Joseph Stilwel junto al generalísimo Chiang Kai-shek y su esposa

A dos semanas de la invasión rusa a Ucrania percibo que la opinión pública internacional, los Estados y pueblos de Occidente y la gente de buena voluntad; mantiene una profunda indignación ante esta gran injusticia. Pareciera que la cultura relativista e indiferente que se ha ido consolidando con la alta conectividad que permiten los celulares, sumado a la frivolidad de las redes sociales les ha salido; ¡por fin tienen en su contra una causa justa para unirse en torno a los valores de la solidaridad, la democracia-liberal y la paz! Es triste pero una vez más el padre fundador Thomas Jefferson vuelve a tener razón cuando afirmó: “El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos”. No recuerdo en mi vida una movilización tan grande en apoyo a la heroica lucha de un pueblo contra la crueldad de un gigante armado. En este sentido, desde nuestro proyecto de estudio sobre el 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial, podemos ofrecer luces y ejemplos de cómo en el pasado se dio un compromiso con un país débil que fue agredido cruelmente por una potencia militar e imperialista. Sin alejarnos de los primeros meses de 1942 responderemos a la pregunta: ¿Cómo fue este apoyo y qué ocurría en la China ocupada (Guerra sino-japonesa, 1937-1945) mientras el Imperio del Japón desarrollaba su ofensiva en el Pacífico y el sureste asiático (diciembre de 1941 a junio de 1942)?

La resistencia del pueblo chino es considerada por buena parte de la historiografía como el factor fundamental que debilitó el expansionismo japonés. No en vano algunos afirman que la Segunda Guerra Mundial se inició en 1931 con la invasión a Manchuria (Richardo Overy, 2021, Blood and Ruins. The Great Imperial War, 1931-1945) o a la propia China en 1937 (Anthony Beevor, 2002, La Segunda Guerra Mundial). Es el país con mayor número de víctimas después de la Unión Soviética con aproximadamente 20 millones de almas que representan 90% de las que se perdieron en el Frente del Pacífico y Asia, y que a su vez son un tercio del total de este gran conflicto. Dicho sacrificio y esfuerzo sería premiado al otorgarle un asiento permanente y el poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 1945.

Joseph Stilwell

El apoyo occidental a China desde 1931 hasta 1938 fue muy lento y temeroso de generar un conflicto con su antiguo aliado en la zona, aunque no prohibió la participación de voluntarios o iniciativas privadas de ayuda. El 20 de noviembre de 1938 el gobierno chino presidido por el generalísimo Chiang Kai-shek (líder del Partido Nacionalista: el Kuomitang, que dio origen a la República bajo el liderazgo de Sun Yat-sen con la Revolución de Xinhan el 10 de octubre de 1911) se trasladó de Nankín a Chongqing. En año y medio de guerra había perdido buena parte de la costa y la zona más desarrollada. Desde la región interior en el Sichuán occidental resistirá toda la Segunda Guerra Mundial con las pocas industrias que fueron mudadas en un medio rural de gran atraso. Pudo haberse rendido pero junto a los comunistas (con los que firmó una tregua que no siempre cumplieron) enfrentaron al invasor y ocupante nipón. Pero la pobreza; ausencia de vías de comunicaciones, aeródromos y la lejanía de importantes puertos y ríos; hacían urgente que las potencias como Estados Unidos, entre otros, los abastecieran de armas y todo tipo de recursos para hacer la guerra.

El imperio japonés de vez en cuando penetraba en este territorio pero ante las fuertes pérdidas que le generaban estos intentos de doblegar la resistencia, comenzaron a darle un mayor protagonismo al papel de su aviación (bombardeo de núcleos poblacionales y acción táctica junto al ejército). El apoyo soviético se reduciría en 1939 cuando estos firmaron un pacto de neutralidad con el Imperio del Japón después de la larga Batalla de JaljilGo. Estados Unidos vendría al rescate ofreciendo créditos que pasarían de 25 a 100 millones de dólares de 1938 a 1940, y el sector privado apoyaría en la industrialización. A finales de 1940 el presidente Franklin Delano Roosevelt permitiría el envío de armas y en 1941 se incorporaría al programa de “préstamo y arriendo” facilitando la adquisición de estas por más de 145 millones de dólares. A finales de dicho año llegarían 300 pilotos voluntarios estadounidenses con 100 cazas Curtiss P-40 Warhawk (la AVG: American Volunteer Group comandados por Claire Lee Chennault), gracias a las gestiones de la esposa del generalísimo: Madame Chiang Kai-shek (Soon May-ling), quien había estudiado en Estados Unidos  desde sus diez años hasta graduarse en la universidad. Con el ataque a Pearl Harbor la alianza sino-americana se hizo plena mandando el personal y los equipos para formar nuevas divisiones del ejército chino y aeródromos. Todo estaría bajo el mando del teniente general del US Army: Joseph Stilwell (“Uncle Joe” o “Vinager Joe”).

Eleanor Roosevelt y Soon May-ling

En los primeros artículos de esta serie de finales de noviembre del año pasado, explicamos cómo el Japón comenzó una ofensiva en el sureste asiático para cerrar todas las vías de aprovisionamiento de armas a la resistencia china y obtener el petróleo indonesio (debido a que Estados Unidos lo sancionó en 1941 con el corte de suministro de combustible). Las últimas dos vías que quedaban fueron atacadas: Hong Kong (sometida el 25 de diciembre de 1941) y la carretera de Birmania (esta última se cerraría con la caída de Rangún 8 de marzo de 1942), de modo que la única forma de lograr el abastecimiento fue por vía aérea desde la India atravesando el Himalaya (“The Hump”: la joroba) mientras se construía una nueva carretera (Ledo). Este compromiso lo asumió Estados Unidos y logró de esa forma enviar siete mil toneladas al mes desde mayor de 1942 y ese año el crédito a China fue de 500 millones de dólares. El personal militar que llegaría a la región (entre China, la India y Birmania) para apoyar la lucha de los chinos superó los 250.000 soldados. Los Aliados se habían comprometido con un pueblo que era débil militarmente pero que había demostrado el coraje para no rendirse jamás.

 


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