Probablemente el país del continente con relaciones más convergentes con China sea Perú. Su situación geográfica no es la razón para que una interacción muy beneficiosa se haya instalado entre los dos países porque otros en la región podrían haber hecho otro tanto. Es una proactividad muy sostenida a lo largo del tiempo lo que ha convertido a estos dos países en socios muy privilegiados y constantes.

Solo el hecho de que Perú contrataba trabajadores no calificados en China desde la mitad del siglo XIX deja ver cuán lejos van las raíces de su relación en comparación con el resto de Latinoamérica.

Pero la antigüedad tampoco lo es todo. Es la consistencia de sus relaciones lo que los ha convertido en un binomio ganador. A la hora actual en Perú han encontrado asiento casi millón y medio de chinos o descendientes de chinos cantoneses y estos se dedican tanto al comercio como a la conducción de restaurantes y de negocios de comida china. La cocina regional se ha fusionado con la peruana, trayendo como resultado lo que se conoce como “chifa” un conjunto muy numeroso de establecimientos que hoy ya son parte de los gustos culinarios de los peruanos y de su gastronomía tanto popular como sofisticada.

Todo lo anterior está en la base de la relación entre los dos países y ha creado un entramado cultural indefinible y sui géneris que hace parte de la evolución peruana.

Pero hay otro elemento que ha contribuido netamente a la disposición del gobierno chino y de sus empresas a relacionarse positivamente con el distante país peruano y tiene que ver con el hecho de que el gobierno peruano fue una pieza clave del ingreso de China a las Nacionales Unidas a inicios de la década de los setenta. En 1971 ambos países juraron el respeto a sus respectivas soberanías y al principio de la no intervención, y Perú reconoció al gobierno de la República Popular China como único representante legal del pueblo chino. De entonces data un gesto que marca en lo sucesivo una disposición a la cooperación a pesar de la notoria diferencia en talla de los dos lados de la ecuación.

Este respeto mutuo se ha mantenido a lo largo de los años y, de lado y lado, es considerado un piso sólido para el desarrollo de relaciones.

En lo económico también la relación ha sido privilegiada. De hecho, hoy el primer destino de las ventas externas peruanas son los puertos chinos, y ello comenzó a raíz del boom exportador peruano desde el cual la harina de pescado se volvió el principal rubro del comercio binacional. La balanza comercial actual se encuentra casi equilibrada a pesar de que el cobre, principal producto de intercambio de Perú ve sus precios muy deprimidos. Las ventas del país latinoamericano al país asiático han crecido 75% en los últimos 6 años para superar casi ampliamente los 9.000 millones de dólares hoy por hoy. Casi la misma cifra les compraron los peruanos a los chinos en 2016.

Buena parte de ese éxito se ha conseguido luego de dos importantes hitos comerciales: la membrecía activa de ambos países del foro APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y la puesta en ejecución en 2010 de un Tratado de Libre Comercio que ha impulsado cuantitativamente sus intercambios.

En donde la robustez de la relación aún no se manifiesta con cifras importantes es en la inversión china en Perú –sobrepasa apenas los 14.000 millones de dólares–, pero para ello acaban de poner en marcha un plan de acción intergubernamental conjunta para la cooperación entre 2016 y 2021.


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