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En Chile celebran esta semana una larga y ahora fructífera jornada que concluye hasta ahora en la aprobación de un proyecto en el parlamento que permite el matrimonio igualitario. Cancelan una profunda deuda social con todos los LGBTIQ+ de su población. Abren las compuertas al reconocimiento, a la aceptación de las diferencias, a las libertades sexuales. Las fobias a quienes ejercen una sexualidad distinta a la heterosexual quedan de lado, al menos legalmente.

Sebastián Piñera y el parlamento chileno merecen el reconocimiento de América Latina y el mundo, por esta decisión que iguala y libera. Las repercusiones, desde la ley a la sociedad de ese país no se harán esperar. Habrá más tranquilidad para las parejas que ya han mostrado su firme interés en ser registradas y protegidas en su unión. Debe haber jolgorio en Santiago. El respeto por las decisiones de cada quien en su identidad y su comportamiento, mientras no causen daño alguno a otros, debe prevalecer en lo jurídico y en el desenvolvimiento diario de la sociedad.

La protección al desarrollo de la personalidad es un derecho humano. Varias organizaciones internacionales, como la ONU y la OEA, han venido avanzando sistemáticamente en buscar garantizar los derechos a no ser tampoco discriminados que deben tener todos los habitantes. Ello ha estimulado la repercusión tan importante que ha tenido en el mundo la expansión de la apertura legal al matrimonio igualitario. Así, treinta países, de los cuales, ahora con Chile, nueve son americanos: Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Uruguay, Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil, junto a varios estados mexicanos, reconocen legalmente las uniones igualitarias. Debemos fijarnos que Norte y Suramérica son abanderados en el continente al respecto.

Mientras, en Venezuela se avanza poco o nada en ese sentido de las libertades sexuales. La gazmoñería se impone no solo desde el poder. También la hipocresía. Los límites eclesiástico-religiosos y el desinterés político, así como la baja presión que en torno al importante tema se ejerce en los partidos, así como desde ellos al parlamento, mantienen en una absurdo rezago al país. Retrógradas y cuasi decimonónicos en los avances sociales y culturales, nos cuesta con tanto límite entrar con apertura mental, sexual y política al siglo XXI.

Cuando comienza ya a debatirse la propia existencia del parlamento a partir de enero, los diputados deben enfatizar y brindarle alguna importancia al tema del matrimonio igualitario en Venezuela. Se entiende que la preocupación mayor debe centrarse, desde luego, en la forma menos violenta de salir del atolladero político que significa el régimen del terror, pero el día a día de los ciudadanos no puede postergarse más. Y en ese día a día destaca la abominable discriminación. El torpe hecho de limitar las libertades e impedir el libre desarrollo de la personalidad. Una tarea pendiente de la legalidad en Venezuela. ¿Qué tal si Venezuela se convierte pronto en el décimo, undécimo o duodécimo país en aprobar el matrimonio igualitario en América? Es una deuda amarga, prolongada, que se tiene también con la libertad.


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