Una encuesta de opinión en Colombia practicada antes de la llegada al poder de Gustavo Petro –15 meses atrás– indicaba que 60% de la colectividad consideraba que los bajos salarios recibidos y la falta de empleo era el principal problema económico del país. Pero aun así al país no le iba mal. El crecimiento del PIB, después de la pandemia que afectó al mundo entero, había sido muy dinámico: 7,6% en 2022 y 11% en 2021.

Hoy por hoy canta otro gallo: el país tiene la respiración contenida desde el acceso de Gustavo Petro al gobierno y cada nuevo proyecto que se lanza desde el Ejecutivo lo que hace es traer mayor incertidumbre al país. De allí la ralentización de todas las actividades productivas. Una de sus mayores inquietudes viene de la alta informalidad. La Gran Encuesta Integrada de Hogares que tuvo lugar el segundo trimestre de 2023, mostró que la población ocupada que está en microempresas informales ocupó 84,5%. En el sector formal se ubican menos de 575.000 colombianos. Los pequeños comercios informales representan 99,5% del total de las empresas del país.

Si entramos en las cifras de la dinámica empresarial formal las noticias tampoco son alentadoras. La inflación y las tasas de interés siguen pasando factura a la economía del país y la propensión a invertir desde afuera y desde adentro se ha detenido. Si el consumo de los hogares es el principal impulsor del crecimiento del país y la inflación castiga a todos, particulares y empresas, el país no puede estar bien, la demanda está completamente deprimida.  Apenas las remesas, dinámicas y crecientes, apalancan el gasto de los colombianos.

Agricultura, Industria, Construcción y Comercio, los principales generadores de empleo del país, tuvieron resultados negativos en el primer semestre de este año y nada indica que el segundo vaya a ser mejor. Los esfuerzos por incentivarlos desde el gobierno central no han dado resultados positivos y la presencia de elecciones regionales en el segundo semestre hacer ver que realmente la masa no está para bollos.

A esta fecha ya sabemos que el país crecerá a una tasa de entre 0,9 a 1,2% desde poco menos del 8% del año 2022. Lo que se espera es una tenencia al debilitamiento en lo que queda de este 2023. Para cuando Petro cumpla dos años –la mitad de su mandato– en el palacio de Nariño, Colombia se habrá encogido sensiblemente según la Asociación Bancaria Nacional. Para decirlo también en colombiano “el palo no está para cucharas” a pesar de que los banqueros sienten que la banca, ante la desaceleración que se vive, está fuerte, con una relación de solvencia por encima de lo que es necesario para evitar una crisis.

Una investigación seria del BBVA sobre la dinámica colombiana ha concluido que “para que la economía no caiga en recesión hace falta un plan de choque articulado entre los sectores público y privado para reactivar sectores como el de la construcción que tiene una marcada caída, el comercio y reparación de vehículos y la industria manufacturera que están ambas en terreno negativo”. También en el área de energía la inestabilidad en las actividades de minas y canteras con un muy serio impacto en la expansión del PIB requieren del diseño de una sabia transición responsable. Ni hablar del petróleo donde se requieren colosales inversiones para mantener la dinámica del sector.

El único que no pareciera tener conciencia plena de la urgencia de acciones heroicas para detener una recesión en el país vecino es el propio gobierno.


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