Los alcances de una virtual decisión conjunta del régimen y representantes de la oposición de celebrar unas “elecciones libres”,  entre otros aspectos, deben medirse respondiendo la interrogante de cuán libres y viables sean en el corto plazo. Vale anotar para el análisis, que se trata de la última fase de una receta que creíamos  infalible. Así lo había entendido el país y la comunidad internacional.

Por lo visto, pareciera que antes de esas “elecciones libres” solo vendrán otros acuerdos para que las fracciones políticas de la AN, oficialistas y opositoras, convengan en la designación de los rectores del CNE, cosa que supone todo un proceso que además involucra a un comité de postulaciones, a la sociedad civil, universidades y al mismísimo Poder Ciudadano, todo ello sin contar que la organización de unas elecciones solo podrá llevarse a cabo luego de transcurridos seis meses a partir de su convocatoria. Los antecedentes de esas designaciones por lo demás han dejado mucho que desear. Es como un reparto que nos recuerda las cuentas del gran capitán: un pescado para mí, uno para ti y otro para el barco.

Y es que estos otros acuerdos se dejan caer en esa ruta política integral, cuando se señala “la restitución del equilibrio en los poderes públicos consagrado en la Constitución, mediante su renovación de forma consensuada”, y entre otros ítems, convienen en que “es la fórmula que puede asegurar un acuerdo político perdurable que ofrezca garantías para ambas partes”. Alertamos que poco creíble resulta esta especie, cuando la primera declaración oficialista niega la posibilidad de unas elecciones presidenciales y ratifica solo la celebración de las parlamentarias, en la que, de paso –sostienen con sorna– es “interesante ver cómo la trilogía que ha resultado una gran mentira y que ha venido diciendo el diputado colega Juan Guaidó: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres, viene siendo modificada para aproximarla un poco más a la realidad”.

Para llegar a esos acuerdos, se esgrime que “la negociación política es un mecanismo necesario y respaldado por la comunidad internacional y por los venezolanos para la transición pacífica a la democratización de Venezuela”. Falso, es pertinente acotar que la mayoría de esa comunidad internacional desconoce al régimen dictatorial de Maduro, así como la inmensa mayoría de los venezolanos que estamos dentro y fuera de Venezuela. De no considerarse esto como una claudicación, entonces de qué se trata cuando de nuevo congelan las esperanzas de que la presión internacional, cada vez con mayor eficacia, surta sus efectos y logre su objetivo.

De ello, que la referencia al castigo de Sísifo para describir nuestra perturbadora situación política  se ha hecho tan recurrente como el  eterno esfuerzo de aquel que, según Camus, personifica el absurdo de la vida humana. Aquí en nuestro país, guardando la enorme distancia entre la mitología griega y nuestra inventiva popular, pudiéramos decir que este interminable ciclo lo representa la constante y tozuda interrogante del cuento del Gallo Pelón.

Y no es una manera light de abordar un asunto de tanta envergadura como es este campo minado de incertidumbre en el que los subterfugios y las perfidias hacen de las suyas. La historia del diálogo político en el siglo XXI en Venezuela data desde su propio inicio. Presente estuve, con otros dirigentes políticos, en las muchas conversaciones que se llevaron adelante en su momento bajo la observación y mediación de figuras internacionales para procurarle una salida a la crisis que para entonces no se había exacerbado como la actual. Así, entre otros, estuvieron con nosotros Carter, Pastrana, Lagos, Bachelet y Alfonsín. En cada uno de esos esfuerzos regresó la piedra del desengaño de la cima de la montaña para de nuevo seguir impulsándola infructuosamente.

Esa ha sido la constante hasta el día de hoy. Cuánto más tenemos que soportar los venezolanos para que veamos una verdadera salida a esta crisis que nos carcome.


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