Por estos días a Pu-Tza, la diosa china de la fecundidad, no le llegan muchas plegarias. Sentada sobre su flor de loto, agita frenéticamente sus 16 brazos buscando atención, pero sus devotos la ignoran. En realidad, no es la hora de las deidades.

En 2015, Xinhua, la agencia noticiosa oficial china, anunciaba el fin de la política del hijo único al permitir que las familias tuvieran dos. Cinco años han pasado desde esa generosa decisión. Ahora, el neomandarinato se muestra aún más espléndido y decide aumentar a tres hijos por familia. Put-Za debe haber dado un salto de felicidad y casi sale de su flor de loto.  Sin embargo, ¿será este derroche de magnificencia un reconocimiento del fracaso o de evidente insuficiencia? En todo caso, dos o tres hijos, no parecieran mover la aguja de un crecimiento demográfico a fuego lento. La generación del hijo único le perdió el gusto al olor y a la música de una familia numerosa.

Es frecuente leer elogios sobre el dirigismo económico y gubernamental del comunismo y en particular del gobierno chino con su legendaria y reconocida capacidad de planificar a largo plazo. Pero pareciera evidente que, sobre demografía, China no vio el problema venir. Permitir a las familias pasar de dos a tres hijos es una elocuente señal de detresse.

Dando un vistazo al pasado, el tema de la demografía ha tenido distintas perspectivas. De hecho, el crecimiento poblacional fue política de Estado durante el reordenamiento geopolítico de postguerra y luego de enterrar a 55 millones de chinos entre 1958 y 1962, víctimas de la hambruna causada por el lamentable “Gran Salto Adelante” (la masiva colectivización agraria al estilo soviético de los años 30) Así, el “Gran Timonel” Mao Tse-Tung, vio en una población numerosa una de las grandes fortalezas de China, en particular en el plan militar al atribuírsele la idea peregrina de que, en caso de una hecatombe nuclear, China podría perder alrededor de 300 millones de personas (casi la mitad de su población de esos años), pero seguiría siendo el país más poblado del mundo, así estaría garantizada la sobrevivencia del socialismo. Un dislate que solo se explica por el zeitgeist de la guerra fría. El conteo de cabezas bajo la lógica de la destrucción mutua asegurada (“MAD” en sus siglas en inglés) tenía profundo sentido.

Sin embargo, solo tres años después del fallecimiento de Mao en 1976, su heredero Deng Xiaoping dio un giro radical al imponer la política del hijo único, por razones más bien frívolo-económicas. En efecto, para alcanzar un aumento sensible del ingreso per cápita, era necesario una menor población, calcule y saque sus conclusiones…

Durante 35 años, esta política se impuso con mano de hierro, con abortos y campañas de esterilización forzadas y duras sanciones. En mis conversaciones informales en varios viajes a China entre el 2000 y el 2016, comprendí la profundidad del trauma psicosocial que esta política de Estado había causado a todo el pueblo. Los cálculos más conservadores dan cuenta de unos 400.000 nacimientos “evitados” durante esos años.

La vida puede ser sorprendentemente cínica, hoy los chinos reciben desde las alturas del neomandarinato señales diametralmente opuestas: “Tener hijos por el país» es patriótico, “impulsar las virtudes de la familia china y de convertirlas en un cimiento decisivo del desarrollo nacional, el progreso y la armonía social”. Vaya contraste en pocos años. De hecho, ya existen planes que van desde extender el permiso de maternidad hasta ofrecer incentivos económicos en efectivo o a través de deducciones fiscales para quienes tengan un segundo hijo. Sin duda alguna, se trata de la generosidad de Put-Za personificada en las acciones del magnánimo Partido Comunista Chino

Durante años varias señales de alarma fueron accionadas por demógrafos, así como las de diversos estudios, censos y proyecciones de distintas fuentes. A mediados de 2016 el gobierno chino anunciaba rozar una población cercana a los 1.400 millones de personas, lo cual, junto a otras métricas económicas, indicaba un apogeo espectacular entre el concierto de naciones.

No obstante, el revés de la moneda muestra un claro riesgo para China de «envejecer antes de hacerse rica». En realidad, estudios indican que a partir de 2030 la curva demográfica comenzará a descender y disminuirá a 1,3 millardos en 2050. Asimismo, otros estudios avanzan que en 2100 el país contará con 940 millones de habitantes (450 millones de chinos menos). Proyecciones discutibles por su extenso horizonte, pero no menos inquietantes. En todo caso, hoy China tiene la menor tasa de natalidad de su historia reciente. Esta no es una discusión maltusiana, este declive poblacional no es el resultado de escasez de alimentos o enfermedades, es sencillamente el resultado de la “ingeniería social china”.

Para paliar esta situación, en 2015 se produce el primer acto de generosidad, a las parejas se les permitió tener un segundo hijo. Sin embargo, en 35 años se habían producido profundos cambios en la sociedad china. La generación anterior había anhelado tener familias grandes, por el contrario, la que creció con el único hijo no piensa igual. El progreso económico trajo inmensos cambios y consecuencias sociales: costo financiero de los hijos, red de guarderías saturadas, aumento vertiginoso del costo de alquiler o de la adquisición de viviendas, políticas sociales incipientes y, sobre todo, el desarrollo de conductas más hedonistas. Esto último termina siendo una paradoja en un país comunista, pues mientras más riqueza material, más libertad para escoger. Hoy la típica estructura familiar china es la fórmula 4-2-1, cuatro abuelos, dos padres y un hijo. Sin pensión por jubilación, los abuelos son responsabilidad de sus descendientes, que no pueden permitirse tener varios hijos propios.

El gobierno chino no anticipó esta crisis demográfica que podría costar muy caro a la economía china y crear un problema real de atención a la vejez dentro de un par de décadas. Un error de planificación, por tanto, una vergüenza para un país comunista. En momentos en los cuales China piensa en grande, su economía a punto de alcanzar la posición de cabeza en el ranking de las economías del planeta, con veleidades de dominio y control, planes internacionales expansivos y ambiciosos, y siendo el centro de la atención de los países integrantes del G7, esta lectura demográfica pintaría una situación de moderación y declive.

Hoy, si la política de hijos únicos apuntaba evitar una explosión demográfica, su pésimo resultado ha sido la explosión numérica de la tercera edad, lo cual ante la lentitud del desarrollo socio económico y la incipiente red de seguridad social, este segmento de la población estaría condenado a vivir sus últimos años en la oscuridad de la pobreza y el desamparo institucional. Esta situación demográfica pudiera ser similar a la de Japón y varios países europeos, pero con un abismo de diferencia en desarrollo económico y seguridad social. China envejece antes de enriquecerse…

Si a lo largo de los años de crecimiento vertiginoso (1980-2004) China sacó de la pobreza a 600 millones de personas, es trágico entrever que una enorme proporción volverá a vivir en la precariedad al alcanzar la edad de la jubilación, amén de las consecuencias de un envejecimiento generalizado de la población, su impacto en el mercado de trabajo y la pérdida del concepto tradicional de familia como “célula fundamental de la sociedad”.

Parafraseando el adagio ¿y si la demografía es el destino?

 


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