Hay múltiples proposiciones para reformar el Fondo Monetario internacional, aumentar sus fondos y crear nuevas agencias internacionales para guiar a los mercados financieros globales. Pero como ya lo dijeron George Schultz, William Simon y Walter Wriston: “El FMI es incompetente, innecesario y obsoleto. Una vez finalizada la crisis de Asia, debe abolirse”. La realidad es que la planificación central no funciona mejor en el ámbito global que en el nacional.

El FMI fue fundado en Bretton Woods, en 1944, con el único propósito de supervisar el funcionamiento del sistema de cambios fijos, también establecido en la misma conferencia. Este sistema colapsó el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente Nixon, como parte de un paquete económico, suspendió el compromiso de Estados Unidos, acordado en Bretton Woods, de comprar y vender oro a 35 dólares la onza. El FMI perdió entonces su razón de ser y ha debido clausurarse.

Pero pocas  cosas son tan permanentes como las agencias gubernamentales. El FMI, atestado de dinero, buscó y encontró una nueva función: convertirse en asesor económico para países con problemas, algo inusual porque en lugar de cobrar por la asesoría daba dinero, lo cual escondía fines políticos y geopolíticos de las potencias con mayor poder de voto en el directorio. Consiguió muchos clientes, aunque sus consejos no siempre eran y no son buenos, y aun si lo eran, no siempre los seguían. Sin embargo, su existencia motivó a país tras país a continuar políticas insensatas e insostenibles, por mucho más tiempo del que hubieran podido mantenerlas, hecho que generalmente conducía a mayor inestabilidad como fueron los casos de Rusia y la crisis mexicana de 1994-1995, cuando decían que México fue rescatado, en lugar de comentar que fueron los bancos prestamistas los rescatados, pues había prestado miles de millones de dólares que el país no podía pagar. La recesión interna luego del presunto rescate fue larga y profunda, dejó a los mexicanos comunes y corrientes confrontando precios más altos por bienes y servicios, a la vez que tenían ingresos dramáticamente más bajos. Eso sigue siendo así hoy.

En la actual crisis venezolana muchos proponen un “rescate” del FMI por montos que van de 50.000 millones a 100.000 millones de dólares, que supuestamente se utilizarían en gran parte para “sostener” un tipo de cambio fijo  al dólar (pegged rate of exchange), lo cual implicaría que, según mi conocimiento de la conducta financiera del venezolano y de la economía venezolana, a las pocas semanas o meses se agotaría tal sostenimiento y el país quedaría más endeudado y con una crisis más profunda en perjuicio de los venezolanos. Esto es una insensatez. La dinámica para superar los problemas económicos actuales debe surgir del interior de la economía.

Sobre todo, observar que la economía no petrolera a duras penas genera divisas para financiar sus necesidades de importación, a causa de una industrialización fundamentada en la sustitución de importaciones de bienes finales, pero que generó un caudal de importaciones de materias primas las más de las veces insostenibles para el monto de las divisas provenientes de las exportaciones petroleras ante otras obligaciones y utilización de las susodichas divisas, como servicio elevado de la deuda externa, fuga de capitales, corrupción etc.

Se sabe que la crisis actual no es el resultado de fallas del mercado, sino de la intervención gubernamental, tratando de sustituir el mercado internamente con todo tipo de controles, préstamos, subsidios, impuestos, fiscalizaciones punitivas y demás impedimentos. No necesitamos más gasto de dinero de endeudamientos externos sin tener que dar cuentas a nadie. Más bien es preciso que el gobierno nacional se aparte, eliminando todos los controles, y permita el funcionamiento del mercado, único mecanismo capaz de crear en el sistema económico la indispensable armonía, que comienza por la flotación del tipo de cambio hasta donde lo indique el movimiento de la economía y el comportamiento racional de los venezolanos para afrontar estas vicisitudes, en lugar de “sostener”, esto es, evitar costosamente, mediante deuda externa con el FMI, que suba un pretendido tipo de cambio fijo establecido artificialmente. Que el mercado resuelva es lo mejor, como ha sido cuando menos desde Tales de Mileto.


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