Sucia de besos y arena» (Federico García Lorca)

 

Imagínese una sociedad rígida, monótona, y esdrújula. Piense que el gobierno está en manos de unos señores –y señoras– que se creen dueños de la verdad absoluta. Será fácil dibujar el mapa de un país de pesadilla si ha oído hablar de Gilead (Margaret Atwood, El cuento de la criada). Sitúese ahí, en medio de la distopía de Atwood, viviendo como una criada, como un siervo o como un ciudadano descontento con el Estado, inmerso en la rutina fanática del pensamiento único. Ahora es un esclavo. Ya no es libre. No se le ocurra leer la máxima de Lippmann que copio a continuación: «Donde todos piensan igual nadie piensa mucho» porque esto está prohibido. Puede pasar que se pare a pensar, se haga preguntas y se dé cuenta de que la vida no tiene un solo sentido y la verdad ofrece varias caras. Estaría comportándose como un hombre libre, un rebelde, un disidente, tal vez. Hay gente que no cree lo mismo que usted o yo. Por extraño que parezca, algunos individuos piensan de forma diferente, y a veces hasta llevan razón

Estos días de pleno verano, la gente disfruta del sol y la playa, toma aperitivos antes de irse a comer, se relaja y se divierte. En una de las playas de la costa alicantina bailaban descalzos sobre la arena grupos de hombres, mujeres y niños al ritmo de la música. Una monitora les marcaba los pasos de la coreografía, daba palmas, les hacía saltar, girar y moverse. La música pegadiza era una invitación a la alegría difícil de rechazar. Parecían felices. Todo iba bien hasta que una mujer de una asociación feminista que pasaba por allí detectó un problema. Ojo, que aquí se está bailando reguetón. Las letras que la mujer escuchaba suponían un ataque a las mujeres por su claro contenido machista. Este género musical –según algunos miembros del grupo feminista de la localidad alicantina de Calpe– atenta contra la dignidad de la mujer.

En fin, que estas mujeres no estaban de acuerdo con que aquello siguiera adelante. Se trataba de una cuestión de conciencia social, de igualdad y justicia.  («Las clases de baile en la playa de Calp eliminan las letras machistas y misóginas«; diarioinformación.com, 29.07.2019). Y en cuestión de horas, el organizador de esas clases de baile retira el reguetón del programa veraniego. Ahora, por fin, ya se baila lo que se puede bailar. Todo es políticamente correcto. Antes, aparentemente, los que bailaban en la arena eran misóginos, odiadores del género femenino, que consideraban a la mujer un objeto sexual. Claro que también había mujeres y niños en los grupos que bailaban despreocupadamente. Uno se pregunta si la gente que baila reguetón escucha las letras o si simplemente se mueve al ritmo de una música pegadiza.

Casualidades de la vida, una de las canciones con más éxito de los últimos meses pertenece a este mismo género musical («Despacito», Luis Fonsi y Daddy Yankee, 12.01.2019). ¿De verdad le parece censurable esta pieza?: «Despacito, quiero respirar tu cuello despacito«. ¿Deberían prohibirse también algunos episodios de La Celestina? ¿Habría que reescribir determinados versos de La casada infiel de Lorca?

Algunos nos quieren así: tontos, mansos y sin criterio


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