Cerdita es una visión violenta, perturbadora y brillante sobre el horror corporal. También, quizás, una de las grandes películas españolas del año. Todo, envuelto en el extraño lustre de una versión brutal sobre el dolor y el resentimiento. 

Cerdita, el debut en la dirección de Carlota Pereda, es perturbadora por varias razones distintas. Por un lado, por mostrar una sofocante mirada sobre la crueldad humana convertida en herramienta para un tipo de violencia más sofisticada. Al otro extremo, al profundizar en el asesinato y la crueldad como una aspiración a cierto tipo reivindicación que sorprende por su potencia.

Pero en esencia, por hacer uso de la violencia —como concepto y como hecho— desde sus primeras escenas con una firmeza implacable. Pequeñas secuencias crueles y perversas, en medio de otras, en la que se inflige dolor en medio de planos claustrofóbicos.

Cerdita, una mínima historia de horror 

En el ámbito formal, Cerdita es un slasher, una película en la que la sangre se derrama como un festín abrumador y en ocasiones, repugnante. Pero más allá de eso, es también un thriller psicológico que explora a través de la mente de dos criaturas marginadas y aisladas. Sara (Laura Galán) está atrapada en medio del acoso escolar debido a su aspecto físico.

Al otro extremo, un desconocido sin nombre (Richard Holmes) se convierte en una retorcida expresión de sus deseos más profundos y desesperados. El filme parece unir ambos escenarios en un impulso retorcido por la reivindicación y la venganza. Al menos esa parece ser su primera intención.

Pero no todo está tan claro y uno de los grandes aciertos del largometraje es jamás dar respuestas simples a las preguntas que plantea. El terror que se manifiesta está firmemente emparentado con la soledad, la violencia, la agresión y al final, el maltrato. Pero la cinta se cuida de justificar la barbarie con explicaciones evidentes.

Mucho menos, crear paralelismos acerca de las graduaciones de lo pérfido. En lugar de eso, profundiza en la cualidad de su historia para narrar los horrores —internos y externos— que rodean a Sara como víctima. También, como testigo de algo más temible que se enlaza con su vida, casi de manera accidental.

Cerdita, una cuidada alegoría a los deseos inconfesables 

Pero mientras eso ocurre, la cámara y el guion siguen a Sara a través del suplicio de ser chica de talla grande en medio de un ambiente hostil. Una que intenta pasar desapercibida, que batalla a diario contra la vergüenza, la humillación y la brutalidad colectiva.

Pereda convierte a su personaje en centro de un tipo de horror corporal que no necesita heridas o violencia explícita para inquietar. Al mismo tiempo, convierte su vida —y su cuerpo— en un escenario de una historia temible por sus múltiples aristas.

Pronto, Pereda deja traslucir que el acoso que sufre Sara solo es el preludio de algo más cruento. La historia intercala escenas de violencia entre adolescentes y diminutas fracturas de lo cotidiano con tintes sangrientos. Finalmente, muestra sus verdaderas intenciones. De víctima propiciatoria y deshumanizada, Sara se convertirá en testigo de un tipo de furor salvaje que, de una u otra forma, parece alimentarse de su dolor.

Los horrores inconfesables en Cerdita

Las tomas —cerradas, asfixiantes, la mayoría de ellas, incómodas hasta lo escalofriante— muestran la vida del personaje a través de un cristal patético. El abuso que sufre por parte de las adolescentes que le rodean solo es una dimensión del miedo y la perenne angustia que soporta día a día.

Pereda, que también es la guionista de la película, profundiza en el aislamiento y el sufrimiento extremo. Tanto, como para originar un tipo de terror basado exclusivamente en el aspecto emocional. Pero Cerdita no se detiene en esa percepción casi inmersiva sobre el suplicio de Sarah al ser perseguida y maltratada. Solo lo utiliza como puerta abierta para avanzar hacia temas más complicados y temibles.

Pronto, el argumento une con cuidado sus piezas para narrar un tipo de conexión maligna sobre el padecimiento de Sarah y la crueldad. Para entonces, Pereda se esforzó por mostrar un tipo de vínculo entre la historia y el cuerpo de su personaje que provoca una profunda incomodidad.

Los terrenos oscuros que recorre Cerdita 

¿Es posible extrapolar dos ideas semejantes en un mismo espacio sin que una justifique a la otra? Pereda lo logra al convertir a un extraño silencioso en el punto central de una percepción del miedo bien construida. Este asesino, al que Sara descubre casi por azar, se convertirá en el núcleo de una tensión en aumento, en una versión atípica sobre el mal encarnado.

El argumento, que durante sus primeros veinte minutos observó a Sara a detalle —sus dolores y pesares—, después dedica su atención a los asesinatos del extraño. Pero para entonces, la narración logró vincular, de un lado a otro, la percepción del tiempo y la crueldad como un lenguaje misterioso. ¿Sara se siente unida al hombre que mata, poco a poco y con metódica paciencia, a víctimas a las que ella misma pensó en lastimar?

Pereda desdibuja el paisaje de la realidad en beneficio de la sensación que la historia atraviesa los deseos de Sara. Que los profundiza a través de la concepción, una imparable necesidad de ser comprendida, incluso, a través de la violencia. Con una puesta en escena que deja entrever que el viaje introspectivo se hace cada vez más doloroso y complicado, el filme se cuestiona de origen. ¿La violencia engendra violencia? En el mejor de los casos, ¿la violencia crea las condiciones para que el horror sea comprendido?

No hay respuestas para preguntas semejantes. Cerdita, que tiene quizás el final más ambiguo en películas de su tipo de los últimos años, lo sabe y no las brinda. Quizás, su mayor acierto como producción que basa su efectividad en lo que se oculta a simple vista.

 


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