No será el diluvio. Lluvia sí, tormenta, nubes oscuras, como cantaban los seguidores de Ezequiel Zamora, “el cielo encapotado anuncia tempestad”. No un aluvión, sí tormenta en desarrollo. Vienen más esfuerzos, sacrificios, truenos y relámpagos. No es período de inundaciones y torrentes sino de encarar el torbellino. Que está encima de nosotros, como estuvo y tronó para los venezolanos de aquellos tiempos. Después se les vino encima un sol abrasador, despiadado, pero poco nutritivo, con sus tiranos y sus habladores, represores y torturadores, que construyeron carreteras de segundo nivel con sangre y dolor de presos políticos, trenes de corto alcance y cárceles tenebrosas para quienes pensaran distinto al abusador de turno.

Hoy Venezuela vuelve a estar bajo un cielo cada día más pesado, sombrío, nubarroso, tiempo de oscuridades y nieblas que no permiten ver un horizonte que ya está allí, oculto todavía con resplandor que asoma un nuevo amanecer. No logramos distinguirlo aún, muchos lo desean y hablan de él, pero no lo detectan, solo son capaces de pontificar, lanzar frases y proclamas sobre lo que conocen teóricamente pero no en la realidad, lo que muchos desean. Autonombrados defensores y conductores tan doblegados y ciegos hace tanto tiempo que dejaron de conocer la esperanza verdadera. Olvidaron, el tiempo transcurre y la memoria falla.

Hay otros que parecían ser los menos pero cada día son más, que siempre han llevado esa perspectiva clara y ese sol brillante en el alma, que no necesitan verlo con los ojos para saber que está allí, que las borrascas son reales, pero llegan, truenan, relampaguean y se van, terminan porque el astro rey sale todos los días sin falta. Es como la muerte y la vida, siempre llegan, no fallan ni dejan esperando.

Esos son la verdadera Venezuela, empecinados en el amanecer, que cruzan llanuras y montañas retando a las tempestades y ventoleras, los que no le temen a penumbras ni celajes porque saben por dónde amanece, conocen el punto cardinal del este, panorama que abre el camino y derrota a los cielos borrascosos, los desgarra, por muy lóbregos que sean.

Cada uno de ellos puede decir y dice “Soy Venezuela” con certeza, seguridad, orgullo y tenacidad de la mujer y el hombre de bien, cumplidor de normas, buenas costumbres y principios éticos, los que no dan sus brazos a torcer porque tienen las convicciones bien puestas en el corazón, la sangre y la mente.

Pueden ser incomodados, acallados, acosados y hasta retrasados, pero nunca detenidos, no existe detenerse en su idioma, soldados del buen hacer, el correcto pensar y proceder, militantes de la norma democrática y la moral ciudadana. No son opositores porque alguien que habla mucho y resuelve poco los llama, son opositores por principio, por convicción personal, saben que así tiene que ser, porque el ambiente turbulento y el cielo tapado son obstáculos que hay que vencer cruzándolos, mirando siempre más allá. Como los verdaderos estadistas, saben dónde está la puerta de entrada para la luz y el ardor de la pasión que dan fuerza, vida, salud al cuerpo y al espíritu, verdadero orgullo y compromiso de ser venezolanos.

Como los judíos siguiendo a Moisés, estas mujeres, hombres, jóvenes, viejos, pobres y ricos cruzan este desierto rojo, aunque esté oscuro, con frío y calor, retumbe y centellee. Saben que el sol liberador de oscuridades, desgarrador de tormentas, generador de vida, está listo para ellos. En la distancia que no se observa claramente ahora, oculto por nubarrones amenazantes, pero está allí, en el sitio que es la verdadera Venezuela. La que los venezolanos merecen y tendrán.

No se detienen como oportunistas en oasis convenientes, no se dejan seducir por falsos cantos de sirenas, no sucumben a los placeres del privilegio y dineros mal habidos, no bajan la cabeza a tiranos ni oxigenan dictaduras. Por el contrario, resisten y soportan los rugientes vendavales arrebujados en sus capas de fuerza personal, espíritu convencido, con el vigor y fuerza de los libres, y siguen su camino. Un pasaje que comenzó indeciso y temeroso hace veinte años, hoy terrorífico, horrendo, aterradoramente sangriento, está tomando su rumbo final.

Hacia ese horizonte y la gracia de Dios que están, que no se olvidan, persisten tercos y entusiastas, cruzando la oscuridad siniestra de un cielo cubierto que va dejando de serlo, aunque esté en plena tempestad, todas las tormentas sin excepción tienen inicios y finales. Solo el sol sale y alumbra cada día.

@ArmandoMartini


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