Foto AFP

El restablecimiento de relaciones con Venezuela está sobre la mesa en Colombia, sea cual sea el resultado de la segunda vuelta. Ante la cercanía de Gustavo Petro y Roberto Hernández en esa línea, era previsible el rechazo del presidente Iván Duque quien ha acompañado su reacción con la diferenciación entre las relaciones con Venezuela y las relaciones con su gobierno dictatorial. Ese matiz es importante, mucho. Es el que ya estaba presente en las propuestas más conservadoras de recuperar las relaciones consulares, las oficinas de atención a sus nacionales en el país vecino, la atención a las relaciones económicas para afrontar la informalidad, lo ilícito y la violencia, la presencia y comunicación entre ambos gobiernos en lo fronterizo y, no menos importante, la atención a la migración como un asunto que tanto resume.

No sobra recordar que, si bien los problemas fronterizos entre los dos países tienen una larga historia que ha perfilado su relación, desde 1999 se fueron agravando en medio de ciclos cada vez más breves de acercamiento y cooperación, seguidos por ciclos de tensión y confrontación política cada vez más intensos y extendidos.

Durante casi toda la última década del siglo pasado se había logrado una visión integral de la agenda fronteriza. Sobre ella se mantuvo el trabajo binacional multidisciplinario orientado a lograr cooperación en un amplísimo conjunto de temas: desde el mantenimiento de referencias físicas de las demarcaciones territoriales hasta la delimitación de áreas marinas y submarinas; desde el control del contrabando hasta acuerdos de liberalización comercial; desde la cooperación contra la delincuencia y el tráfico de drogas ilícitas hasta la cooperación militar; desde el comercio de combustibles hasta la cooperación energética. Lo más importante quizá, al paso del tiempo y del abandono de esta agenda, fue la concepción de la frontera como espacio a comprender, atender y defender humanamente. Esto, en lugar de asumirse con mayor compromiso y exigencia, fue abandonado ante la presión y penetración de la violencia guerrillera y paramilitar. Fue ese el tema que pasó a dominar la relación.

Lo más cercano a una agenda integral común reapareció desde 2010, al iniciarse y durante casi todo el primer mandato de Juan Manuel Santos, con especial empeño de su canciller, Mariángela Holguín. Ese acercamiento, sin duda vinculado a facilitar las negociaciones y la eficacia del Acuerdo de Paz para cuyas negociaciones el gobierno venezolano actuó como acompañante, no se sostuvo. En cambio, mientras desaparecía su temario, se presentaban cada vez mayores señales y evidencias de la actividad de disidencias de las FARC y el ELN en territorio venezolano. Asombrosamente, el final de ese ciclo no ocurrió en agosto de 2015, tras la expulsión arbitraria de más de 2.000 colombianos, la salida despavorida de más de 20.000 en meses sucesivos, en medio de violentos operativos de seguridad y el cierre de las fronteras por el gobierno venezolano. Las relaciones lograron recomponerse con un acuerdo de reapertura gradual. Pero el acercamiento sí finalizó tras las elecciones presidenciales venezolanas de mayo de 2018, desconocida su legitimidad por más de medio centenar de gobiernos, incluido el de Colombia. Escaló hasta la ruptura decidida en Caracas en febrero de 2019 por el apoyo a la operación de entrega de ayuda humanitaria desde Colombia. El intento fallido fue acompañado por el propio Duque, varios presidentes latinoamericanos y por Juan Guaidó, ya reconocido su gobierno interino por el presidente colombiano.

Mientras tanto, como recordatorio del deterioro indetenible y necesitado atención binacional, no cesaron las evidencias de presencia, actividad y enfrentamientos entre grupos de guerrilla, paramilitarismo y toda suerte de ilícitos del lado venezolano de la frontera. Tampoco el flujo de migrantes, calculado recientemente en 1.400 personas por día: una enorme e indetenible oleada que se hizo visible en 2015 y que ya alcanza, solo en Colombia, 1.800.000 personas, la cuarta parte de la diáspora venezolana.

El cambio de gobierno en Colombia parece anunciar un nuevo ciclo en las relaciones –por lo de su restablecimiento– pero para que se conserve lo bueno en la atención a los migrantes y se produzca un cambio de fondo en todo lo mucho que anda mal, especialmente del lado venezolano, sería necesario comenzar por definir una agenda binacional de temas de trabajo, iniciando por lo fronterizo: la calidad de vida, lo humanitario y la seguridad. Ojalá que eso fuera posible. Por lo pronto, parece digno de convertirlo en exigencia, en prueba de fuego.

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