El tema de la ayuda humanitaria se ha convertido en el epicentro de un movimiento popular e internacional, que pondrá nuevamente en evidencia a la camarilla usurpadora en nuestro país.

El mundo democrático ha comprendido claramente la naturaleza autoritaria del régimen y ha valorado en toda su dimensión la magnitud de la tragedia producida por la corrupción y la ineptitud de la alianza cívico militar, de inspiración marxista, que se apoderó ilegítimamente del poder.

Esta tragedia no es de ayer. No comenzó, como lo quiere hacer ver la propaganda oficial, con la imposición de sanciones económicas al país, que por cierto comenzaron este año 2019. Anteriormente hubo sanciones puntuales a funcionarios civiles y militares, investigados por corrupción y violación de los derechos humanos.

La tragedia se puso de manifiesto a partir de 2013, cuando la inflación y la escasez fue tomando cuerpo, cuando los hospitales empezaron a colapsar por la ausencia de medicamentos, insumos, equipos y personal calificado. Fue de tal magnitud el impacto del daño socioeconómico, que la emigración de nuestros compatriotas se convirtió en un tsunami que afectó progresivamente a toda la región latinoamericana, llegando sus efectos a Estados Unidos y Europa.

Es entonces cuando el problema se convierte en un asunto de interés mundial. Diversos gobiernos, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales mostraron su preocupación y su disposición a cooperar para paliar la crisis.

El planteamiento de la sociedad democrática venezolana de organizar un canal humanitario para obtener alimentos y medicinas fue visto con simpatía desde diversos sectores de una comunidad internacional, cada vez más interesada en comprender la naturaleza y magnitud de nuestra desgracia. En tanto, era y es negada y rechazada desde el cenáculo de la revolución.

Los voceros de la barbarie roja en diversos escenarios nacionales e internacionales negaban la existencia de la tragedia. Inventaban cualquier excusa baladí para ocultar la realidad. Pero ella es tan ostensible que saltaba a la vista de todos, de mil y una formas.

Con ocasión de la usurpación formal del poder, a partir del 10 de enero de 2019, por parte de Nicolas Maduro y su entorno, la declaratoria de tal usurpación por parte de la Asamblea Nacional y la asunción del presidente del cuerpo, el diputado Juan Guaidó, como presidente interino, de conformidad con lo pautado en el artículo 233 de la Constitución, la situación ha dado un giro total; hasta el punto de que el tema de la ayuda humanitaria se ha convertido en un eje esencial en la lucha de la nación venezolana, con el apoyo de la comunidad internacional, contra la grosera soberbia de la dictadura.

Somos conscientes de que la ayuda humanitaria es eso, una ayuda para paliar la crisis en algunos sectores sociales. Ella no es la solución a nuestra tragedia humanitaria. La misma solo puede ser superada, rescatando la democracia e impulsando a las fuerzas motrices de nuestra sociedad, para generar la riqueza que ha de superar la miseria, creada por el fracasado modelo del “socialismo del siglo XXI”.

Maduro y su camarilla han pretendido descalificar de diversas formas y con argumentos insostenibles este aporte de la comunidad internacional y de nuestra propia diáspora. Han dicho que con levantar el “bloqueo” y las sanciones podrían superar la crisis. Falso de toda falsedad.

El país sabe que manejando la más colosal riqueza de que tenga memoria un país en este continente, el chavismo derrochó y se robó esa riqueza, y condujo a nuestra patria a esta situación. La escasez de alimentos y medicinas no es reciente. Las colas para adquirirlos no comenzaron ayer. Tenemos varios años en ese calvario. La camarilla gobernante ha podido producirlos aquí e importarlos de diversos países, tal como lo hicieron en el periodo de 2006 a 20012. No se producen aquí porque el modelo estatista e importador arruinó la producción nacional. No se importan porque los dólares fueron saqueados por el “alto mando político y militar de la revolución” y sus entornos.

Los pocos recursos retenidos ahora, por las recientes sanciones económicas, no resuelven esta tragedia.

Es menester la salida de los espacios del poder de la camarilla usurpadora para poder iniciar un plan de recuperación del país.

El 23 de febrero es la fecha fijada por el presidente Guaidó para el ingreso de la ayuda humanitaria. Si la dictadura desata su agenda de represión, intolerancia y violencia para impedir su ingreso, el mundo podrá apreciar, una vez más, que no hay forma de lograr un comportamiento decente de parte de esos personajes.

Si la ayuda humanitaria logra ingresar sin mayores dificultades al territorio nacional, se habrá obtenido un logro significativo para nuestra ciudadanía, que en algunas áreas y sectores podrán paliar en algo algunas necesidades.

Pero fundamentalmente se habrá obtenido un gran logro político, fruto de la movilización popular y de la presión de la comunidad internacional.

A esta hora, en la que escribo mi columna semanal, lunes 18 de febrero a las 9:00 de la mañana, no me hago muchas ilusiones respecto a un comportamiento medianamente racional y decente de la camarilla roja. Su forma de pensar y actuar los va a inclinar más al sabotaje de esa ayuda, a la promoción de la violencia, y a la aplicación de la represión que a cualquier otro comportamiento. Dios quiera y me equivoque, pero es la forma como sistemáticamente han respondido cuando la soberbia y la ambición del poder los ha colocado a prueba.

Más allá del comportamiento de la “alianza cívico militar”, usurpadora del poder, el 23 de febrero de 2019 quedará marcada como una fecha clave en el proceso de lucha para el rescate de la democracia y la dignidad de nuestro pueblo.


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