El sistema político de muchos de los países de América Latina facilita despojar a los ciudadanos y a los funcionarios de sus oportunidades, libertad y justicia con la intención de concedérselos después como un privilegio condicionado al apoyo político. En estos países, quienes ejercen posiciones de poder se benefician de la tendencia humana a interpretar el clientelismo como una oportunidad, sin distinguir que puede ser un señuelo: un engaño que sirve para presionar en diversas formas.

Con frecuencia, el dirigente político mostrará interés en el bienestar de su clientela: aquellos (particulares y funcionarios) que lo apoyaron activamente durante la campaña política o, una vez en el poder, aquellos que participen en sus esquemas o se unan al partido. En contraste, los que se rehúsan a participar en estas actividades sufren obstáculos burocráticos y se ven sometidos a injusticias, y quienes desafían el sistema se exponen al castigo.

En este clima, los ciudadanos se dan cuenta del beneficio personal que supone asociarse con algún dirigente político. Al aceptar (incluso con reticencia) la oferta de un trueque, puede que no sean conscientes de que la causa de esta incómoda situación se encuentra en la falta de libertad, oportunidades y justicia, fomentada por el mismo sistema clientelista al que ahora recurren para obtener su favor.

Muchos analistas perciben que los dirigentes políticos actúan de manera corrupta y culpan a los ciudadanos por apoyarlos en las campañas y por asociarse con ellos. Pero esta conclusión pasa por alto que un gran número de personas carece de una alternativa firme para protegerse contra la corrupción generalizada o resguardar su porvenir.

Una afirmación más acertada es que —dado que la estructura de poder dentro del gobierno provoca que el bienestar de los funcionarios (jueces, fiscales, reguladores, etcétera) dependa de los políticos— muchos son expuestos a la coerción. En síntesis, la justicia, las oportunidades y la libertad dependen de una balanza controlada, dentro del gobierno, por el gobernante y, fuera de este, por los funcionarios que él controla.

De este modo, los dirigentes políticos emplean el favoritismo para beneficiar a su clientela y esto engendra la corrupción sistémica, que le resta libertad, oportunidades y justicia a la población. Como de esta realidad no siempre se puede escapar, muchos ven natural protegerse y se asocian con un político o partido que esté dispuesto a emplear este poder en provecho de sus aliados: esto es el clientelismo.

Las sociedades que han superado este mal lo han conseguido al aislar a los funcionarios de la coerción dirigida por los que tienen interés en sus decisiones. En estas sociedades, quienes hacen las leyes, quienes las aplican y quienes las juzgan operan con independencia estructural los unos de los otros, incluso dentro de su respectiva rama. Esto lo han logrado mediante cambios estructurales, tales como instituir una carrera administrativa fuera del alcance político. De hecho, emplean estructuras de poder dentro del Gobierno que eliminan todo tipo de dependencias malsanas y otros conflictos de intereses.

Una persona dependiente, sometida a la coerción, difícilmente puede actuar con libertad o imparcialidad. Nadie elige ser expuesto a tal presión y, ante ella, la experiencia señala que pocos logran eludirla. La población ha de ser protegida contra esta práctica.

Para acabar con el clientelismo y la corrupción que engendra, será necesario reformar la estructura gubernamental vigente, la cual proporciona a los dirigentes políticos las herramientas (dependencias) con que practicar la coerción. Estas fuerzas no son visibles: trabajan detrás de las escenas y a menudo se ocultan con la apariencia de una oferta. A pesar de sus distintos ropajes, el clientelismo está compuesto de amenazas disimuladas.

El uso discriminatorio de la autoridad muestra la malicia de la estructura gubernamental actual, que no solo les otorga a algunos los medios para ejercer la coerción, sino que también crea la situación en la que otros deben transigir. Levantar el velo que impide ver la raíz de este problema es el camino para descubrir que el clientelismo es un señuelo. Al exponer la dependencia y ponerle rostro, se hará más fácil la lucha contra esta lacra que denigra a la víctima y al victimario.

 


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