Los últimos procesos electorales han descubierto al mundo un espacio geográfico donde la población se encuentra alineada en dos bloques opuestos. En Brasil acaba de ganar Lula con una diferencia menor a 2 puntos. En Colombia, Petro asumió la presidencia con apenas 700.000 votos de ventaja. En Chile, Boric fue declarado presidente de una población muy fragmentada, venció 55,87% frente a 44,13%. En Argentina, Alberto Fernández asumió la presidencia con solo 8 puntos de ventaja y Pedro Castillo, en Perú, obtuvo un respaldo de 50,125% frente a Keiko Fujimori 49,875%.

Latinoamérica en dos pedazos, fragmentada, con visiones opuestas de lo que debe ser la relación Estado-sociedad y sobre todo de la importancia concedida o negada al ciudadano en su dimensión moral de responsabilidad.

Podemos mirar esta situación de dos formas, la primera asumiendo que Latinoamérica es un espacio rojo con apenas tres excepciones, Uruguay, Paraguay y Ecuador. Pareciera que a través del voto los ciudadanos conceden el poder al Estado en la conducción de sus destinos. Las experiencias negativas provenientes del socialismo: Unión Soviética y Cuba parecen no afectar la visión de la mitad de los latinoamericanos que deciden depositar su confianza en Estados fuertes, líderes con poderes sin límites, concentradores, en desmedro total de la libertad individual.

Sin embargo, también es posible pensar que en la historia de este hemisferio nunca habían existido masas que creyeran en los valores que profesa el liberalismo, amplios sectores que creen en el respeto a la propiedad privada y en la dimensión moral del comercio como aurigas que nos liberan del salvajismo, de la lucha fratricida para apoderarnos de los bienes del otro, haciendo trizas la vieja versión muy difundida de la propiedad como un robo y del comercio como su instrumento.

Creo firmemente que podemos ser optimistas en una primera reacción. En un segundo plano hay que entender la necesidad de comprender, ver primero los datos como tanto repite el libertario Javier Milei.

En realidad y a contracorriente podemos decir que nunca ha existido en Latinoamérica tanta gente que convierta la libertad en su gran aspiración y que para hacerlo entienda que se debe edificar un Estado de Derecho que garantice los derechos políticos, civiles y económicos. Hoy es una población cercana a la mitad de Latinoamérica la que defiende los derechos civiles y no solo derechos sociales.

Otro fenómeno que nos induce al optimismo es la constatación de la trayectoria de los triunfos socialistas, en corto tiempo se derrumban como pirámides de arena. Boric en pocos meses ha perdido cerca de la mitad del apoyo popular y Petro parece pisar una vía descendente que anima grandes manifestaciones enfrentadas a sus primeras decisiones políticas. Alberto Fernández ha iniciado un descenso imparable que podría acabar su ejercicio del poder, sobrelleva una reprobación de 81%. Pedro Castillo en Perú recibe una desaprobación que alcanza 70,9%. Estos hechos demuestran que no existe una real adhesión a propuestas, a ideas socialistas, lo que impera es una seducción basada en la victimización, la culpabilización, endilgar a otros nuestras irresponsabilidades, imponer la creencia aplastante de que pueda haber una figura, una encarnación con un poder capaz de resolver nuestros problemas con el menor esfuerzo, practicando una torcida visión de la justicia.

Las ofertas socialistas cargadas de populismo vencen en primera instancia y se derrumban rápidamente porque no hay nada oculto, los medios de comunicación descubren con la velocidad de la luz los entuertos, las grandes estafas populistas. Hemos aprendido que el esfuerzo de las personas es la clave de su bienestar y no las dádivas de gobiernos tramposos, se descubre con igual rapidez la rapiña, la corrupción y el tráfico contrario a los compromisos contraídos con los pueblos.

Es menester ahora sentar cabeza. Si los latinoamericanos queremos gobiernos distintos que no mientan y estafen, debemos saber evaluar las propuestas, las ofertas que nos proponen y los candidatos que las representan. Es imprescindible emprender una profunda y extendida pedagogía política entre los sectores más desesperanzados y engañados para devolver la fe en sus poderes reales, en la imprescindible necesidad de educarse como fundamento de sus esfuerzos, creer en el poder de la responsabilidad individual y en el respeto al otro como norma de convivencia. Restituir la fe en la justicia, en su base moral como espacio real donde todos somos iguales, sin privilegios ni prebendas basadas en poderes oscuros, armados contra los pueblos. Hay que exigir al liderazgo que cumpla su obligación de ofrecer los mejores candidatos, los más preparados, aquellos para los cuales la política es una vocación de servicio y no solo ambición de poder y control sobre ciudadanos desvalidos. No más candidatos que propicien la derrota de las ideas de libertad, que nieguen la fundación política de la economía, creyentes del terrible camino del régimen chino ¡consume, no pienses, cállate! Un pueblo que al igual que Rusia nunca ha vivido en democracia, como decía Antonio Escohotado, sociedades que nunca han podido comer pescado y frutas frescas.

Es una obligación con el presente y con el futuro, los venezolanos debemos elegir y concentrar nuestras voluntades en apoyo al mejor candidato posible con ideas superiores, es un deber moral para todos. Comprometernos a elegir las mejores personas para los más importantes campos. Estaremos vigilando y trabajando para lograrlo. Mientras, rechacemos el brutal cierre de emisoras de radio por parte de Maduro. ¿Tiene miedo a un pueblo informado?


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