantos militares chinos, pueden los miles de soldados cubanos asentados en territorio venezolano y las esquilmadas y deterioradas fuerzas armadas controladas por la tiranía enfrentarse con elementales posibilidades de éxito a la poderosísima Quinta Flora? La respuesta es tan obvia y de Perogrullo que más vale pasarla por alto. Mayor razón para la inquietud y la angustia: ¿Está el Estados Unidos de Donald Trump en capacidad de reafirmar su hegemonía mundial? ¿O ya transita por los sórdidos aledaños de la decadencia que hace un siglo Oswald Spengler anticipara del Occidente que ya había perdido la partida? Temo que ese sea el caso. La verborrea triunfalista del empresario inmobiliario no parece traducirse en hechos tan sencillos y notables como la “Furia Urgente”, esa admirable intervención y secuestro de Noriega por George Bush y la expulsión de los invasores cubanos y soviéticos de Granada.

Pobre Venezuela, Pompeya de finales del imperio. ¿Qué pensaría Simón Bolívar?

@sangarccs


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