El domingo pasado los venezolanos aprendimos en carne propia, una vez más, que esto es una dictadura, pero eso no pareciera haberlo aprendido la oposición al asumir que el 15 de octubre de 2017 era la toma del Palacio de Invierno del zar Nicolás II, cuando en realidad era solo un episodio de la espinosa travesía para derrotar al régimen castro-madurista.

Quedó demostrado que hoy no tiene conexión con la heroica lucha de la población, que durante estos años ha apoyado toda iniciativa opositora para luego terminar detrás de la ambulancia, desmoralizada y frustrada. En el liderazgo opositor hay de todo: los buchones que anunciaron conquistar las 23 gobernaciones, por cierto algunos con unas cuñas dignas de Radio Rochela; los que se sentaron en la acera del frente, cómodamente desde el teclado, a tirarle piedras a los que llamaran a votar; y los hojas de parra de “yo no voto, pero no me molesta quienes quieran votar”.  

Casi todos opinan que esto es una dictadura, pero en la realidad se comportan como si no lo fuera, solo con el cálculo político de apostar y ver cómo les va en la aventura, para luego creer que por carambola serán el relevo de la satrapía más atroz que haya azotado esta tierra de gracia.

Es un vano ejercicio resolver el terrible impasse que sufrimos con el “yo te dije lo que iba a pasar”, «nos volvieron a cometer fraude» o ahora «vamos por las municipales, presidenciales», si no realizamos todos al menos una profunda reflexión, como lo plantea la liturgia, un acto de contrición. Es una condición esencial para superar un deplorable escenario de descalificativos e insultos que en nada ayudará a la diezmada población que sufre y llora su amargo destino.

El próximo paso debe ser lograr un escenario común de estrategias, en el que estén representadas las diferentes oposiciones, para enfrentar exitosamente el pranato que gobierna, cuya naturaleza es de maldad infinita, formada en la peor escuela de la humanidad: la jauría estalinista castrista, que maceró en los cursillos de la isla de Pinos, en sus años mozos, a la Tibi, al cucuteño, al psiquiatra y a unos cuantos más.

Para enfrentar con éxito a este engendro gubernamental se requiere reconocer plenamente al monstruo, derivado en dictadura, y este tipo de regímenes no adquieren ese carácter gratuitamente, lo ejercen y lo ejecutan con saña y placer, además de que se gozan descaradamente el dolor ajeno.  

Finalmente, ¿cuáles son las lecciones para la oposición venezolana? En primer lugar, que cuando calificamos a un régimen de dictadura no es en vano; estos ejercen su condición hasta el final, hasta que son echados del poder por las vías constitucionales; segundo, que se debe propiciar la más amplia unidad, la MUD por sí sola es incapaz de superar los obstáculos del régimen; tercero, que hay que seguir apoyándonos en la comunidad internacional, vigilante permanente de los desmanes del narcoestado; y cuarto, que se tiene que demostrar nacional e internacionalmente, con actas en mano, el informe general de  irregularidades del proceso del 15-O, en el que se cometió un fraude gigantesco. Por lo demás, esto es un episodio, hay que levantarse, sacudirse el polvo y afrontar el próximo paso para reconquistar la democracia.


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