Hay que estar claros desde el principio. En Venezuela no hay manera de saber a ciencia cierta el comportamiento de la economía, pues los indicadores oficiales siempre reciben una gran dosis de maquillaje antes de ser publicados; y los que recogen organizaciones no gubernamentales u oficinas dedicadas a la tarea por iniciativa propia son el resultado de grandes esfuerzos y una lucha encarnecida en contra de la censura.

Sin embargo, es sorprendente que para abril de 2022 las cifras que da el Banco Central de Venezuela sobre la inflación (ellos la rebautizaron “índice de precios al consumidor”) es mayor a la que publicó días atrás el Observatorio Venezolano de Finanzas. De acuerdo con el ente emisor oficial, el IPC del mes pasado fue de 4,4% y según el OVF fue de 3,6%.

Lo importante que debe destacarse aquí no es la diferencia, sino que hubo un repunte con respecto a marzo. En esta cifra se incluyen muchos rubros, que van desde los gastos de educación y de alimentos y bebidas no alcohólicas hasta los de recreación y esparcimiento. Si aterrizamos los análisis cuantitativos que hacen los expertos y que poco entiende la gente, habría que añadir que eso de tiempo de ocio no es un lujo que el ciudadano de a pie pueda darse en estos días, por lo que su incidencia en el aumento de la inflación es casi imperceptible para el bolsillo de los venezolanos.

Lo que sí llama la atención, y más que es el BCV el que lo publica, es el salto que dieron los precios agrupados en el rubro de alimentos y bebidas no alcohólicas. En marzo se registró un aumento de 1% y en abril fue de 5,6%. ¿Esto qué quiere decir? Pues que la preocupación principal del venezolano, la comida, es la que más golpea su bolsillo. De nada vale que el gobierno chavista diga que se venció la hiperinflación si precisamente lo que más necesita la gente aumenta descontroladamente.

Algunos expertos del Observatorio Venezolano de Finanzas aseguran que el comportamiento de los precios de marzo a abril indica que el Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras no ha tenido ningún impacto. Es insólito que sea el OVF el que se aventure a hacer una acotación tan optimista, pero así lo dijeron en un boletín de prensa de principios de mayo. Es lo que pasa con los estudiosos de los índices económicos, que a veces se aíslan tanto del contexto que pierden conexión con la realidad y entonces sus lecturas se vuelven demasiado “estériles”, casi que a nivel científico.

Lo que ocurre con el impuesto no es que no ha impactado los precios, sino que no se ha aplicado, y no es una simple suposición. Hace unos días los miembros de la Asociación Nacional de Supermercados y Autoservicios afirmaron que necesitan al menos 40 días para poder programar todas las cajas con el fin de cobrar el gravamen. Es decir, que el peso real sobre los precios está por verse.

De cualquier manera, y aunque el OVF y el BCV sean optimistas con respecto a los índices inflacionarios, la realidad es que una familia necesita más de 380 dólares mensuales para comprar la canasta alimentaria. Ni siquiera vale la pena sacar la cuenta de cuántos salarios mínimos son, porque se sabe que no alcanzan.

 


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