Escribir sobre Bárbaro Rivas es siempre un reto. Más todavía cuando la vida y obra del personaje nos plantea la necesidad de decir algo nuevo y diferente de lo que hasta ahora se conoce y se ha escrito. Ese fue el desafío que tuve, y que pude superar con dignidad, cuando redacté su biografía para la Biblioteca Biográfica Venezolana (volumen 131), patrocinada por el diario El Nacional y la Fundación Bancaribe.

Pero como siempre ocurre al acercarnos con respeto y admiración a un personaje compenetrado con el misticismo, tal es el caso de Bárbaro, el camino se me iluminó al releer el epílogo del trabajo que ocupó mis afanes por más de seis meses.

Allí decía que lo que más asombra de Rivas es el hecho de que, sin formación académica alguna, desde su analfabetismo, haya logrado realizar una obra pictórica que se inserta perfectamente dentro de la modernidad de nuestras artes plásticas, con un hilo conductor que lo conecta al viejo mundo, como heredero directo del arte paleocristiano (arte cristiano primitivo  hasta el siglo VI), y lo regresa a nuestra especificidad cultural latinoamericana claramente antecedida por el arte colonial de estas tierras.

¿Cómo explicar entonces ese afortunado milagro, prodigio o como se lo quiera llamar?

En la doctrina católica podría recurrirse al concepto de la “gracia”, esto es, el favor o don sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de la salvación. Eso sería suficiente para esclarecer y entender la cualidad pictórica del singular artista, cuya obra estuvo siempre impregnada de una intensa espiritualidad que se expresaba a través de la amplia escala de la simbología cristiana.      

Curiosamente, sin embargo, en otra vertiente, específicamente en la espiritualidad y la filosofía oriental más antigua, también podemos hallar respuestas a la pregunta que anteriormente nos formulamos. Allí, entre el siglo VI a. de C. y el año 139 a. de C., nos encontramos con las figuras de filósofos, místicos y poetas (Lao Tse, autor del Tao Te King; Chuang-Tzu y los Maestros del Huainan) cuyas doctrinas y enseñanzas están recogidas en el Wen-tzu, texto fundamental que abarca toda la gama del pensamiento y de la práctica taoísta. Todos ellos nos arrojan luces que ratifican y esclarecen la maravillosa personalidad y creación del petareño.

Aunque calificados estudiosos han resaltado que el taoísmo está enfrentado a la razón común, puesto que penetra en un mundo que exige el abandono de ciertas certezas, no es poca cosa que dos humanistas cimeros de este lar latinoamericano se sintieran atraídos por ese catecismo. Nos estamos refiriendo a Jorge Luis Borges y Octavio Paz.

En un artículo que fue publicado en la revista Sur, en agosto de 1940, el escritor argentino dijo: “El remoto Chuang-Tzu (…) está más cerca de nosotros, de mí, que los protagonistas del neotomismo y del materialismo dialéctico. Los problemas que trata son los elementales, los esenciales, los que inspiraron la gloriosa especulación de los hombres de las ciudades jónicas y de Elea”.

Por su parte, el mexicano Premio Nóbel de Literatura 1990, dedicó un ensayo al mismo personaje taoísta en el que resalta lo siguiente: “Creo que Chuang-Tzu no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras”.

Con tan categóricos avales, vemos justificado nuestro empeño por encontrar respuestas y explicaciones adicionales al milagro encarnado en el insignificante albañil de Petare, de piel curtida, baja estatura, poblada barba salpicada de canas y mirada encendida por tormentos interiores que luego se transmutó en pintor místico.

La clave de esta nueva búsqueda la hallamos precisamente en el “no saber” de Bárbaro. Esa condición o situación especial la dejé ver en mi estudio biográfico del artista al señalar lo que fue: “Hijo bastardo, analfabeta total, alcohólico contumaz, pobre hasta la indigencia, amigo de gente de mal vivir y perseguido siempre por el infortunio”.

Por lo tanto, lo primero que tenemos que destacar es la circunstancia de que el taoísmo, a través de la filosofía de Chuang-Tzu, resalta la parcialidad de todo pensamiento, así como la relatividad de todas las cosas, y ello sucede cuando este autor señala: “La palabra no está hecha sólo de aire,/ la palabra tiene un decir,/ pero lo que dice no es nunca fijo./ ¿En verdad existen las palabras?/ ¿En verdad se diferencian del piar de un pájaro?”. En otra sección de sus escritos, el mismo autor nos manifiesta: “¿Cómo puedo yo saber/ que lo que se llama conocimiento/ no es ignorancia,/ que lo que se llama ignorancia/ no es conocimiento?”. Luego, con particular aliento místico, expresa: “Allá donde el conocimiento/ y los sentidos se detienen,/ el espíritu es el que actúa”.

También Lao Tse se confronta a la razón común cuando se expresa así: “Cuanto más lejos alcanza el conocimiento, menos conocimiento es”. Ese, curiosamente, es el mismo planteamiento que hace el ateniense Sócrates (470-399 a. de C) cuando formula el célebre: “Sólo sé que nada sé”. La paradoja es pues inevitable: mientras más sabemos y conocemos adquirimos mayor consciencia de la inmensidad de lo que ignoramos. El saber no tiene límites. Sin embargo, el autor del Tao Te King no se queda allí. Ahonda en el asunto cuando señala: “Los intelectuales quedan bloqueados a causa de su conocimiento; pueden utilizar el conocimiento para conocer, pero son incapaces de utilizarlo para no conocer”.

Irremediablemente, para la mente occidental, la sensación que deja el Tao es la de una óptica profundamente anti-intelectual y esa percepción queda plenamente justificada al leer el siguiente pasaje del Tao Te King: “Los antiguos que sabían gobernar según el Tao no lo hacían instruyendo al pueblo sino manteniéndolo en la ignorancia”. Pero es precisamente la consideración del “saber como un mal” lo que le transmite a este texto un sentido muy diferente al que parece tener. Veamos esto con más detenimiento.

Según el escritor y filósofo chileno Gastón Soublette, para el taoísmo hay diferencias sustanciales entre saber y sabiduría. Los animales –señala ese autor- carecen del saber, pero tienen sabiduría, vale decir, su mente está espontáneamente orientada hacia lo que hace posible la plenitud de un individuo de su especie; así la sabiduría del animal que va más allá del automatismo instintivo, colma el modelo de su especie. A continuación, Soublette agrega lo siguiente:

“El hombre, en cambio (…) reemplaza la pérdida de esa virtud del Tao por el saber y la moral, de ahí que el saber, impuesto a una comunidad que originalmente tiene virtudes nativas inherentes a la simple calidad humana de sus integrantes, la despoja de esas virtudes a la manera de un saqueo”.

Según Chuang-Tzu, eso ocurrió después de los felices reinados de soberanos santos como Ho Su, cuando los sabios con sus nuevas doctrinas confundieron a los hombres; en aquel tiempo vinieron ellos (los sabios) e instruyeron al pueblo para que, con ceremonia, se inclinaran y encorvaran con el propósito de mantenerlos sometidos. El pueblo comenzó a esforzarse y a desarrollar un ansia de conocimiento y a luchar entre sí en procura de beneficios, para los cuales no existe límite.

Se explica así que Lao Tse resalte de modo particular que: “Saber que uno no sabe/ eso es sabiduría./ Creer que uno sabe cuando no sabe/ eso es una enfermedad”.

Bárbaro tuvo plena consciencia de su ignorancia pero no sabía que su condición contribuía a que ese conocimiento se transmutara en sabiduría elemental (o sea, sabiduría al fin). Es de ese modo como se elucida que su arte, impregnado de todo el simbolismo cristiano, cautive por igual al crítico más exigente y al más humilde espectador. Entonces, porque transmitió tanto el mensaje de Dios a los demás, tanto más recibe para sí de sus innumerables seguidores y devotos.

Lo antes expuesto reivindica la parte del epílogo del Tao Te King, donde se nos recuerda lo más relevante que allí se ha dicho sobre el Sabio y el camino al Cielo: “El camino al Cielo beneficia sin dañar./ El camino del Sabio se realiza sin esfuerzos”.

Ese fue precisamente el curso que, desde el no saber, siempre anduvo Bárbaro Rivas, el más grande pintor ingenuo de América y que hoy es honrado en esta IX Bienal de Arte Popular que lleva su nombre.

(Este texto fue escrito para el catálogo de IX Bienal de Arte Popular Bárbaro Rivas que actualmente se presenta en el Museo de Arte Popular Bárbaro Rivas, en el casco histórico de Petare)


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