Tal como afirmé en uno de mis artículos anteriores, en Venezuela han surgido dos matrices de opinión, una que acepta y otra que rechaza una posible intervención militar multilateral que ponga fin a la amenaza que la dictadura madurista representa para la estabilidad de la región. Además, expresé que esa acción militar no ocurre ni deja de ejecutarse porque los venezolanos lo pidan o lo rechacen. Ella tiene lugar, exclusivamente, si los gobiernos y los ciudadanos de los países involucrados en dicha intervención consideran que sus intereses nacionales se encuentran gravemente afectados por la acción u omisión de otro país o grupo de países, los cuales se convierten en el objetivo de la alianza militar establecida. Ese riesgo, de ser intervenido militarmente, se evita mediante el diseño de una prudente política exterior y de defensa que haga respetar los objetivos nacionales, pero, a su vez, valore y considere los intereses vitales de otros países para evitar entrar en conflictos que pongan en peligro la soberanía e integridad del territorio nacional.

La alianza militar constituida por Estados Unidos, Colombia y Brasil para enfrentar la desestabilización regional causada por el régimen madurista se ha ido transformando en una angustiante realidad. También, en anteriores artículos, expuse las razones por las cuales Estados Unidos y Colombia sienten que sus intereses vitales son amenazados por las acciones imprudentes de Nicolás Maduro y su camarilla. Ahora lo haré con Brasil. No hay duda de que la cercanía ideológica del régimen chavista-madurista con el Partido de los Trabajadores de ese país y la amistad entre Hugo Chávez y Lula da Silva mostraron una coincidencia de intereses políticos, económicos y militares entre Brasil y Venezuela, los cuales se expresaron en su respaldo al Foro de Sao Paulo y en los importantes contratos concedidos a empresas brasileñas durante los años de nuestro esplendor petrolero, que, lamentablemente, terminaron en ingentes pérdidas millonarias para nuestro país en medio de escandalosos casos de corrupción.

La destitución de la presidente Dilma Rousseff por el Congreso Nacional de su país, como consecuencia de la creciente crisis política brasileña y la prisión de Lula da Silva, líder fundamental del Partido de los Trabajadores, sentenciado, en segunda instancia, a 12 años de cárcel al vinculársele con los graves casos de corrupción de las empresas Odebrecht y Petrobras, facilitó el indiscutible triunfo de Jair Bolsonaro ante Fernando Haddad, y demostró la creciente debilidad del Partido de los Trabajadores. Este arrollador triunfo de un candidato claramente conservador, con importantes vinculaciones con la Fuerza Armada y admiración por las dictaduras militares de la década de los setenta, indica el cansancio del pueblo brasileño ante los escándalos de corrupción y la pérdida de fe en el destino del Brasil y su creciente liderazgo en la América Latina, al observar que se había perdido el esfuerzo logrado por el Brasil, en la década de los noventa, al considerársele, con razón, como una de las más importantes potencias emergentes del mundo.

El seguro y creciente enfrentamiento que surgirá entre los gobiernos de Brasil y Venezuela, apenas asuman Jair Bolsonaro la Presidencia de la República, y el general Hamilton Mourao la Vicepresidencia, se originará fundamentalmente en aspectos ideológicos al oponerse dos visiones diametralmente opuestas de la América y del mundo. Conocer el pensamiento del nuevo gobierno brasileño es de gran importancia para poder determinar el complicado y peligroso proceso conflictivo al que será sometido nuestro pueblo que, de no ser manejado con prudencia e inteligencia, puede conducir a Venezuela a una verdadera tragedia. Existe un importante documento de Jair Bolsonaro, dirigido a la Cumbre Conservadora de las Américas, organizada por uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, la cual congregó a representantes de una decena de países de la región y en la que se planteó el establecimiento de un tribunal para enjuiciar las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Jair Bolsonaro se comprometió en su mensaje a consolidar en América Latina “la nueva política que nació en los comicios de octubre pasado y sumar esfuerzos para combatir el comunismo en la región, impulsado por Cuba y seguido de cerca por Venezuela, Nicaragua y Bolivia”. Desde su cama, donde se recuperaba de unas heridas que sufrió como consecuencia de un atentado durante la campaña electoral, animó a las fuerzas conservadoras de América Latina “a no desistir, a no perder la esperanza y a mantener la llama de la libertad. Tenemos que combatir juntos los objetivos del Foro de Sao Paulo y librar una amplia lucha por la libertad, la democracia y el libre comercio. A partir del 1 de enero, al asumir el poder, no será el éxito o el fracaso de un mandato, sino el éxito o el fracaso del propio Brasil. Mi gobierno acompañará a otros países de la América Latina en la lucha para consolidar este proyecto político que permitirá el resurgimiento de la libertad, la democracia representativa, la dignidad del hombre y el libre comercio”.

Los venezolanos conocen el pensamiento de Nicolás Maduro, su firme defensa del Foro de Sao Paulo, del fidelismo, del comunismo, de la organización comunal y la hegemonía revolucionaria para impedir la alternancia republicana; así como su permanente enfrentamiento en contra de Estados Unidos, la democracia representativa y el libre comercio. Dos maneras de pensar tan diferentes, en gobiernos de países limítrofes, son causas suficientes para que se incrementen, con facilidad, las tensiones entre los dos países a niveles inmanejables. Ese enfrentamiento ya ha empezado. Las recientes declaraciones de Jair Bolsonaro, después de su reunión con John Bolton, principal asesor de seguridad del presidente Trump, tuvo como punto importante la situación de Venezuela. “Allí discutimos distintas medidas para hacer frente a la crisis en Venezuela mediante vías legales y pacíficas porque sentimos el reflejo de la dictadura instalada en Venezuela. Coincidí con Bolton en que la presencia de los 80.000 cubanos en ese país son un agravante a analizar a profundidad”.

El retiro de la invitación a Nicolás Maduro al acto de juramentación de Jair Bolsonaro incrementó aún más las tensiones existentes. Ojalá que la camarilla gobernante entienda la compleja realidad que enfrentará el gobierno madurista a partir del próximo 10 de enero. Es difícil predecir cómo evolucionarán los acontecimientos, pero no considerar la grave amenaza que significa una intervención militar multilateral, la cual incluya al Brasil, es un gravísimo error de apreciación. El equilibrio de fuerzas políticas, económicas y militares es tan favorable a la alianza constituida por Estados Unidos, Brasil y Colombia que sería una insensatez mantener, como lo hizo Vladimir Padrino, que es posible enfrentar con éxito a tan poderosa coalición de fuerzas militares. Sería menos costoso para Venezuela y para el propio Nicolás Maduro aceptar, en las conversaciones gobierno-oposición, una convocatoria a elecciones generales, con plenas garantías democráticas, en el menor tiempo posible para darle solución a la crisis política y económica venezolana.

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