El segundo ensayo constituyente en Chile, realizado en menos de dos años, terminó como el primero. Una contundente mayoría del 55% rechazó el nuevo texto presentado para sustituir la Constitución de 1980, originada durante el mandato dictatorial del general Augusto Pinochet, aunque reformada durante los gobiernos de la «concertación democrática».

El presidente Gabriel Boric habló el domingo 17 en la noche para reconocer lo inocultable. No deja de ser un hecho positivo que un mandatario se atenga a los datos de la realidad cuando tantos otros en nuestra región encariñados con el poder tienen por costumbre negar las evidencias. Puede ser, sin embargo, poca cosa cuando apremian tantas necesidades en Chile y en casi todos los países al sur del río Bravo.

Boric dijo: «Después de dos propuestas constitucionales ninguna logró unir a Chile en su hermosa diversidad. El país se polarizó, se dividió (…) la política ha quedado en deuda con el pueblo (…) El proceso constituyente estaba destinado a traer esperanza y finalmente ha generado frustración y hasta hastío en una parte relevante de la ciudadanía».

El portal El Mostrador resume en un solo párrafo lo que ha ocurrido en el país austral desde que se embarcó en el debate constitucional. «El cierre del segundo ensayo constituyente chileno demostró que un fatigado electorado chileno rechaza aprobar constituciones que no interpretan a las mayorías. El año pasado así lo hizo con el primer proyecto, fruto de una Convención dominada por una diversidad de grupos identitarios que perdieron de vista que se trataba de construir un pacto social de la nación, mismo error que en versión de derecha (y a ratos de ultraderecha) elaboró el segundo esfuerzo que fue derrotado ayer (el domingo 17)».

En el discurso del joven presidente Boric siempre hay un tono autocrítico, aunque suele quedarse corto. En esa polarización y división de los chilenos ha tenido mucho que ver su propia coalición del Frente Amplio que hizo punto de honor suplantar la «Constitución de los 4 generales». Le hubiera quedado mejor decir «hemos polarizado y dividido».

Tras dos años dedicado a una suerte de proyecto refundacional fracasado, a Boric le queda la mitad de su mandato para atender lo que verdaderamente preocupa al pueblo: la delincuencia, la violencia y la reactivación económica. «Si uno intenta negar la existencia del otro, jamás lograremos construir acuerdos para avanzar en materias que no pueden seguir esperando», sabio reconocimiento del mandatario tras meter el dedo en el agua para cerciorarse que estaba tibia.

En Chile el voto es obligatorio y 81% de los inscritos concurrió a las urnas para poner punto final -como admitió el presidente-  a este largo proceso que deja al país con el mismo texto constitucional y dos años de atraso en la atención de sus problemas más acuciantes.

Los votantes castigaron tanto a la izquierda extrema como a la derecha extrema, pero -anotan analistas- aún no surge una fuerza política o un liderazgo que sea capaz de potenciar la moderación que salió de los escrutinios realizados en Chile.

Un cuarto de siglo atrás, Venezuela compró el discurso constituyentista y refundacional como la panacea para sus males. Los alumbrados autores de la “mejor Constitución del mundo” han negado con enfermiza obstinación la existencia del otro. Chile supo reaccionar a tiempo.


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