Jean Georges Noverre

Asegurar que Jean Georges Noverre fue un adelantado a su época resulta un insistente lugar común. En realidad, fue un maestro de danza y coreógrafo identificado con su propio tiempo: el siglo XVIII, el de las luces y el racionalismo. Enfrentó con incomprensiones el mundo rígido y encerrado en sus tradiciones de la ópera y el ballet de corte, planteando de forma altiva principios reformistas para la danza artística occidental.

La clarividencia de Noverre consistió en plantear una nueva consideración del cuerpo estético, arengando el abandono de formalidades rígidas y excesivas y la incorporación a la danza de un gesto espontáneo y liberador. El excesivo formalismo escénico debería ser sustituido por una expresión más natural y la teatralidad inerte por acciones dramáticas de mayor dinamismo.

Las radicales proclamas de Noverre resultaron sistemáticamente cuestionadas por sus contemporáneos dentro de la Academia Real de la Danza de París, ocasionando recelos y desencuentros que fueron desde lo meramente profesional hasta recelos personales.

Con violencia verbal pero también con pasión desmedida y acuciosidad científica en torno al cuerpo expresivo, promulgó la decadencia de la danza surgida de los intereses y las convenciones cortesanas, y anunció una época de renovación  signada por la abolición del gesto artificial y su sustitución por uno de espíritu humanista.

“Romper caretas horrendas, quemas pelucas ridículas, suprimir incómodos miriñaques, desterrar caderas aún más incómodas, sustituir la rutina por el buen gusto; indicar un traje más noble, más verdadero y pintoresco; exigir acción y movimiento en las escenas, alma y expresión en la danza”.

La suerte de exilio que el maestro francés (alguna referencia señala que de origen suizo) debió enfrentar,  lo llevó a proponer nuevos y auspiciosos espacios para su concepción del ballet fuera del ambiente real galo. Noverre ya había publicado en Lyon su célebre obra Cartas sobre la danza y los ballets, alrededor de 1760, en la que gritaba a todos la necesidad de una danza natural y desprovista de pesados artificios, obteniendo en otras capitales europeas el reconocimiento que París le negaba. Teorizó y puso  en práctica las bondades del ballet de acción o ballet pantomima, inédito género creativo que postulaba.

En sus cartas, Noverre retaba a los maestros de ballet y coreógrafos a asumir la danza como una experiencia vital, exigiendo su desapego a recurrentes  y detenidos tratamientos escénicos, y su acercamiento a realidades y contextos del momento.

Jean Georges. Ballet de Acción

Junto a vociferar su inconformidad con los valores de la danza de su tiempo histórico, Noverre, enfrentado en la Ópera de París por buena parte de sus contemporáneos y discípulos, exaltó también sus posibilidades de articulación con otras expresiones creativas. Para él, la composición desde el movimiento era un acto similar a la pintura, y el espacio escénico un lienzo limpio en espera de acciones corporales convertidas en trazos pictóricos.

“La poesía, la pintura y la danza no son, señor, o no deben ser otra cosa que una copia fiel de la naturaleza (…) Un ballet es un cuadro, la escena la tela, los movimientos mecánicos de los que figuran en él son los colores; su rostro, me atrevo expresarlo así, es el pincel; el conjunto y la animación de las escenas, la elección de la música, la decoración y el vestuario constituyen el colorido; en resumen el compositor es el pintor”.

Su incisivo manejo del género epistolar lo llevó a comunicar su pensamiento integral sobre la danza como  arte de la escena. Nada resultó indiferente para Noverre. El reformador reflexionó con agudeza sobre la creación, el sentido dramático y musical del movimiento, las posibilidades alternativas del espacio de representación, la equiparación de la danza como código expresivo a otras manifestaciones, la formación de bailarines y coreógrafos, el papel del interprete y la apreciación crítica de la danza.

“Si en general los ballets son débiles, monótonos y languidecientes; si están desposeídos de ese poder de expresión que constituye su alma, la culpa no es tanto del arte, lo repito, como del artista: ¿ignora éste, acaso, que la danza es un arte de imitación? Tentado estaría de creerlo, pues la mayoría de los compositores sacrifican las bellezas de la danza y abandonan las gracias ingenuas del sentimiento, para ceñirse a la copia servil de cierto número de figuras repetidas ante un público desde hace un siglo”.

Jean Georges Noverre. Ballet de Acción

“El maestro de ballet que ignore la música, fraseará mal las melodías, no captará su espíritu y carácter y no ajustará los movimientos de la danza a los del ritmo con esa precisión y finura de oído que son absolutamente necesarias”.

La vitalidad resultaba fundamental para el maestro, contrariado por la falta de dinamismo en las acciones escénicas, a las cuales pedía dotar de una dramaturgia esencial que pudiera traducirse en coherencia dentro de la estructura de la obra.

“Los ballets, al ser representaciones, deben reunir todas las partes que componen el drama. Los temas que se tratan en la danza están, en su mayoría, desprovistos de sentido y no ofrecen más que un conglomerado informe de escenas tan mal relacionadas como desagradablemente presentadas; sin embargo, es indispensable someterse a ciertas reglas, en general. Todo argumento de un ballet deberá tener su exposición, su nudo y su desenlace”.

Sus muy difundidas Cartas dejaron desapercibidos otros aportes teóricos del autor, tales como Teoría y práctica de la danza en general y el Diccionario de la danza, que no pudo concluir.

El Día Internacional de la Danza instaurado por la Unesco el 29 de abril, nacimiento de Jean Georges Noverre, busca exaltar al movimiento como irrefrenable impulso en su diversidad de  manifestaciones, géneros, estilos y tendencias, pasando quizás desapercibido, contradictoriamente, su rico y exaltado mundo de ideas, pertinente hoy igual que ayer.

 


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