El lobo en el gallinero

El desapacible rostro del premier soviético Leonid Ilich Brézhnev amainó su tez, de alevoso cancerbero de ultratumba, cuando contempló el verdor de la caña de azúcar en un ingenio cubano, eran kilómetros de una plantación como consorte del jactancioso sol antillano.

Se vistió de camisa de cuadros azules, con un clásico sombrero de campesino santiaguero. Gesticulaba con alegría, como marcando en cada paso, la autoridad del dueño absoluto de su satélite en América. El rostro robótico, la mirada penetrante del abismo, la sangre de arsénico, del déspota exprimidor de huesos, sabía sonreír bajo la égida de un Caribe descreído.

Eran los tiempos posteriores a la guerra de los misiles, que trajo desazones en el tablero de la geopolítica del proyecto totalitario internacional. La visita a Cuba era la bendición que recibía el proceso en ciernes de parte de la cortina de hierro. Un mensaje entre palmeras con ron cubano y raciones de lechón asado.

El salto al vacío

El embrujo de la revolución antillana llenó al hemisferio de fervientes admiradores que cambiaron las aulas por las serranías. El pueblo venezolano no comprendió una lucha que jamás tuvo respaldo en las mayorías. El tiempo fue triturando ilusiones, la verdad de un estruendoso fracaso se fue escuchando en los improvisados campamentos.

Mientras más se adentraban en inhóspitos entornos, la realidad los fue desnudando hasta dejarlos sin ropajes ideológicos que cubrieran el terrible yerro. La lucha armada era un durísimo traspiés, que hizo de la izquierda venezolana un salto en el vacío. De allí surgieron voces que planteaban volver a la legalidad. Mientras las posibilidades se esfumaban, crecían los coincidencias, cerrar el capítulo romántico que cabalgó en el error, los hizo analíticos seres que regresaban para buscar el poder a través del voto.

Un amplio debate sobre la realidad fue apagando los fusiles. Fue harto difícil lograr la aceptación entre densos sectores de la población. Se arrastraban los errores como cadenas que atrapaban las propuestas de redención social. La izquierda atravesó su desierto sin cantimplora. La aventura costó muertes, tortura, desaparecidos y una marcada desconfianza, de aquellos que significaban el símbolo de la lucha.

El pueblo se puso del lado de sus opresores, castigando con severidad política a quienes buscaban su redención. Fue un episodio que abrió una herida en el mundo revolucionario. La procesión iba pagando las penitencias hasta que la realidad social, explotó como una granada fragmentaria, llevándose  consigo la inutilidad de copiar modelos.

Un hombre desafía al imperio soviético

 

En el ánimo del Kremlin cundía cierta molestia por la silenciosa rebelión que comenzaba a gestarse en Checoslovaquia. Una de las naciones rehenes no deseaba el sometimiento perpetuo en el puño moscovita. Los checos tenían fresca en la memoria los abusos del hitlerismo cuando penetraron aquellos territorios. Habían salido de horror para encontrarse con otros desquiciados bravucones con ínfulas de posteridad.

La figura refulgente de Alexander Dubce, encabeza una serie de reformas que buscaban democratizar al gobierno. Abrirse ante el mundo para incorporarse al pensamiento libre. Durante la Segunda Guerra Mundial tomó parte en la resistencia contra la ocupación nazi. Demostró su capacidad de organización al protagonizar levantamiento nacionalista eslovaco contra las tropas alemanas en el invierno de 1944 a 1945. Resultó herido en repetidas ocasiones. Ese prestigio hizo que su pueblo lo acompañara mayoritariamente.

El imperio rojo se estremecía en su alma canallesca. Sus mandíbulas de hierro de muerte, no dejarían germinar las flores de la primavera. Antes secuestrarían las estrellas para apagar la luz, calcinarían el primer asomo de atrevimiento para hacerlos cadáveres en las calles. Que la sangre de los mártires llene cántaros de sacrificios.

La URSS lo quiere exangües frente al paredón de fusilamiento. Los tanques soviéticos atravesaron Praga, para quebrar el espíritu de la rebelión. Cada pelotón traía la expiración entre sus manos, el rostro feo del totalitarismo se mostró con la cicatriz del infierno. Aquel  desgraciado acontecimiento fue condenado por el mundo occidental. El comunismo internacional guardaba un silencio cómplice con labios sellados de sangre.

Teodoro Petkoff escribe el libro Checoslovaquia el socialismo como problema, en el que denuncia los abusos del totalitarismo soviético. La falta de libertad para debatir abiertamente, sobre la multiplicidad de factores que atentaban contra la democratización de los pueblos. Condenó con gran vehemencia las arbitrariedades en el seno de una izquierda anclada en el pasado. Aquellas reflexiones calaron muy hondo. Quien denunciaba rompía el cerrojo del mundo rojo. Alguien nacido en el mismo útero denunciaba a su madre desalmada. Sus palabras lograban un impacto fulminante en el archipiélago de la izquierda. El santuario soviético perdía una vela que se encendió en la conciencia de los sometidos.

 

Años de oscurantismo clavados con sospecha se sentían expresados en el valiente Teodoro Petkoff. El debate corrió como pólvora. Se abrieron las compuertas de los espacios conculcados. El coraje fue destruyendo las bisagras para que los pasos de la libertad penetraran las conciencias de los esclavos dialécticos. En la URSS Teodoro Petkoff recibió la excomunión de parte del premier Leonid Ilich Brézhnev. Esta vez el viejo ucraniano no pudo sonreír mirando campos de caña de azúcar. Apretó el puño sobre el escritorio en el Kremlin.

Teodoro Petkoff había desenvainado la espada en el campo luminoso del imperio ruso. Sus ideas se adelantaban veinte años a la anhelada caída del muro de Berlín. Cuando Mijaíl Gorbachov planteaba su Glasnost y la Perestroika como modelo de transformación democrática. Ya esas páginas las había escrito Teodoro hacía varias lunas.

El nacimiento del Movimiento al Socialismo

El amplio debate en el seno del Partido Comunista venezolano fue cruento. Las ideas de un socialismo democrático chocaban con aquellos que seguían manteniéndose fieles al poderío soviético. Para quienes tenían en sus tobillos grilletes dogmáticos, le era muy difícil comprender que más allá de los barrotes estaba la libertad. Que su adhesión automática era la candidez de aquel que mantenía su vasallaje más allá de la propia existencia.

Fueron infructuosas las jornadas en donde los conminaban a reaccionar. Su visión con ojos moscovitas, les impedía poder observar una realidad que los golpeaba. No fue fácil partir dejando luchas, lealtades y afectos. Cuando amanecía escucharon al viejo gallo rojo cantar por última vez en sus vidas, ahora buscaban un horizonte naranja en donde depositar todas sus esperanzas. Un 19 de enero de 1971 se presentaba ante la sociedad venezolana el Movimiento al  Socialismo ( MAS).

Sentado en una mesa estaban, entre otros, Teodoro Petkoff, el legendario Pompeyo Márquez, Argelia Laya, Freddy Muñoz. Sus ideas de un socialismo a la venezolana gustaron de entrada. Es decir, autóctono y democrático. Sin ningún tipo de tutelaje del modelo soviético, ni tampoco de otras expresiones de totalitarismos de izquierda, buscaban la vía electoral que desterrara para siempre las intentonas insurreccionales, que solo habían traído fracasos.

El magnetismo que alcanzó el partido lo hizo lograr la adhesión de una pléyade de intelectuales de amplia simpatía nacional. Para ello contribuyó el entusiasta respaldo del fascinante escritor colombiano Gabriel García Márquez. La música del himno de la organización fue un obsequio del célebre director de orquesta griego Mikis Theodorakis. Su fuerza indiscutible se nutrió en las universidades. Los gremios acogieron con simpatía aquella forma inteligente de hacer política.

Cuando llegaron al parlamento se convirtieron en la notoriedad, que marca la brillantez de los predestinados. Sus declaraciones de principios sobre diversos temas llenaban los espacios periodísticos, en el seno del partido se aprendió a debatirlo todo. No había vacas sagradas ni menos verdades absolutas. Reinaba un espíritu democrático que echaba raíces en la conciencia colectiva. Rompía con los cánones de la estrategia política. La audacia combinada con la agudeza mostraba un cariz en el terreno de la valentía. Ni hablar de su propaganda en cualquier ámbito. Sus afiches eran obras de colección. El discurso de sus dirigentes era diferente.

Una radiografía existencial encontraría al masista en la irreverencia del debate. Nunca se conformaba, tampoco estaba aferrado al dogma. Rebelarse democráticamente frente a las injusticias estaba en su sangre de corajudo militante. En cincuenta años combina aciertos y errores. Son cinco décadas de una trinchera que nació luchando contra el oprobio. Fue quijotesca la puesta en marcha del génesis fundacional. Una obra propia de gigantes con pie de pueblo. Seres con un talento fuera de serie.


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