Líder de la revolución bolivariana
Miguel Gutiérrez / EFE

“El hombre ha seguido el racionalismo hasta el punto en que éste se ha transformado en irracionalidad absoluta“. Erich Fromm

Corrían  los años finales de los ochenta del siglo pasado cuando visité China y entre otros escenarios me acerqué al campus de la Universidad de Shanghai. Presidía el centro de estudios superiores una majestuosa estatua de Mao Zedong, lo cual fue motivo para preguntar a mi anfitrión el tiempo que consideraba que el monumento permanecería en pie. Impertérrito me contesto: cuente con la seguridad de que la actual generación nunca la derribaría, sobre el futuro nadie lo sabe. Mao fue el fundador de la República Popular China, lo cual nos lo recuerda un gigantesco retrato que  preside la no menos gigantesca plaza Tiananmen en el centro de Pekín. Piénsese al mismo tiempo que alrededor de treinta millones de personas murieron como consecuencia de las políticas de Mao, y la respuesta que nos ofrece la dirigencia china desde su muerte el año 1976: su méritos son lo primero, sus equivocaciones vienen después, en una proporción de siete a tres, una solución práctica para entender que Mao no solo es el fundador sino también, a partir de su muerte, el mito que fundamenta todos los actos políticos de relevancia de la orgullosa y floreciente China de la actualidad.

Los recuerdos de esa visita regresan a mi mente con motivo de un en apariencia sorprendente sondeo de opinión en el que la figura de Hugo Chávez aparece con una aceptación alta en la población, independientemente de las desastrosas políticas que llevó adelante durante su presidencia y que sus sucesores han profundizado para mal de la república. La explicación del fenómeno no admite cortapisas: Chávez es un mito político, un poderoso mito político, cuya fuerte irradiación funda y fundamenta la República Bolivariana de Venezuela y sobre lo cual nos es muy difícil hoy prever sus consecuencias, independientemente del final del ensayo político creado por su genio político. En efecto, Chávez, su mito, llena todos los atributos para prolongarse no sabemos cuánto tiempo, aunque como todo lo que sucede en el acontecer histórico concluya en su inevitable decadencia y definitiva desaparición, pues a diferencia del éxito de la China de los sucesores de Mao, el experimento bolivariano muy poco, siendo generosos, tiene de positivo que mostrar.

Los mitos políticos de la época actual, como lo demuestra Ernst Cassirer en su relevante libro El mito del Estado, no son construcciones aleatorias y menos improvisadas. En palabras del autor, y excúseme el lector la larga pero significativa cita: “Los nuevos mitos políticos no surgen libremente, no son frutos silvestres de una imaginación exuberante. Son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos y habilidosos. Le ha tocado al siglo XX [y por supuesto continua en el siglo XXI], nuestra gran época técnica, desarrollar una nueva técnica del mito. Como consecuencia de ello, los mitos pueden ser manufacturados en el mismo sentido y según los mismos métodos que cualquier otra arma moderna, igual que ametralladoras y cañones. Esto es una cosa nueva, y una cosa de importancia decisiva. Ha mudado la forma entera de nuestra vida social”.

Chávez reúne todos los elementos para construir un poderoso mito político: tiene su momento de gloria, así haya fracasado la rebelión militar, en el 4 de febrero de 1992. Es dicha fecha el eje fundante de la revolución bolivariana, de donde surge la figura estelar, el comandante Chávez. El componente militar en el mito de Chávez es supremamente relevante: la revolución en su genuina esencia es  una revolución primigeniamente militar y después, en segundo lugar, civil. La institución militar, y sobre todo el ejército, constituye por excelencia el centro protector del mito, que garantiza por sobre todo su preservación y continuidad. El mito se fortalece con la nueva periodización de nuestra historia, la V República, que debe rescatar y revalorizar el legado traicionado de Bolívar. Tiene además su raigambre profunda en “el árbol de las tres raíces”, y vuelca sus energías hacia la redención del pueblo llano, olvidado y manipulado por los intereses egoístas y explotadores de las élites del poder político y económico.

En síntesis, cualquier estrategia política que pretenda enfrentarse al actual régimen, tiene que lidiar también con el poderoso mito político en que se ha convertido Hugo Chávez. Olvidarlo, y todavía más grave, despreciarlo, constituye un lamentable error en que han caído y siguen cayendo los dirigentes de nuestra desorientada oposición.

 


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