Lo que sucede en Chile no es un hecho estrictamente local; es parte de un amplio proceso de dominación regional, incluso hemisférico, en que está empeñado el castro comunismo cubano, con el respaldo de su aliado político y financiero: la dictadura venezolana. Y todos los partidos marxistas de la región, que siguen sus pautas, cuyos lejanos orígenes derivan de la Revolución rusa, la fundación de la Internacional Comunista y la conmoción de dos guerras mundiales y el establecimiento, a partir de 1945 y el fin de la Segunda Guerra de un gran sistema totalitario, el bloque soviético, que cohabita bajo la consigna de la coexistencia pacífica con el gran bloque victorioso en esa contienda: el liberalismo democrático liderado por Inglaterra y Estados Unidos. Con la partición de las fuerzas políticas globales en dos grandes mitades. Son las grandes potencias enfrentadas virtualmente que condicionan mediante un complejo sistema de entendimientos y acuerdos la vida política contemporánea, que bajo dichas características bien puede ser definida, como lo hiciera el jurista y teólogo político alemán Carl Schmitt, como el enfrentamiento de una enemistad, de una hostilidad ontológica que constituye la relación amigo-enemigo, esencia de lo político. Vale decir, es un proceso de hostilidad y enfrentamiento que subyace a toda acción política y que quisiera subrayar en esta circunstancia para contribuir a la comprensión de los objetivos que persiguen las fuerzas marxistas chilenas que, fieles a su proyecto estratégico originario, persiguen la fractura del sistema político institucional chileno, derrotar al conjunto de las fuerzas democráticas, asaltar el gobierno liberal democrático e imponer un sistema socialista en Chile. A ello obedece este ataque a la columna vertebral que sostiene a la democracia chilena, su Constitución, y el intento por imponer mediante una consulta plebiscitaria que autorice y legitima un proceso constituyente otro sistema de leyes que garantice la existencia y consolidación de un sistema socialista en Chile.

Es el modelo impuesto en Venezuela tras el golpe de Estado militar de febrero de 1992, que terminara por desarbolar la democracia venezolana, hundir en el caos sus instituciones y asaltar electoralmente el Poder Ejecutivo a finales de 1998. Es la dictadura comisarial que impera en Venezuela desde entonces. Y que no ha logrado su propósito de convertirse en una dictadura constituyente y arrasar con la vida democrática que sobrevive gracias a la tenacidad y persistencia en su defensa por las fuerzas democráticas tradicionales. Logrando, en cambio, una forma inédita de sumisión dictatorial: instaurar una demodictadura de cohabitación, cívico-militar, en un comienzo petrolera, ahora narcotraficante y subordinada a los poderes de Cuba, Rusia, China y el terrorismo islámico. Tolerada por una oposición que prefiere y privilegia la cohabitación al enfrentamiento mediante la paridad de poderes: dos presidencias, dos parlamentos, dos Cortes Supremas de Justicia, incluso dos sistemas diplomáticos. Si bien el poder real, el de las armas, continúa en apariencia férreamente unido sosteniendo este extraño parapeto bicefálico estatal.

La venezolana, bueno es subrayarlo pues es el producto de la constituyente que hoy se pretende instalar en Chile,  es una inédita forma de dictadura que mantiene con vida a la tiranía cubana proveyéndola de petróleo y dólares, sin los cuales el régimen castro comunista hubiera colapsado motu proprio, por su mera incapacidad de supervivencia. De allí la importante presencia de decenas de miles de soldados y oficiales cubanos, que controlan y manejan al Estado venezolano. Y su intromisión a todos los niveles del Estado y la sociedad. Es esencial comprender esta relación de subsistencia, pues el régimen cubano no puede tolerar la caída de Nicolás Maduro, el restablecimiento de la democracia en Venezuela y la pérdida de su principal fuente de financiamiento. Antes de permitirlo, los gobiernos de Cuba y Venezuela están dispuestos a generalizar un conflicto multinacional en América Latina, llegando incluso a asaltar la Casa Blanca. Esa y no otra es la razón de la insurrección impulsada y promovida por Cuba y Venezuela, con el respaldo de las fuerzas castro comunistas chilenas, a partir del 19 de octubre de 2019. Proteger a Cuba, primariamente, y a Venezuela, en segundo lugar, generando el caos y la desestabilización en América Latina. Es la razón última que hoy nos reúne, pues el plebiscito convocado para noviembre próximo es el instrumento de la desestabilización de la sociedad más estabilizada de la región. La pérdida de su anclaje constitucional mediante este estado de excepción, que acarrearía la gran derrota de las fuerzas liberal democráticas. Oponerse a la realización de dicha constituyente y resolver de cuajo el estado de excepción en que naufraga la sociedad chilena desde “la revolución de Octubre”, como llaman algunos de los personeros del comunismo chileno a la insurrección violenta contra el Estado de Derecho, es un imperativo categórico de las fuerzas democráticas. Ceder a las exigencias del castro comunismo chileno, como de hecho cediera el presidente Sebastián Piñera acordando esta salida de complicidad seudoconstitucional que diera inicio a este proceso de excepción, constituye sin ninguna duda una traición a la chilenidad. El plebiscito aquí en discusión no obedece a profundas razones históricas y sociopolíticas: es una maniobra de la politiquería de la cohabitación y la convivencia que se practica desde un Ejecutivo dispuesto a transar los principios inalienables de la democracia con quienes no le tienen el menor respeto.

Enfrentamos, pues, un proceso que, en cuanto a América Latina respecta, se inicia el 1 de enero de 1959 con el triunfo de la llamada revolución cubana, que pone fin a la narrativa republicana e independentista –en la que Cuba no tuvo, por cierto, la menor incidencia, pues fue el último sostén de la corona española, de la que fue liberada por las cañoneras norteamericanas– para convertirse en cabeza de playa del comunismo soviético en un proceso que en su transcurso ha cubierto distintas etapas: intentó imponerse en primer lugar mediante la lucha armada y la guerra de guerrillas, en un burdo intento por reproducir las condiciones que condujeron al fin del Batistiato y a la victoria de las guerrillas de Fidel Castro. Intento que fuera derrotado en toda la región gracias a la acción contra insurgente de las fuerzas armadas y el consenso democrático de las fuerzas políticas civiles. Buscando luego pasar de la lucha armada a la lucha electoral, hasta llevar a la presidencia de Chile a un socialista y tratar de imponer mediante la llamada Unidad Popular un gobierno socialista, de claro sesgo marxista e implementar los cambios que permitieran el establecimiento de un gobierno revolucionario. Fue un proceso cortado de raíz gracias a la patriótica y oportuna intervención de las fuerzas armadas y el establecimiento de una Junta de Gobierno bajo su tuición y el respaldo de las instituciones democráticas chilenas. Es, en sus grandes rasgos, la herencia dejada por el gobierno militar, que hiciera posible el fortalecimiento de las características liberales hoy por hoy dominantes en Chile, objeto del asalto del castro comunismo cubano. No pudiendo por ello menos que reconocer y valorar la inmensa y trascendental importancia de la acción del general Augusto Pinochet. Y la permanente vigilancia de nuestras fuerzas armadas. Sin jamás perder de vista a las fuerzas hostiles a la institucionalidad democrática que conviven en su seno con el liberalismo.

Insisto en subrayar tanto las condicionantes internacionales, caribeñas, del llamado proceso constituyente chileno, como la franja injerencia con claros y certeros objetivos de desestabilización política de los partidos marxistas nacionales –socialistas, comunistas, miristas, frente amplistas, entre otros–, porque este proceso constituyente, la tercera fase de las formas de asalto al poder por el castro comunismo, no surge de una realidad sociopolítica nacional ni es el resultado de una crisis de gobernabilidad e institucionalidad que hubieran puesto de manifiesto el fracaso de la Constitución vigente para sostener la estabilidad social y política del país. Como lo señalara el gran teórico del Estado inglés, Thomas Hobbes, en su Leviatán, “veritas non facit legem”, las leyes no son producto de la verdad, la razón y la lógica, sino de la fuerza. Ni garantizan por su mera existencia las virtudes que pretenden institucionalizar. Inglaterra no tiene lo que los chilenos llamamos “una Constitución”. Los norteamericanos solo han tenido una desde su fundación, apenas modificada por algunas enmiendas. Venezuela, caso opuesto, ha tenido 26 constituciones. Ninguna logró dotarla de un marco de referencias estable para hacer posible su desarrollo. Salvo la instaurada a la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y estatuida en 1960. Se prolongó con plena vigencia desde entonces hasta el golpe de Estado militar del teniente coronel Hugo Chávez cuarenta años después, que no traía otro proyecto histórico que una constituyente. Fue la base para implementar el establecimiento de la dictadura castro chavista que desde entonces toleramos. Esa constituyente, soportada por el bolivarianismo rescatado de las catacumbas de la historia venezolana, es la ideología del castrismo.

El golpe de Estado protagonizado por Chávez en connivencia con los estados mayores de todas las fuerzas armadas, golpistas por tradición y doctrina desde su fundación, en medio de un ataque frontal de los medios y los partidos tradicionales dominantes en la Hegemonía Democrática contra el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, le asestó un golpe mortal al gobierno más exitoso de la Venezuela contemporánea. Que en solo dos años había logrado un muy exitoso refinanciamiento de su deuda externa, tuvo un crecimiento interanual de su economía del 10%, reconocida en el encuentro de Davos de 1992 como la economía más exitosa del mundo, redujo drásticamente el desempleo, elevó considerablemente la producción de petróleo y comenzó un proceso de transformación de su economía mediante una reducción de la intervención del Estado y una liberalización de la economía privada. De haber logrado implementar su proyecto de estabilización macroeconómica, creando un fondo con los grandes y cuantiosos activos logrados por la venta de petróleo, la economía venezolana hubiera sido una de las más poderosas del mundo. Para inmensa desgracia de los venezolanos, llevados por el rencor y el odio incluso de su propio partido, el proyecto de liberalización de la sociedad venezolana encontró bajo la estúpida consigna del “neoliberalismo” el rechazo de todos los sectores, creando las condiciones para el golpe de Estado. Se cumplió a la perfección “la marcha de la locura”, como ha denominado la historiadora norteamericana Barbara Tuchman las acciones suicidas emprendidas por algunos pueblos y gobiernos, que proceden  contra sus propios intereses. Hugo Chávez fue el inmolador de la Venezuela decidida a auto amputarse. El proyecto constituyente fue su Caballo de Troya. Chile está a punto de cometer el error de los troyanos, sin darse cuenta de que lleva en su vientre el mal del castro comunismo.

Después de cuarenta años de plena y exitosa vigencia, no había ninguna razón que justificara e hiciera necesario derogarla creando una nueva constitución. Era la manera de golpear en su esencia a la democracia liberal abriendo las puertas del poder político y económico del país más rico de América Latina al asalto de la barbarie castro comunista cubana. Poner de ejemplo al servicio de la realización de la constituyente chilena, los logros de la constituyente venezolana, denota un craso desconocimiento de la trágica situación creada por la dictadura castrochavista que se le impusiera al pueblo venezolano. Hundido en la más espantosa crisis humanitaria de su historia, cruelmente agravada por el virus chino. Winston Churchill, sin la menor duda el más grande de los líderes del liberalismo en el mundo, hizo notar la incapacidad e inoperancia del socialismo para crear riqueza, señalando que si el desierto del Sahara pasara a manos socialistas, en pocos años desaparecería la arena del planeta. Venezuela, principal reserva estratégica de petróleo en el mundo, debe importar la gasolina que necesita. No sólo se ha estancado su producción de petróleo, sino que han colapsado y desaparecido sus principales refinerías. Hoy se ve obligada a importar la gasolina para consumo interno, de Irán. Mientras le regala cien mil barriles de petróleo diario a Cuba, que los revende, mientras recibe algunos embarques de gasolina financiados por la dictadura madurista. ¿Habrase visto mayor traición y entrega de la soberanía nacional? ¿Es lo que persiguen quienes promueven el proceso constituyente desde el socialismo chileno, entregarle al castro comunismo cubano nuestra soberanía y las parcas riquezas de que nos proveyó la naturaleza?

La realización de un plebiscito constituyente marca una línea divisoria absolutamente intransitable por las fuerzas liberal democráticas chilenas. No existe alternativa al rechazo, salvo en aquellos que, prisioneros de añejas y caducas ideologías políticas, buscan imponer los medios para destruir nuestra idiosincrasia, someternos a gobiernos extranjeros y traicionar la herencia depositada en nosotros por doscientos años de República independiente. En honor a quienes han sabido defender nuestra República y enaltecer nuestro espíritu nacional, no a la constituyente.

[1] Ponencia leída ante el Partido Republicano chileno el 15 de agosto de 2020.

@sangarccs


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