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Una palabra entonces, una sonrisa bastan” (Pablo Neruda)

Cada cual es libre de hacer lo que quiera. Vaya esta obviedad por delante de lo que viene a continuación. No es agradable lo que vemos a diario en la calle. Resulta inquietante la exagerada adicción de algunos viandantes a los dispositivos electrónicos. Se ha convertido en una escena habitual cruzarse con un tipo que gesticula y parece hablar solo. Hoy también es normal contemplar a una jovencita caminando guiada por ese juguete luminoso como si fuese su GPS (perdone la aliteración). La verdad es que a este paso nos vamos todos al carajo. Por poner un ejemplo de cómo está la situación, diré que el domingo 14 de abril hubo una caída de tres de las plataformas sociales con mayor tráfico en la red: WhatsApp, Facebook e Instagram. El fallo duró aproximadamente unas dos horas en varios países de Europa. Dos horas fueron tiempo suficiente para alterar el ánimo de la comunidad de usuarios adictos a esta epidemia descontrolada de vivir la vida frenética al toque de un par de dedos.

Los informativos de televisión preguntaban a los transeúntes qué opinaban del fallo de esas plataformas y vimos a gente muy enfadada, y por extraño que parezca, vimos a jovencitos indignados.

Piense el lector durante solo un minuto lo que supone para algunos americanos del otro lado del océano Atlántico sobrevivir a períodos de 48 horas sin electricidad ni agua.

Estamos perdiendo las buenas costumbres y estamos perdiendo el sentido. Todo ocurre a la velocidad de la luz, nunca mejor dicho. Las redes sociales, los smartphones y las comunicaciones telefónicas no son más importantes que el sonido de la calle (ruido, si lo prefiere) ni tampoco precisan más atención que la vida en directo.

Leo en la prensa española que un jugador de la NBA fue grabado por una cámara durante un partido de baloncesto pendiente de su teléfono. El deportista estadounidense Amir Johnson, sentado en el banquillo, se pasó un buen rato con la cabeza baja mirando la pantalla del aparato a pesar de que las cosas no iban bien para su equipo. A su lado, otro jugador con quien compartía el dispositivo electrónico justificaba la distracción de su compañero por la preocupación que tenía sobre la salud de su hija enferma (“Multan a un jugador de Philadelphia 76ers por tirarse todo el partido mirando el móvil”.20minutos, 14.04.19).

La actitud de un deportista profesional tendría que parecerse poco a la de una persona ausente en medio de su trabajo, aunque ocupe el banquillo. A todos los jugadores de un equipo se les supone un compromiso de lealtad e interés por la competición deportiva. Precisamente en esa ocasión, que se trataba de una eliminatoria, el resultado importaba. Ante una situación familiar delicada, cualquiera debe evitar abstraerse de la realidad de esa manera. Debería haber pedido permiso para acompañar a su hija.  

Desgraciadamente, la tendencia actual de la sociedad apunta a hacernos creer que es posible estar en más de un sitio a la vez, pero no es así. Estar ausente es peor que no estar.


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