Puede que el nombre de Alfredo Guadarrama no sea tan sonoro en los oídos de los venezolanos más jóvenes. Pero ese hombre, que este jueves se despidió calladamente de todos los que le amaron, resultó nada menos que el gerente que devolvió al Magallanes su lugar en la historia y cambió nuestro beisbol para bien, y para siempre.

Guadarrama estuvo lejos de las páginas y pantallas de nuestros medios de comunicación en los últimos años, muy a pesar de quienes le conocimos y tuvimos la oportunidad de dar cobertura a su tiempo al frente de la nave.

Un accidente cerebrovascular le encerró en su casa desde la década pasada. Poco antes había cumplido 60 años. Había cedido la presidencia de los Navegantes a Juan José Ávila, su mano derecha durante la dinastía que fue de 1994 a 1997, la de las tres coronas, dos de ellas ante los Leones en las primeras dos finales que disputaron los Eternos Rivales en la LVBP.

Fue una lástima. No solamente porque los turcos perdieron antes de tiempo a un guía, a uno de sus mejores ejecutivos de todos los tiempos, que ha podido ser asesor, conciliador y luz necesaria desde el Consejo Directivo, donde históricamente recalan las figuras más prominentes del tren de mando azul; junto a esa pérdida anticipada de los bucaneros pesó la injusticia de confinarle a un recinto lejos del estadio José Bernardo Pérez, el parque vetusto e incómodo que él convirtió en el mejor de Venezuela.

Antes de 1992, cuando asumió la presidencia de la Junta Administradora, Magallanes era un club en continua crisis, sin títulos desde 1979, que había dejado de producir estrellas, que en sus tiempos más oscuros impuso el récord de menos victorias en una temporada de la Era de la Expansión y de más derrotas en otra. Los escenarios donde se disputaba la liga eran de difícil acceso, poco agradables y fuera de moda, construidos varios decenios antes, sin más ángel que albergar un verde diamante beisbolero.

Era una época en la que las novenas y sus astros estaban lejos de la afición. Vestir una camisa o gorra oficiales era prácticamente imposible, pues no existía la industria de la mercadotecnia en nuestro deporte. Lo poco que se veía, y realmente era muy poco, era producto de una muy escasa informalidad.

Guadarrama llegó al timón con el ojo avizor y la buena fortuna de contar con una brillante generación de ejecutivos navieros. Usando lo uno y apoyándose en los otros, lo cambió todo para bien, y dejó las bases firmes para que se diera la continuidad de lo sembrado.

Aprovechó mejor que nadie la época que le tocó. Eran los tiempos iniciales de la descentralización, que permitió a nacientes gobiernos regionales tomar iniciativas propias y planificar su ruta, y en Carabobo resultó Fundadeporte un aliado formidable para los Navegantes y el área deportiva en general.

Así proyectó Guadarrama la remodelación del José Bernardo Pérez, un proceso que no termina y que convirtió a ese parque en una rareza y un privilegio para la fanaticada del circuito local. Conocimos casos de personas que iban a los baños no por necesidad, sino para observar, absortos, cómo los televisores allí dentro instalados permitían a los parroquianos seguir los encuentros mientras hacían sus necesidades.

La inusual limpieza, los colores vistosos, los nuevos espacios destinados a la gente también tenían un reflejo en los bajos del edificio; lejos de la vista del público, los clubhouses fueron drásticamente mejorados, se construyó la jaula interior de bateo, sitios para compartir y nuevas oficinas. Era un tiempo en el que una sala de cuidados infantiles o una mesa de pingpong para los peloteros resultaban novedades insólitas que la nave instaló.

Guadarrama también abrió el equipo a su legión, creando la Boutique del Magallanes y poniendo a la venta las camisetas y gorras oficiales, además de una amplia línea de mercadotecnia relacionada con la divisa. Nadie lo había hecho antes, a pesar de ser una obvia vía de ingresos y un modo crucial para enraizar la marca en el alma de las nuevas generaciones. Era algo tan insólito como encontrar aparatos de TV en los baños.

En esa misma onda de proyección a la fanaticada, y como parte de su audaz capacidad para mercadear lo que tenía entre manos, levantó inversiones publicitarias como nunca antes y formó una decisiva alianza con RCR, para crear el más extraordinario circuito radial que recuerde nuestro beisbol. Por primera vez se transmitió con señal digital. Las voces de Carlos Tovar Bracho, John Carrillo, Beto Perdomo, Carlitos Feo y Dámaso Blanco coincidieron ahí en un mismo momento, todos los días. Era un deleite oírlos juntos, sin importar de cuál conjunto se era seguidor.

Los turcos no escatimaron en nada de eso, porque eran modos de profundizar el orgullo de ser fanático de la centenaria escuadra, de proyectar la grandeza de la franquicia y marcar diferencias radicalmente. Con Guadarrama habría sido imposible que narradores y comentaristas no acompañaran al equipo en sus giras, como tristemente ha pasado recientemente, y por lo tanto, jamás se habría cancelado una transmisión, al caerse la emisión por TV y no haber modo de seguir de manera remota las acciones del duelo en cuestión.

Sabía este denodado falconiano, nacido en Los Taques, el 12 de marzo de 1939, que todas las escuadras son importantes en un deporte, pero unas pocas llegan a ser símbolos. Él puso a los filibusteros —y el Caracas aceptó el envite— en la palestra promocional y profesional que tienen Yanquis y Medias Rojas en las Grandes Ligas, River y Boca en el fútbol argentino o Barcelona y Real Madrid en el balompié español.

La crucial relación con Andrés Reiner, y el proyecto que juntos desarrollaron, completó este rediseño de manera excepcional. No ha habido mayor reunión de estrellas que esa generación que fue pariendo sucesivamente a Melvin Mora, Richard Hidalgo, Carlos Guillén, Freddy García, Clemente Álvarez, Raúl Chávez, Johan Santana, Melchor Pacheco, Edgardo Alfonzo, Eddy Díaz, Héctor Giménez, el Tapón Hernández, Oscar Henríquez, Luis Raven, José Francisco Malavé, Carlos Enrique Hernández y tantos otros que fueron llegando después de que los veteranos de la primera corona, la de 1994, los Carlos García y Álvaro Espinoza, fueron cediendo espacios ante el paso del tiempo y la llegada del talento joven.

A la LVBP le tocó bailar a ese ritmo. Todos descubrieron los beneficios de remodelar los estadios dentro de lo que su arquitectura vetusta permitía, de desarrollar la mercadotecnia, dar trato especial a sus jugadores y aficionados. De pronto, nuestra pelota se había convertido en una verdadera industria, el mejor torneo del Caribe, más allá de los negocios familiares o personales que la sostuvieron durante medio siglo. Multiplicó su generación de empleos y la creación de riqueza en todos los ámbitos, incluso en el informal, que creció de manera descomunal a la sombra de lo que nació en Valencia y que imitó el resto del país.

Guadarrama hizo todo eso porque tuvo las ideas, tomó la iniciativa y contó con ejecutivos y empleados que aceptaron de buen grado sus propuestas. La fuerza de su carácter era célebre. Pero quienes compartimos con él afecto y respeto recordamos también su jovialidad, su rostro feliz al hablar de sus proyectos cumplidos y por cumplir, su generosidad, su don de gente, que no colidía con su reputada firmeza.

Él fue todo aquello y la liga se convirtió en lo que es hoy, incluso en este naufragio nacional que sufrimos, gracias a su visión de empresario y hombre de beisbol. Pero es lo último lo que más recordaremos siempre: en esta despedida, el corazón sangra un poquito más por el dolor de saber que se nos fue un amigo, un constructor, un venezolano bueno de esos que tanta falta nos hacen para levantar el país en ruinas.

Descansa en paz, Alfredo. Que el buen Dios te reciba con la misma grandeza con que trataste a este reportero, en aquella época en que este cronista era un joven que empezaba a escribir esta columna e iniciaba carrera en el pasatiempo nacional. Dejas legado, ejemplo e inspiración. Y eso es lo mejor a lo que puede aspirar en la vida una persona de bien, como tú.

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