Días oscuros se viven en Venezuela. La terrible crisis económica que padecen los venezolanos ha traído como lógica consecuencia una crisis social sin precedentes en nuestro país. Cerca de 40% de los venezolanos quiere huir de esta situación. Estamos hablando de que más de 12 millones de personas demuestran intenciones claras de no querer estar en su país. Esa cifra es muy grave, pero a la vez entendible. La hiperinflación, la recesión, la escasez, la inseguridad personal, la falta de oportunidades de superación, la impunidad, la indolencia gubernamental, pero, por sobre todas las cosas, la desesperanza que se percibe entre los venezolanos son los motivos para querer emigrar.

Para el gobierno la desesperanza es maravillosa. Recordemos que su proyecto no es construir una nación, para la élite gobernante su único norte es mantenerse en el poder, no importa que su gestión sea la única responsable de la crisis económica. Esa desesperanza y por lo tanto la emigración, al ser válvulas de escape de la tensión social, son aliadas del gobierno. Quien recibe remesas, recibe oxígeno y, por lo tanto, su nivel de tolerancia ante la crisis es mayor; por otra parte, la desesperanza paraliza y al mismo tiempo te hace víctima de ofertas populistas, algo en lo cual este gobierno (y el anterior) tienen varios PhD y son campeones mundiales.

Increíblemente, esta situación no ha traído una unión entre los actores políticos de oposición, aunque hayan sido perseguidos por un gobierno autoritario y sean víctimas de la crisis como cualquier otro venezolano. Muy por el contrario, se han separado demasiado en sus posturas, tanto así que hoy Venezuela cuenta con varias “oposiciones”, entre las cuales pareciera que el enemigo no es quien los persigue y ha generado la crisis económica-humanitaria-social más grave de nuestra historia y de la región. Por su manera de manejarse y atacarse, da la sensación de que su principal contrincante es el “otro” opositor.

¿Es muy difícil poner los egos a un lado y sentarse, aunque sea la mayoría (no pidamos que se sienten todos, tampoco vamos a pedir imposibles), para elaborar una hoja de ruta creíble, sensata, consistente e inclusiva, para tratar de generarle suficiente presión al gobierno? En Venezuela, a pesar de tener cuatro o cinco grupos de “oposición”, dos o tres son los que concentran la mayoría del apoyo popular, por lo que sentarse a limar diferencias y trazar un plan no debe ser un imposible, más aún cuando su supervivencia y el futuro del país están en juego.

La oposición tiene varios retos por delante, pero hoy parecieran imposibles. El primero es unirse los que de verdad estén comprometidos con una salida democrática, los que de verdad sientan el compromiso de querer al país (los que juegan a vender el humo piche del quiebre, los que les prenden velas a los marines y los que sueñan con la llegada de un nuevo caudillo a caballo deben quedarse fuera, son tóxicos, son minoría, hacen mucho daño). El segundo es demostrarle al país que sí pueden ser una alterativa seria de poder, con planes económicos, sociales y políticos bien explicados y que muestren diferencias importantes con el actual gobierno; planes concebidos para generar bienestar en la población y de forma sostenible; que no sean vistos como un puñado de locos que buscar poder, venganza e interés económico (al estilo 1998). En tercer lugar, acabar con esa sensación que existe acerca de que el único cambio posible en el poder en Venezuela sucedería dentro del madurismo, y que la oposición quedaría como simple espectadora. Y en cuarto lugar, los partidos de oposición deben hacer política, dejar la presión de la tropa de las redes sociales a un lado. En las redes hay mucho loco e infiltrado. Se los dice un economista que ha visto a colegas “alocarse” por culpa de las redes, y cómo esas mismas redes han vuelto famosos a algunos que no saben nada del tema económico.

Sin unidad en la oposición, no hay posibilidad alguna de cambio en lo político; por lo tanto, la crisis y la desesperanza continuarán. Llegó el momento de eliminar los egos, de trabajar, de hacer política de verdad, no solo por la cuenta de Twitter. Los enemigos son poderosos (gobierno y aliados).


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