Celac bloqueo
Foto LUIS ROBAYO / AFP

Según el Diccionario de la Real Academia de la lengua española la palabra “mentira” se define como:expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. La política, según la misma fuente, es el arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado. Al unir ambos conceptos nos topamos con la existencia de la mentira política, una manifestación contraria a lo que se sabe, piensa o se cree usada para alcanzar un fin determinado.

Esta reflexión viene al caso al oír la afirmación de Alberto Fernández al inaugurar el encuentro de la Celac: “Todos los gobiernos aquí presentes son legítimos pues fueron elegidos por sus pueblos”. Una aseveración falseada o mentirosa, pronunciada desde el inicio, con profundas raíces. Si bien es cierto que la mayoría de los representantes estaban sentados en esa mesa por ser elegidos por sus pueblos, habría que preguntarse: ¿cuántos de los allí presentes obtuvieron el poder con base en verdades? ¿En ofertas sinceras, transparentes, creídas por sus proponentes? ¿En ofertas de fundar sociedades democráticas, inspiradas en afianzar la libertad y el bienestar de sus electores?

Lo que torna imperiosa la pregunta: ¿Cuántos de los mandatarios asistentes alcanzaron el poder ofreciendo una solución política democrática? ¿Y cuántos de ellos mintieron para alcanzar las posiciones que ocupan, ofreciendo políticas basadas en el proteccionismo paternalista, que anulan las capacidades de la gente de asumir sus deberes y derechos de forma transparente y sin coacción? ¿Cuál era la fuente de poder de los mandatarios concentrados en la reunión o se trataba de convertir la dimensión electoral como una verdad basada en mentiras?

Inquietudes que surgen en este momento de Latinoamérica por la urgencia de abocarse a una pedagogía política que muestre a los liderazgos y a los pueblos la importancia de vivir en sociedades donde coexistan la democracia política, la libertad económica y el Estado de Derecho.

Cuando se habla de democracia como modelo político se alude a la significación real de vivir en una sociedad capaz de integrar cuatro instituciones básicas: la participación ciudadana, el igualitarismo ante la ley, las oportunidades económicas, el carácter deliberativo y por supuesto la dimensión electoral. El principio fundante es acogerse a la idea de una conjugación entre la democracia y el liberalismo, como espacios que se contienen íntimamente y que a la vez definen límites, siempre impregnados de tensiones. Vivir en democracia es sortear un camino peligroso, lleno de retos y contradicciones, pero que al final resulta la manera más humana de vivir nuestro proyecto de vida. La democracia es definida como un gobierno del pueblo con fronteras liberales, con protección de los derechos individuales, las minorías, contra la peligrosa tiranía del Estado y de las mayorías. Con la seguridad que otorga el rendimiento de cuentas entre instituciones que garanticen controles, equilibrios efectivos y limiten el ejercicio del Poder Ejecutivo. Esto se logra mediante un Estado de Derecho fuerte, la existencia de libertades civiles protegidas constitucionalmente, un Poder Judicial independiente, un parlamento fuerte, capaz de hacer que el Ejecutivo rinda cuentas y limite sus poderes.

Es imprescindible descifrar, aprender a conocer qué es la democracia, captar en su esencialidad el nivel participativo propio de la democracia liberal. Este manoseado concepto enfatiza la participación de los ciudadanos en todos los procesos políticos, electorales y no electorales. A su vez, refiere cuatro aspectos importantes de la participación ciudadana: las organizaciones de la sociedad civil, entre ellos las amenazadas ONG por la violencia política, los mecanismos de democracia directa y la participación y representación a través de los gobiernos locales y regionales, es decir, la añorada descentralización.

El componente deliberativo evalúa la estructura del proceso para tomar las decisiones en un sistema de gobierno. Es deliberativo cuando la decisión pública, centrada en el bien común, genera acciones políticas –en contraste con presiones emocionales, apegos solidarios, intereses parroquiales o coerción–. Según este principio, la democracia requiere algo más que una sumatoria de las preferencias existentes. Es insustituible el diálogo respetuoso a todos los niveles –desde la formación de preferencias hasta la decisión final– entre participantes informados y competentes que estén abiertos a los acuerdos.

Es igualmente imprescindible integrar y valorar el carácter electoral. El Índice de Democracia Electoral refleja no solo la medida en que los regímenes celebran elecciones limpias, libres y justas, sino también su libertad real de expresión, la vigencia de fuentes alternativas de información y asociación. El Índice de Libertad Sindical, la libertad de acción de los partidos, la existencia y respeto a partidos de la oposición. La calidad del registro de votantes. Los indicios fraudulentos de compra o presión en el acto de votar. Las amenazas del gobierno y cualquier otro acto de violencia electoral. La coexistencia de medios de comunicación, el ejercicio de la censura gubernamental-Internet. El acoso a los periodistas. La autocensura y sesgos de los medios de comunicación. La convivencia o riesgo de distintas perspectivas de los medios impresos/de radiodifusión/virtuales.

La tarea de los líderes políticos latinoamericanos es desarrollar una pedagogía política, basada en las aspiraciones que puede tener cualquier pueblo de vivir en sociedades que cumplan estos objetivos, que resumo una vez más: la participación ciudadana, el igualitarismo ante la ley, las oportunidades, económicas, el carácter deliberativo y por supuesto la dimensión electoral.

Conocer estas simples categorías puede apoyar a los ciudadanos a convertirse en tales, como señala José Antonio Marina en su “Teoría de la felicidad política”

“Despojado de la certeza del instinto, el ser humano tuvo que inventar caminos en un territorio enigmático. Durante milenios, fue descubriendo o creando valores que defender o que reivindicar, y procedimientos para hacerlo. Unas veces los propusieron gentes desconocidas, otras veces las grandes personalidades religiosas, morales, intelectuales. Buda, LaoTzu, Confucio, Jesús, Mahoma, Platón, San Francisco de Asís, Lutero, George Fox, Rousseau, Gandhi, Marx y muchísimos más. Propusieron nuevas posibilidades vitales. Unas se realizaron, otras se rechazaron y otras están aún en veremos. Nuestra genealogía tiene muchos protagonistas, lejanos en el tiempo y en el espacio. Ese afán por controlar desde fuera o desde dentro la conducta humana era exigido por la inevitable aspiración a la felicidad personal, que tiene como condición previa una convivencia aceptable”

¿Cuántos de los presentes en la reunión de la Celac expresaron solidaridades con los 7 millones de venezolanos que decidieron huir del país para sobrevivir, como reclamó el presidente de Paraguay?El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, a su vez nombró los principios básicos de las sociedades democráticas: respetar la libertad, las instituciones y los derechos humanos como clave para acercarnos a una convivencia pacífica y creativa.

Sabemos por experiencia que se puede ganar el poder con la mentira, con falsas ofertas de vida fácil que apartan a las personas de la necesidad de lograr una convivencia pacífica respetando los derechos del otro y disfrutando los logros de sus propios esfuerzos. Es lo que se ha llamado “populismo”, que ofrezcan algo ajeno a tu esfuerzo y tus competencias y por esa vía ejercer una forma de esclavitud castradora opuesta a la posibilidad humana de emplear y expandir todas sus potencias físicas, mentales y espirituales.

Mirémonos a nosotros mismos, cómo vivimos, qué creemos, a cuáles falsas promesas nos hemos aferrado y convalidamos como mentiras políticas, dejemos de culpabilizar a otros  y tratemos de vislumbrar la senda de la responsabilidad individual como elemento clave de la vida en democracia. La Celac podría ser un buen punto de encuentro para que los países de América Latina y el Caribe aparten la hipocresía, las apetencias menores y podamos superar ese sabroso pero paralizante “realismo mágico”. Somos algo más que pura naturaleza.


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