Desde el pasado 7 de marzo, cuando ocurrió el megaapagón en todo el país hasta el día de hoy cuando continúan los indeseables cortes diarios que durante horas dejan a los ciudadanos en las tinieblas a merced del hampa, totalmente incomunicados, sin el servicio del Metro y con escaso servicio de transporte, paralizados, desabastecidos de agua, con miedo al vandalismo y a las desproporcionadas acciones represivas desatadas por la FAES y los colectivos violentos, que disparan a mansalva contra manifestantes que protestan por la falta de servicios públicos en zonas populares, no podemos sino concluir que se ha implementado un plan siniestro, probado durante años en Cuba para desgastar física y psicológicamente a la población para someterla.

Se trata de un plan de operaciones psicológicas que, desde el punto de vista de inteligencia militar, se ha creado para producir desgaste en la población. Una de las recomendaciones que el difunto Hugo Chávez siguió al pie de la letra de su mentor, Fidel Castro, fue la de mantener al pueblo con miedo y principalmente con hambre; por ese motivo, expropió y destruyó el aparato productivo con el fin de alcanzar el control absoluto. Su heredero político, el usurpador Nicolás Maduro, ha tenido que sortear las calamidades causadas por la crisis eléctrica que se viene arrastrando desde el año 2010, cuando Chávez declaró una emergencia eléctrica generada por una sequía que hizo descender el agua a niveles críticos en la represa del Guri y aplicó un drástico racionamiento que pudo ocasionar una rebelión popular similar al Caracazo, cosa que no ocurrió gracias a la inmediata intervención de Fidel Castro, que le envió al padre y cerebro de la inteligencia cubana, comandante Ramiro Valdés –alias Charquito de Sangre–, para comandar las acciones si intentaban sacarlo del poder con la excusa de la crisis de electricidad.

La situación hoy es mucho más grave para la estabilidad del régimen usurpador, el país se le va de las manos y para colmo hay una comunidad internacional que mayoritariamente desconoce su legitimidad y reconoce como presidente interino a Juan Guaidó, por eso tenemos otra vez la presencia en el país de Ramiro Valdés, convertido en el verdadero jefe de las redes de inteligencia en Venezuela.

La Fuerza Armada ha venido convalidando la entrega de la soberanía a la dictadura cubana, con el agravante hoy de la inquietante presencia militar rusa. Se calcula que casi 400 rusos pertenecientes a operaciones especiales están en el país. El pasado 23 de marzo arribaron dos aviones militares con 99 hombres a bordo por la rampa 4 del Aeropuerto Internacional de Maiquetía. A ellos se suman aproximadamente 52 hombres que habrían llegado –según fuentes de inteligencia– el miércoles 27 de marzo a bordo de un submarino clase Kilo de la Armada rusa.

El “agujero negro”, conocido así por su habilidad para desaparecer silenciosamente –según Wikipedia–, iba a atracar en el puerto de Guanta en el estado Anzoátegui, pero se desvió a última hora hacia la Estación Principal de Guardacosta, Alférez de Fragata Fernando Díaz, en Puerto Ordaz, estado Bolívar, debido a la alerta lanzada por el diputado Andrés Velásquez en su cuenta de Twitter. Otros 230 rusos expertos en artillería antiaérea y toma de instalaciones físicas habrían llegado hace un mes, 100 de ellos distribuidos en la seguridad del usurpador Nicolás Maduro (50) y el resto para la seguridad de Diosdado Cabello y del ministro de Finanzas, Simón Zerpa.

La injerencia rusa es motivo de alarma y una amenaza para la paz en la región. El cese de la usurpación depende ahora de las dos grandes potencias. ¡Que Dios nos agarre confesados!


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