Me preocupa profundamente que varios amigos defensores de un sistema de libertades interpreten de forma errada los resultados electorales de las pasadas votaciones para la designación de concejales. En específico, me preocupa el hecho de que se piense que la “abstención”, si es que así puede llamarse dentro del contexto de un proceso de facto, se considere como una forma de apoyo directo a quienes de alguna u otra forma han sostenido que la salida del chavismo no puede darse por la vía electoral.

En primer lugar, debo aclarar que este escrito no tiene por objeto realizar una defensa del voto a ultranza, como tantas veces se ha leído en otros espacios por otros autores. Nada más lejos de nuestras intenciones. Sobre todo, porque nuestra premisa fundamental ha sido que el voto, la elección, requiere como imperativo previo una serie de condiciones institucionales que hoy simplemente son impensables en el país.

Pero, precisamente por ello, nos atrevemos a decir que ver a la “abstención” como una manifestación de apoyo a un determinado proyecto político es un error. Si bien hay personas que se abstuvieron a conciencia y como forma de protesta política, nos manifestamos escépticos llegado el momento de afirmar que dicho proceder abstencionista se dio de forma mayoritaria a los fines de concretar una determinada solución política ajena al voto.

A nuestro parecer, el problema es mucho más grave. Elecciones o no. El tema trasciende la abstención y se cifra precisamente en el corazón de la atomización del Estado y la disfuncionalidad que vive Venezuela, de la cual invariablemente hacemos mención cada vez que podemos y se nos brinda algún resquicio.

Nuestra lectura del país nos lleva a afirmar que de forma acelerada cada vez es menos palpable hablar de la noción “Estado venezolano”. Quien detenta el poder pierde de forma acelerada el control sobre el territorio nacional. La población cada día incrementa sus tasas de migración y huida. Los poderes públicos y, especialmente, el Ejecutivo nacional, cada vez goza de menos reconocimiento y legitimidad. En fin, se está en presencia de un Estado fallido. Y frente a un Estado fallido hablar de elecciones o abstención no es más que una bufonada.

De forma tal, que el debate trasciende a si votaste o te abstuviste. Y es recalcitrante y de mal gusto ir por allí ondeando la bandera del “se los dije”, cuando no tienes siquiera en tus manos la certeza de que, efectivamente, los ciudadanos actuaron como actuaron porque seguían tus ideas. En nuestro humilde criterio, no creemos que haya existido una suerte de abstención consciente de forma mayoritaria. Imperó la ausencia de participación en los comicios, es cierto, pero consideramos que ello obedece más a la atomización del funcionamiento del país que a una convicción activa, beligerante, combativa, en defensa de un determinado proyecto político o de país.

Sin carreteras, sin comunicación, sin suficiente ingesta de calorías, es un poco temerario pensar que el poblador venezolano esté concibiendo una sociedad abierta en los términos popperianos. Es más, buena parte de nuestras élites, de esas que por lo menos hoy tienen un escalón más en la pirámide Maslow, tampoco lo quieren. Lo rechazan y siguen abrazando las premisas premodernas para la edificación de la sociedad.

De allí que nos manifestemos muy pesimistas en cuanto al futuro de nuestra querida Venezuela. Mientras Occidente nos deja a la deriva, el totalitarismo avanza, el socialismo cada día permea y doblega a todos en la pobreza. Entretanto, quienes promueven la libertad corren el riesgo de ser presos de una terrible soberbia, que nubla el juicio y, a nuestro parecer, les está confiriendo una lectura del país que lejos está de ser acertada. Sobre todo si alguna vez pretenden tomar las riendas del poder y generar verdaderamente cambios sustanciales.


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