Memo Ochoa impidió la derrota de México al atajar el penal que cobró el polaco Robert Lewandonski

La Copa Mundial de Fútbol fue inaugurada el pasado domingo en territorio árabe. Se estima que está siendo vista por 5.000 millones de personas, mujeres casi la mitad de ellas, señal de que el monopolio masculino en el balompié se erosiona notablemente. Estamos hablando, así pues, de alrededor de dos tercios de los 8.000 millones de habitantes con los que cuenta la Tierra, exclusivamente pendientes de lo que ocurre en las canchas árabes, el doble de la audiencia con que cuentan los Juegos Olímpicos.

Parodiando a Marshall McLuhan, considerado «el profeta de Internet», al vaticinar con más de 20 años de anticipación la llegada de la era digital, durante un mes la vida de la mayor parte de nosotros transcurrirá en la Aldea Balón. Frente a lo anterior el escritor uruguayo Eduardo Galeano habría dicho que el planeta se encuentra “cerrado por fútbol”

Podríamos hablar, así pues, de la globalización del planeta. En estos tiempos la patria ya no es lo que era, cierto, pero también lo es que resurge con regularidad cada cuatro años, obra del fútbol. Lo hace de otra manera, pues la bandera nacional que envuelve a los equipos es sostenida por jugadores de diversas razas, culturas, religiones, que coexisten bajo los mismos colores.

El Mundial viaja a Qatar

La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) determinó en el año 2010 que el Campeonato Mundial sería en Qatar, un país pequeño ubicado el Golfo Pérsico, con poca tradición futbolística, a pesar de ciertas mejoras en los últimos años, pero con la suerte de estar sentado sobre la tercera reserva de gas y petróleo del mundo.

Siguiendo lo que es ya una tradición institucional, la sede fue vendida, en este caso a la familia Al Thani, propietaria, literalmente hablando, del mencionado país y a resultas de la operación salieron beneficiadas, en distintas formas, todas las organizaciones que vertebran a la FIFA

200.000 millones de dólares, cifra que se dice fácil, le han permitido al gobierno de Qatar echar la casa por la ventana y no me refiero solo a los imponentes estadios, sino a la mejora notable de Doha, su capital, a través de la construcción de hoteles y edificios, además de la renovación de buena parte de su red de transporte, incluida la construcción de un nuevo sistema ferroviario de metro, todo ello posible en buena medida gracias a la contratación de mano de obra migrante en condiciones de esclavitud, cuyo saldo fue alrededor de 6.500 obreros fallecidos, que forman parte de un cuadro trazado por la violación de los derechos humanos, de manera prominente los de las mujeres, que ha generado numerosas críticas sobre el evento, y que la FIFA ha tratado de encarar a punta de declaraciones y de algunas medidas que escasamente califican como paliativo. En relación con lo anterior es justicia mencionar que algunos otros juicios negativos sobre el Mundial de Qatar han sido emitidos desde la pretensión de que Occidente es el único paradigma cultural.

El fútbol debería más que pensar

Por más que reviso la lista, no encuentro ningún otro deporte más sencillo y fácil de entender, de reglas más elementales y con condiciones más a la mano para poder practicarlo. Es, además, el único que se juega con los pies y que admite el empate como resultado.

En términos generales, la foto anterior apenas ha variado en los últimos 150 años. Ciertamente se han modificado las estrategias del juego, la calidad de algunos de sus implementos (balones, zapatos, vestimenta…), los métodos de entrenamiento orientados a la mejora de la condición física, así como otros aspectos, no obstante lo cual sigue siendo básicamente el de hace siglo y medio. Pero, ojo, pues desde hace un buen rato emergen profundos cambios tecnológicos orientados a cambiar medularmente el balompié, incluso como espectáculo.

El fútbol y los intelectuales no han tenido, históricamente, una relación muy cercana, y aunque hay excepciones, la mayoría de ellos se han mostrado algo displicentes (y hasta agresivos) con referencia al deporte más popular del mundo. En este sentido se ha vuelto paradigmática la frase del gran escritor Jorge Luis Borges, quien señaló que “el fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”, el país que lo inventó bajo el formato que hoy lo conocemos.

Sin embargo, desde hace unos cuantos años para acá, las ciencias sociales y humanas lo han colocado en la vitrina advirtiendo que en el fútbol no solo pasan cosas que tienen que ver con lo que ocurre en la alfombra verde, ese rectángulo por donde el balón va de un lado a otro, pateado por los jugadores, siempre con el propósito de alcanzar la portería contraria.

Pasan también, y principalmente, cosas que tienen lugar en las tribunas de los estadios y sobre todo en las miles y miles de pantallas, cada vez más sofisticadas, diseminadas por todas partes, resignificándolo como espectáculo. La importancia social, cultural, política e incluso religiosa del fútbol, deriva precisamente de estos factores que lo envuelven, a los que se suma, además, la forma como se gobierna desde la FIFA, esa corporación financiera “sin fines de lucro” con más miembros que la ONU y que con su carita de ONG mueve un dineral y controla, casi impunemente y en medio de una gran opacidad, este deporte a lo largo y ancho del planeta, con excepción de las “caimaneras”, lo que cabe mostrar como algo a su favor.

Los japoneses celebran su victoria ante Alemania 2-1 | Foto AFP

Con todos los avances que se han logrado en su comprensión, a las ciencias sociales y humanas todavía les falta afinar los disparos para descifrar el fútbol. Este debería dar más que pensar, como escribió Javier Marías.

Qatar(sis)

El mundo se encuentra muy enredado, pareciera que los terrícolas sufrimos un ataque universal de insensatez, que carecemos del sentido común que se requiere para vivir en estos tiempos globalizados y cambiantes. En tal contexto llegamos al campeonato mundial de fútbol.

No son pocos los que lo han evaluado desde su función como “opio del pueblo” o como “pan y circo”, considerando el campeonato como un poderoso motivo para que los humanos olviden los severos problemas por los que atraviesa el planeta, y se den a la fuga, buscando establecer una distancia con respecto a la realidad, tratando de mirar hacia el otro lado, simulando que no ocurre lo que ocurre y, así, encontrar un refugio, suerte de paréntesis que los proteja del exceso de realidad que, pido perdón por haberlo repetido unas cuantas veces, es nocivo para la salud.

En mi caso personal, meto en el bolsillo mi condición de sociólogo y dejo libre la del futbolista de a pie, la que ejerzo desde los 4 años de edad, pues según solía decirme mi mamá o al menos así le entendí, yo nací con todo y balón, con el alma en los pies. Para mi la cancha siempre ha sido una metáfora de la vida.

Haré, pues, catarsis durante un mes.


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