Toda cinematografía refleja inevitablemente los tiempos que corren, no necesariamente en perfecta sincronía, a veces, por motivos inexplicables o no tanto, el cine anticipa la realidad. Aclaremos que lo hace a su manera, oníricamente y cubriendo sus pasos, para que la lectura de sus sueños o pesadillas solo pueda ser hecha a posteriori. El mejor ejemplo de esto tuvo lugar en la década del 20 en la Alemania de la Republica de Weimar. Es cierto que la década en términos de cine tiene un comienzo temprano. En 1919, ve la luz (es un decir) una película que hoy todavía pone la piel de gallina. El gabinete del Dr Caligari de Robert Wiene. Postulaba un sonámbulo que, digitado por el siniestro doctor del título, podía predecir el futuro y llevar a sus seguidores a la muerte y el horror metafísico. En rigor el protagonista no era Caligari, ni el sonámbulo Cesare, ni la bella dama Lil Dagover. La película proponía una escenografía de arquitectura quebrada, ángulos imposibles y sombras obscenas que amenazaban y devoraban a los protagonistas, y que, de paso, mucho decían sobre la derrotada  Alemania y sus pesadillas. Era solo el comienzo.

En 1922, las sombras cristalizaban en Nosferatu, primera versión de la novela de Bram Stoker, que para obviar el pago de derechos a la viuda del creador de Drácula lo rebautizaba Conde Orlok. A partir de ahí, los monstruos se multiplicarían. El mismo año, el Dr. Mabuse, creado por Fritz Lang y su esposa hacía su entrada en sociedad con dos películas clásicas Dr. Mabuse el jugador y Dr. Mabuse inferno. El villano protagonista era un hipnotizador consagrado al mal, capaz de llevar el caos y la desgracia a la sociedad, en persecución de sus sueños de dominación mundial. La historia sonaba conocida. Wiene proponía Las manos de Orlac, trasplante de las manos de un asesino a un hombre inocente, con la previsible derivación de una vida propia de las extremidades. Más siniestra y menos conocida era una película llamada Sombras sobre un millonario y su teatro de marionetas que en realidad y en el juego de sombras proponía hipótesis sobre lo que la vida de cada cual podía devenir y un destino posible y terrible para cada invitado. En realidad lo que todas estas películas hacían era una lectura de esa realidad agobiante en la cual se combinaban una inflación galopante con la humillación de la derrota y los tratados de Versalles. Más terriblemente, las películas, con sus villanos metafísicos, su postulación de esquemas de dominación de la sociedad, y su lectura de los actores secundarios como víctimas manipulables eran una premonición de lo que la década posterior traería. Y todo ello envuelto en la bruma de paisajes desolados que comentaban el estado de ánimo no solo de los protagonistas sino además de toda la sociedad. No en vano, el libro clave sobre el período se llama De Caligari a Hitler. Al mismo tiempo el cine alemán, a través de la UFA, era la cinematografía más importante de Europa y sus directores (Fritz Lang, F.W Murnau, entre tantos) y actores (Peter Lorre, Werner Krauss, Conrad Veidt) eran las estrellas de la época.

El final llegaría con el ascenso de los nazis. Los más emigrarían a Estados Unidos y poblarían el cine negro de sombras ominosas que en mucho contribuirían a su éxito. Algunos (siempre los hay) serían los Mephistos del caso y ofrendarían su carrera y su pasado al Reich. La década del 20 sería uno de los períodos más fecundos de la historia del cine. Otro libro clásico sobre el período la define muy bien desde su título.

La pantalla diabólica.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!