Si bien el tema del llamado “frenazo” económico parece acaparar los titulares de las conversaciones sobre el reciente devenir del país en dicha materia, existe un aspecto que también tiene implicaciones sociales y del cual no necesariamente se ha hablado lo suficiente en Venezuela. Se trata de la clase media. O mejor dicho, de la nueva clase media venezolana que, de alguna u otra forma, en los últimos años ha venido cooptando espacios que tradicionalmente pertenecían a otros círculos sociales.

El argumento es bastante sencillo. Durante décadas, especialmente desde mediados del siglo XX y con más énfasis durante la época del proyecto de la democracia representativa (1958-1999), surgió en el seno de la sociedad venezolana una clase media profesional que, con mil oportunidades de mejora, fue la piedra angular sobre la cual se gestó el proyecto social de la democracia. Esta clase media, a grandes rasgos, compartía una visión en la que la educación y el trabajo constituían la base a través de la cual se lograba el ascenso social y la superación de la pobreza. Era también esta clase social la que atestiguaba de primera mano cómo muchas -miles- de familias emigrantes venían al país con precariedad de recursos y lograban prosperar gracias a su tesón y esfuerzo.

El chavismo se encargó de destruir este conglomerado social. Por diversas razones, la llamada clase media tradicional terminó por venirse abajo. Económicamente se empobreció, incluso en algunos casos a niveles de pobreza precarios. Varios -millones- constituyen parte de una de las diásporas más grandes de la modernidad, y se encuentran desperdigados a lo largo y ancho del planeta. El empobrecimiento trajo consigo, necesario es decirlo, la salida de la clase media tradicional de sus usuales círculos de socialización y búsqueda sentido aspiracional de identidad: abandonaron sus colegios y universidades tradicionales, sus clubes, sus centros comerciales, los viajes, las tiendas y las marcas de toda la vida, en fin, todo aquello que de alguna u otra forma integraba la cosmovisión de lo que era la vida de una persona dentro de este estrato.

Como las sociedades no son estáticas, nuevas personas han llegado a llenar los espacios que otrora tenía la clase media tradicional. Se trata, por darle algún nombre, de una nueva clase media “emergente”, cuya génesis obedece en buena medida a los incentivos históricos generados por el chavismo en estas últimas décadas.

Sobre esta clase media “emergente” se deben hacer algunas consideraciones. La primera es que, aún y corriendo el riesgo de caer en generalizaciones, no necesariamente esta nueva clase cae en el terreno de “enchufado millonario”, pero sí tiene cierto poder adquisitivo para acceder a un nivel de vida que hace algunos años hubiese estimado imposible. Adicionalmente, precisamente por sus orígenes, posee dos cualidades determinantes: la primera, un gran desprecio por la ley. La segunda, el hecho de que no cree en el trabajo como instrumento de evolución. En consecuencia, no cultiva la “carrera profesional” como un mecanismo legítimo y válido de ascenso en el escalafón social.

La clase emergente tiende a buscar la riqueza fácil, inmediata y no por medios necesariamente legales. Le ha tocado vivir en un Estado y una sociedad primitivos y disfuncionales. En la Venezuela fragmentada, donde la anomia priva, las formas de acceder a la riqueza están signadas por la informalidad y la existencia de códigos sociales grises. Tal vez lo más importante: con una visión y unos valores totalmente contrarios a los que imperaban en la clase media tradicional (trabajo como mecanismo de ascenso, educación como baluarte, meritocracia).

Los “emergentes” además han cooptado los espacios que durante décadas fueron parte de la vida de la vieja guardia: colegios, universidades, clubes, gremios de a poco y cada vez más se impregnan de la visión de la clase media emergente, y con ella, de sus valores.

Se podrá afirmar que la historia de Venezuela ha tenido como constante el desplazamiento de una clase sobre otra, que esto no es nuevo, y que en función de ello, probablemente una vez termine este ciclo histórico también los emergentes serán sucedidos por unos nuevos emergentes. Sin embargo,  en esta Venezuela no hubo solo un desplazamiento de una clase sobre otra. Hubo también una traslación de valores y de nuestra concepción como sociedad. Un tema a debatir es qué tan falaz, exacta o no, es esta nueva visión que se busca imponer, que al menos en lo personal estimo decadente y chabacana.

Es lógico que la clase media tradicional desprecie en su mayoría a esta nueva clase emergente. Después de todo son el reflejo vivo de la subversión de lo que antes fue y ya no. De lo que se perdió, y que acompañado de un enorme sentido de impunidad, sigue sin tener conclusión certera en el proceso histórico venezolano. Se gesta, queriéndolo o no, el caldo de cultivo para el ajuste de cuentas y el revanchismo.

Pero hay algo que parece innegable. La realidad social hoy de Venezuela cuenta con esta clase “emergente”. Cualquier político que quiera tener una comprensión cabal de lo que es el país y su eventual reconstrucción -si ello es posible- tendrá que tomarlos en consideración, al tiempo que también integra a la clase media tradicional profesional, vital para la reconstrucción del tejido social venezolano, basado en trabajo, mérito, respeto a la institucionalidad y al Estado de Derecho. Nada fácil. Pero la discusión debe darse y abordarse de la forma más realista posible.


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