Foto Alfredo Cedeño

Los amigos son una telaraña de resistencia increíble, pese a los huecos que se van abriendo cuando se rompe alguna de sus hebras. Es una larga madeja de hilos rotos: Miriam Mireles, Mikel de Viana, Alejandro Moreno, Álvaro González, son una pequeña muestra de ellos. Sin embargo, para mi fortuna, permanece una red que se afirma y hace más sólida con los años, me ocurre con el querido flaco José Gregorio Palacios, ahora pateando las avenidas de Chile, o la no menos querida Raquel Cohén, ni hablar de la muy amada y respetada Ana María Matute, la criolla, la de Los Teques; no puedo dejar de pensar en la siempre recordada rolita Adriana Rodríguez, tampoco en el muchacho eterno, y mago de los colores, José Campos Biscardi, ni en el siempre presente Jaime Ballestas. Son tantos…

En esa red, y vean que afortunado soy, suelen aparecer nuevos filamentos con los que me ocurre algo curioso: pareciera que fueran largos años de contacto. Eso me ocurre con Saverio Cecere, a quien llego gracias a un hermano común de ambos: Orlando Acosta. Uno y otro son unos creadores incombustibles. Orlando, ahora habitante de tierra extraña, se balancea entre andamios para ganarse la vida; si se dedicara a firmar cada metro cuadrado que pinta en casas y edificios sería uno de los más grandes muralistas criollos, porque esa labor de sustento la realiza con la misma dedicación y entrega que pone a cada uno de sus cuadros. Ellos dos desde los años sesenta del siglo pasado han estado vinculados, son unos cuantos años desde que se encontraron en las aulas de la Escuela de Artes Plásticas de Maracay.

Saverio ahora vive en su Italia natal, donde se recupera de algunos quebrantos de salud, pero ello no impide que siga reflexionando profundamente en torno al acto creativo. Él es un creador que no aprendió la palabra descanso, miembro del movimiento MADÍ, fundado en Argentina en el año 1946, y con una trayectoria alejada de los focos, pero no por ello menos importante ni escasa trascendencia.  Fue compañero de andanzas, exposiciones y montajes, de Arden Quin, Arpad Szenes, Murilo Mendés, Volf Roitman, Rubén Núñez, Luis Guevara Moreno, Omar Carreño, Alirio Oramas, Carlos González Bogen y Octavio Herrera, para citar algunos.

En medio de una larga conversación telefónica me dice: “Una cosa es la política y otra la ideología, la cual tenemos cada uno de nosotros.  El arte es una herramienta política, mas no ideológica, es la primera forma del espíritu teorético, es conocimiento, es una entidad productora de imágenes. Las dinámicas de la investigación estética y científica deben preservar su autonomía, de lo contrario, se convierte en un dogma ideológico que es la negación de la creatividad”. Le escucho y no puedo dejar de pensar en la larguísima lista de poetas, cineastas, novelistas, artistas plásticos y demás zorros de similar pelaje que ahora guardan bajo siete llaves todo aquello que pregonaban años atrás. Libertad e igualdad son palabras de las que ahora guardan particular recelo, casi que han adquirido alergia a ellas.

© Alfredo Cedeño

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