El rechazo de la propuesta de nuevo texto constitucional debiera serenar el debate político en Chile, cerrando un ciclo de excitación que comenzó con el estallido social de 2019, cuando el entonces presidente conservador Sebastián Piñera pensó que la forma de dar salida a la inquietud popular era dejar a un lado la Constitución de 1980 (aprobada en la era de Pinochet y ampliamente reformada después: desde 2005 lleva la firma del presidente socialista Ricardo Lagos).

Aunque el cambio constitucional solo había sido demandado desde la izquierda, el país se embarcó en proceso que, más allá del debate de ideas y proyectos que ha habido durante estos cuatro años en la sociedad chilena (algo siempre útil en una democracia), ha servido para dos cosas políticamente:

Una, para dejar en evidencia los excesos, tanto de la izquierda no moderada (que alcanzó la presidencia con Gabriel Boric, obtuvo mayoría en la primera Convención Constituyente y elaboró un texto estridente luego rechazado por el pueblo en septiembre de 2022) como el de la derecha no tradicional (que logró mayoría en el subsiguiente Consejo Constituyente y propuso un proyecto menos radical que el otro, pero también escorado hacia un lado e igualmente descartado en el plebiscito del pasado domingo). Que el segundo intento era más acorde con las aspiraciones chilenas lo indica que logró seis puntos porcentuales más de apoyo popular que el primero (44,2% frente al 38%), aunque también decayó.

La segunda utilidad ha sido la de poner a prueba al Partido Republicano de José Antonio Kast y eso ha llevado a enfriar sus expectativas electorales. De una primera vuelta en las presidenciales de 2021 con 1,9 millones de votos, pasó a una segunda vuelta en la que obtuvo 3,6 millones. El castigo a la presidencia de Boric que supuso el plebiscito constitucional de 2022 propulsó a Kast, cuyo partido sumó 3,4 millones de votos en la elección del siguiente Consejo Constituyente a pesar de la menor participación. En ese Consejo, los republicanos demostraron poca flexibilidad y excesiva doctrina; pactaron enmiendas con la derecha tradicional y el centro derecha de la coalición Chile Vamos, pero se creyeron dueños del momento.

Es de suponer que Chile vuelve ahora al centro. Boric ya ha advertido que no acogerá ningún otro intento de nueva Constitución. La ley introducida en 2022 para rebajar la mayoría cualificada requerida para reformar la Carta Magna (pasó de 2/3 a 4/7 en el apoyo en las dos cámaras legislativas) podría dar pie a movimientos desde alguna bancada, pero los principales partidos no optarán por esa dinámica, pues consideran que la ciudadanía está exhausta.

La centralidad a la que se llega se manifiesta también en la curiosa valoración que se ha hecho en algunos sectores del centro izquierda acerca de la Constitución vigente, que de ser presentada como la del dictador Pinochet, pasó a ser después el «muy mejorado» texto de Lagos. La Constitución no era el principal problema que tenía Chile en 2019 y, por lo que parece, el país puede seguir viviendo con esta Carta algún tiempo más a pesar de sus deficiencias en la explicitación de derechos.

El resultado del nuevo plebiscito no da aire a Boric. Habría quedado políticamente muy afectado de haberse aprobado el nuevo proyecto, pero la preservación de la Constitución de 1980 cuestiona profundamente el propósito de su presidencia. En todo caso, cualquier alivio es muy momentáneo, pues tiene otros problemas políticos serios, algunos referidos a corrupción en su entorno, que dañan su aceptación popular.

Algo gana, en cambio, Chile Vamos, de la que forman parte tres partidos: Unión Demócrata Independiente, Renovación Nacional y Evópoli. Si bien son responsables de haber puesto en marcha todo este caótico proceso desde la presidencia de Piñera y defendieron el voto afirmativo en el plebiscito del domingo, había percepción de que el texto era inspiración de Kast y sus republicanos y de que la derecha tradicional en realidad había actuado más bien como elemento moderador. El pinchazo de Kast debiera revalorizarles. La posibilidad incluso de una escisión en el Partido Republicano –el senador Rojo Edwards habla de fundar un partido libertario, a lo Milei (Kast y Milei no son lo mismo)– podría aumentar las esperanzas de Chile Vamos.

En el fondo, el pueblo chileno vuelve donde estaba antes de que todo comenzara. Puede verse como una sociedad madura que, aún consciente de sus muchos problemas, rechaza los experimentos cuando estos comienzan a tomar forma.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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