Al momento de comenzar a escribir estas líneas cunden en mí sentimientos de diversa índole: perplejidad, rabia, desazón, asombro, confusión y un desmesurado deseo que los que mal gobiernan este país se vayan para siempre y la convicción íntima de que hemos llegado a una terrible encrucijada existencial: ellos o nosotros.

El país en que vivimos, por efectos de los continuos desaciertos de  la dictadura gobernante, ha sido sumergido en la miseria, la involución, el desencanto, la desesperanza y ha perdido el futuro; un país que se desintegra a ojos vista y acelera su alejamiento de lo que era para convertirse en otro: indeseable, inconveniente y con un rumbo marcado y dirigido por la improvisación, incoherencia y perversos objetivos que presagian males mayores a todos los ciudadanos.

El régimen anuncia medidas contradictorias, ambiguas, incoherentes e insostenibles que se adoptarían progresivamente a partir del 20 de agosto. Ampliación ad infinitum del déficit fiscal, más emisión inorgánica de medios de pago, incremento exponencial del desempleo, cierre de las pocas empresas privadas que aún subsisten, carencias, caros y malos servicios públicos , una indetenible hiperinflación, más desconfianza y mayor deterioro económico son algunas de las consecuencias que podemos visualizar, con la información disponible hasta ahora, de las referidas medidas.

Se hace evidente el desespero del gobierno que ve aproximarse, sin pausa, su colapso definitivo y consecuente caída y por ello está tratando de alejar  lo más que le sea posible tal desenlace, sin detenerse a evaluar cómo sus acciones destruirían las pocas alternativas que quedan para reconducir acertadamente al país.

Ahora sería conveniente reflexionar sobre las preguntas cruciales que todos debemos hacernos: ¿estamos dispuestos a luchar denodadamente para impedir estas locuras gubernamentales? ¿Estamos dispuestos a permitir, una vez más, que el régimen haga con el país y sus ciudadanos lo que le venga en gana? ¿Estamos dispuestos a dejar de lado los odios ideológicos, los recelos y el miedo, y trabajar en la construcción de un nuevo consenso social de aceptación y reconocimiento del disenso, promoviendo la comprensión mutua, la tolerancia y el  respeto entre los opositores? ¿Estamos dispuestos a exigir y a exigirnos la cabal comprensión de la que ha sido tan grande y dolorosa conmoción social, causada y por causar, por este proceder gubernamental que hace imposible que pueda hallarse cualquier salida racional mientras que los responsables de tales circunstancias permanezcan en el poder?

De un gobierno como este nada podemos esperar para enfrentar adecuadamente los problemas planteados y  las nefastas consecuencias de su errático andar en la conducción del país. No es posible pensar en el avance de un proceso de desarrollo sustentable cuando no se reconoce la diversidad política y el inalienable derecho de la sociedad a oponerse y disentir sobre las acciones del régimen.

El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un régimen y de un modelo sociopolítico estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga, acosa, y que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle “músculo“ político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades para ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.


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