La escritora venezolana Laura Cracco (Barquisimeto, 1960) no necesita presentación en el ámbito de las letras venezolanas; pues el lector de poesía y narrativa, medianamente avisado, conoce su nada desdeñable aporte al panorama de nuestra literatura nacional desde sus bienaventurados libros de poesía, míticos ya, memorables siempre, inolvidables, Mustia memoria (1985), Diario de una momia (1989), Safari Club (1993).

El libro se inicia con un epígrafe de Sófocles y está merecidamente dedicado in memoriam de nuestro valeroso héroe civil Franklin Brito, quien con solo tres palabras, “solo quiero justicia”, conmocionó al mundo durante una larga y penosa huelga de hambre que finalmente lo condujo a la autoinmolación por inanición ante un Estado despótico y totalitario que lo despojó injustamente de sus tierras de labriego.

Aunque etariamente Laura y yo pertenecemos a una misma generación no deja de sorprenderme la impresionante cercanía de su prosa narrativa a una distinguida familia clasicista dentro del abigarrado árbol genealógico de la cuentística latinoamericana del siglo XX y XXI.

Medio centenar de relatos de lacónica extensión, a lo sumo una página y media o dos máximo, conforman esta brillante antología de relatos cuyo eje temático transversalizador e identificatorio es el ojo y su mirada. Así como el heautontimorumenos de Baudelaire, donde la herida y el puñal son una y el mismo, en El ojo del mandril, de Laura Cracco, “el ojo es mudo, nada puede decir, nada puede hacer sino ser un ojo, único, solitario prisionero encierra la visión”.

La prosa narrativa de Cracco exhibe una hermosa tersura sintáctica y una inusual economía de lenguaje que la coloca a la altura de Augusto Monterroso –mutatis mutandis– distancias de rigor de por medio. Con este tipo de discurso literario no hay que escatimar encomios; altamente laudable es este universo ficcional de nuestra escritora venezolana, actualmente residenciada en España. El lector que lee con rigurosa fruición estas deslumbrantes páginas de auténtica ficción narrativa, no se pueden leer estos relatos de otro modo, queda tocado por un halo de gratitud a los poderes ficcionales de Cracco.

El relato titulado “Tierna traición” atrapa la atención del lector por sus múltiples aciertos en el despliegue de su trama anecdótica. Pero no es solo este relato. “Allison” es otro que se teje en la red virtual, específicamente en la ubicuidad de Facebook y que exhibe una profunda indagación psicológica del personaje que otorga sentido de verosimilitud al relato. Ningún cuento deja indiferente al lector; cada uno en su punto y a su manera te engancha y te sugiere aristas significativas de universos sustantivos de la vida de este lado del mundo; de este lado de lo real. Mucha fascinación en estos relatos de este compendio antológico, pero también no pocos logros y aciertos propositivos, tales como esas novedosas miradas literarias sobre la contemplación de un cuadro de Munch por ejemplo, o las reverberaciones imaginarias de una irreverente y heterodoxa frase de Francis Bacon.

Leo con insistencia singular el texto titulado “El general que leía poemas” y me acrecienta la admiración hacia esa peculiar capacidad taumatúrgica de la escritora. No solo la certera y diáfana tematización del anecdotario que atraviesa la cincuentena de inquietantes y hermosos relatos, es también y especialmente el uso magistral del lenguaje, la pulcritud en el empleo de los adjetivos, el carácter transgenérico del discurso es un rasgo distintivo que llama poderosamente la atención del lector. Enhorabuena adviene a la superficie de nuestro panorama literario este munífico ramillete de magnificencias ficcionales que Laura Cracco coloca ante el ojo del lector que habita este lúgubre tiempo de “revolución” y desolación que se abate sobre Venezuela.


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