Sí, nuestras ciudades cambiaron. No sabemos cómo, ni por cuánto tiempo, pero cambiaron.

¿Hacia dónde van a partir de ahora? ¿Serán más verdes, peatonales, caminables, colaborativas? ¿Se acentuarán las brechas e inequidades existentes? Desde que el covid-19 se convirtió en un evento disruptivo, esas son las preguntas que buscan ser respondidas por planificadores urbanos, académicos, especialistas, y en general, todo aquel vinculado con el diseño y planificación de ciudades.

Y ante esa certeza de que efectivamente hay y habrá un cambio en los centros urbanos, se han generado dos grandes visiones.

Hay una visión, llamémosla optimista, que aun en la incertidumbre de no saber el impacto real del covid-19, desde la teoría y la práctica se da por sentado el agotamiento de un modelo de desarrollo urbano, y su sustitución por otro cada vez más localizado y centrado en las personas.

El urbanismo de proximidad, crono urbanismo, la ciudad de los 15 minutos, y el urbanismo táctico, por ejemplo, han sido temas recurrentes en universidades, ONG y organismos internacionales, que no solo dan cuenta de estrategias para hacer ciudades más cómodas al ciudadano, sino que al mismo tiempo buscan presentarse como parte de la nueva normalidad de la planificación urbana.

El pasado mes de mayo, igualmente, la revista Foreign Policy publicó un artículo en el que 12 expertos en temas urbanos analizan cómo serán las ciudades poscovid-19. En cada análisis había un hilo conductor unánime: las ciudades se reinventarán, y más tarde que temprano superarán esta pandemia. La historia demuestra, explica el artículo, que las ciudades han sido capaces de sobreponerse a eventos de este tipo, y además, escenarios adversos como estos son perfectos para soluciones creativas e innovadoras.

En el campo de la práctica, los planes de movilidad en ciclovías implementados en Bogotá y Milán, la Estrategia de Espacio Público de la Ciudad de Vancouver, y el Laboratorio de Ciudades del Banco Interamericano de Desarrollo, son algunas de tantas experiencias que,  de acuerdo con esta visión, son vistas como buenas prácticas de políticas públicas innovadoras y centradas en la gente.

Por otro lado, hay una visión que se muestra más preocupada sobre el impacto de esta pandemia en ciudades más vulnerables política, social e institucionalmente. Es un hecho que la pandemia tendrá efectos muy negativos en estas sociedades, e incluso se espera que en el corto y mediano plazo las brechas socioeconómicas de las personas que viven en estos centros urbanos se profundicen aún más.

Es muy probable que en asentamientos urbanos precarizados, el covid-19 no sea la preocupación más dominante de las personas frente a la ausencia de agua, servicios públicos básicos o el desempleo, por ejemplo. En estos contextos, las condiciones de vida son tan adversas que esta pandemia solo agrega una dificultad más a la larga lista de dramas diarios.

David Sandernson opina en ese sentido, y toma como ejemplo las consecuencias del ébola en Guinea, Liberia y Sierra Leona, pandemia que acabó con la vida de más 11.000 personas, e hizo mucho más miserable las economías de esos países. Hubo pandemia, pero no hay evidencia de creatividad, innovación o resurgimiento.

Y en este contexto de vulnerabilidad, el impacto de covid-19 debería preocuparnos mucho más: ONU Hábitat estima que esta pandemia llevará a la pobreza a 25 millones de personas en África, región del mundo en el que 47% de sus habitantes ya vive en condiciones precarias; mientras que la Comisión Económica para América Latina y Caribe advirtió que habrá un incremento en los niveles de pobreza en los próximos años. A la región más desigual del mundo se sumarán 29 millones de nuevos pobres.

Las visiones expuestas lejos de significar posturas irreconciliables, en el fondo dan cuenta de la diversidad de realidades urbanas presentes, en el que por un lado nos permite celebrar las soluciones creativas e innovadoras que están sucediendo; pero al mismo tiempo nos invita a reflexionar sobre una realidad urbana más cruda, en las que sus habitantes serían infinitamente más felices, si sus ciudades fuesen mínimamente más humanas. No más de eso.

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@jaimemerrick


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