Voté por Carlos Andrés Pérez y lo volvería a hacer si se pudiera. Estuve en su “coronación”, pues sencillamente trabajaba para entonces en el Teatro Teresa Carreño, o “Coso de Los Caobos”, luego convertido en el templo del jalabolismo y la chapuza gobiernera.

Por lo que llevo dicho, ya me habré ganado toda clase de insultos, de críticas y quizá la pretendida calificación de adeco; pero no importa, a ella añado la de demócrata, civil que reprocha toda clase de autoritarismo, militar o no, y fiel creyente en el régimen de libertades públicas que solo se logra en democracia, lo cual conlleva la existencia de partidos políticos, con diferentes puntos de vista, donde el contrario es adversario y no enemigo.

No puede olvidarse que los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, supuestamente dizque para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy no hallan que hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver los ingentes problemas que aquejan a Venezuela; por el contrario, estos se han visto incrementados por la incapacidad e improvisación oficiales, al punto que el jefe supremo (hoy muerto) les dijo en uno de sus consabidos arrebatos delirantes: “No tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”.

Por su parte, los rojitos esperanzados, lejanos del honor y con devota sumisión, no hacen otra cosa que adular, reír, celebrar las ocurrencias y aplaudir hasta hacerse daño en las manos. A esta detestable práctica se ha sumado el inefable neoembajador de Colombia en Venezuela, cuya actitud nos recuerda que cada vez que José Tadeo Monagas preguntaba la hora, tenía cerca un adulante o adulador que le respondía: «La que usted quiera que sea mi general».

¡Escrotocracia de nuevo siglo!

Bueno es recordar que durante la misa oficiada al presidente CAP, se atrevieron a lanzar bombas lacrimógenas, los mismos que hoy lloran en vida al líder fracasado, al fallido militar, al golpista descabezado, al mismo a quien la democracia permitió llegar al poder mediante el sufragio. Los mismos delirantes anhelando una cachucha.

Y la cadena grosera e insultante (¿cuándo no?) emitida durante las exequias de CAP fue reveladora del miedo y el pánico que existe en las esferas del poder. Se les apaga temblorosa la vela en la cabecera.

Falta poco para nuevas elecciones y habrá una vida con suficiente resolución y firme voluntad política para recuperar el país hecho añicos. En Macondo llovió cuatro años, once meses y dos días. ¿Por qué no habría de escampar aquí?

Al plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, la nacionalización del hierro y del petróleo, al Sistema de Orquestas y al decidido apoyo y empuje de la descentralización, solo añadiré que CAP se sometió a juicio, más político que jurídico, y así quedó evidencia de la impecable defensa que ejerció su equipo de abogados, liderado por el doctor Alberto Arteaga Sánchez. Un verdadero tratado de derecho que debe enseñarse en las universidades, no en las choriceras complacientes del régimen.

CAP acató la sentencia, es decir, el haberse sometido a la justicia y sus instituciones lo llevó a cumplir reclusión en cárcel común y luego en su casa, lo cual dice mucho de su talante y convicción democráticos.

No es poca cosa acotar que, luego del juicio amañado y diseñado por sus enemigos de enano criterio para aceptar las derrotas propias y los triunfos del contrario, saliese electo senador al extinto Congreso Nacional, por su Táchira natal.

Pérez echó al traste las dos intentonas golpistas, y aunque no faltó quien le soplara al oído desconocer todo el andamiaje jurídico, se sujetó al Estado de Derecho que ya venía dando tumbos, y al aceptar la espuria sentencia de aquella Corte comprometida hasta los tuétanos en la conspiración, no hizo otra cosa que demostrar su carácter civil, su talante democrático.

No se olvide, fue la misma Corte que después rechazó inhabilitar al golpista y le regaló la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder. Cojan, pues, allí tienen su tesis de la “supraconstitucionalidad”.

En junio de 1998, en plena campaña electoral, fui a la fiesta de cumpleaños de un amigo. El único que no estaba con el golpista era yo. Les llamaba a pensarlo muy bien. “Tú lo que eres es adeco”, me repetían sin cesar y con cara de gallina creyéndome a mí sal.

Creo que queda uno solo de aquella fiesta “enchufado” en el gobierno. Pero ahí está. Querían cambio. Tremendo cambio nos dejó. Algunos se arruinaron. Pero no vale Santa Lucía con el ojo afuera. Había actores de TV, hoy arruinados y sin trabajo. Periodistas que tuvieron que irse. Cineastas, mujeres bellas hoy sin sus tintes ni desodorantes ni los perfumes caros de entonces. “Adeco”, me decían. Yo les respondía: “¿Van a votar por un golpista que causó 300 muertes inocentes?”. Y ellos insistían con la terquedad de un porfiado: “Tú lo que eres es adeco”. Ahora rumian su error. Yo lo decía, estos fulanos van a acabar con el país. No me pararon bolas. ¿Cómo van a votar por un golpista que intentó matar al presidente?

“Adeco, tú lo que eres es adeco”, insistían. Decían que íbamos a cambiar. ¡Na guará!, tremendo cambio. Al siglo XIX con masa de maíz sancochado en leña, no hay mantequilla, se va la luz y casi en carro de mula y de ñapa una constituyente de complacientes como la de Páez o Monagas. Ahí está tu cambio. Les hablé de hacer memoria, de la conveniencia de describir todos los actos contra CAP desde el Caracazo, su condena, las siniestras barbas del sátrapa Fidel Castro, el ascenso del golpista como conspiración. Gente apreciada que no entendía o había olvidado el papel del fiscal general, entonces Ramón Escovar Salom, cuando inició el antejuicio de mérito y el 20 de mayo de 1993 la CSJ lo declaró con lugar. Por cierto, para defenestrar a CAP del poder, la conspiración contó con esa extinta corte suprema de justicia, comprometida hasta las vísceras en esa iniciativa. Querían un cambio, jugaban a la antipolítica, olvidaban la conveniencia de reivindicar la política como el deporte, el amor, la cortesía y las buenas costumbres. Enfrascados en un loco cambio, apoyado en la “gesta” de un desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante.

Réquiem por el presidente Carlos Andrés Pérez, defenestrado injustamente del poder por un gentío comprometido hasta las vísceras en la jugada.


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