La clase política del Perú le dio al maestro rural Pedro Castillo lo que en ajedrez se conoce como “mate del pastor”

El arte de la diplomacia tiene su lenguaje propio así como sus tiempos. Sobre esto, los intérpretes del lenguaje corporal y gesticular tienen mucho que decir y hasta predecir. La diplomacia, en palabras de E. Satow, es en esencia la aplicación de la inteligencia y el tacto en las relaciones interestatales. Por tanto, en la comunicación diplomática, el momentum ha desempeñado un papel vital a lo largo de la historia de las relaciones internacionales.

La salida intempestiva, junto a la soledad en que se encuentra, el expresidente Pedro Castillo hace recordar al coronel Aureliano Buendía, quien aun con sus altas botas negras de caballería, curtidas por los lances en ristre, tendido sobre su hamaca del olvido, no tenía quien le escribiera.

Así mismo se debe encontrar en una fría cárcel limeña este iluso maestro de Chota bajado de las sierras adyacentes a la cordillera andina. No es que se intente defender al expresidente Castillo, a quien la clase política y dominante, desde el primer día de llegar a la casa de Pizarro, le montó una cacería; sino a la falta de apoyo, de solidaridad de sus copartidarios regionales y organizaciones regionales. Ciertamente que su salida se debió a un golpe constitucional, al intentar frenar una votación que intentaba por tercera vez aprobar la moción de vacancia, estipulada en la Constitución; pero tampoco hay duda de que fue una operación de acoso y derribo, para decirlo en términos taurinos. Un jaque mate perfecto en tres jugadas, cada una con el peón de la vacancia

En un Perú convulsionado con 6 presidentes caídos en desgracia durante los últimos 4  años, varios de ellos imputados por corrupción a causa de la brasileña Odebrecht y otros han tenido que recurrir a suicidio antes de ir presos, la salida de Castillo pudiera generar una situación que a muy corto plazo afectará no solo el desarrollo del proceso político institucional democrático (Art. 18 Carta Democrática Interamericana), sino el económico al ser Perú uno de los países de mayor estabilidad de la región con reservas monetarias en  alrededor de los 75.358 millones de dólares.

La OEA el miércoles pasado convocó a una sesión extraordinaria para tratar la situación acaecida en el Perú; sin embargo, al momento de escribir esta columna no ha habido un pronunciamiento oficial que disponga de una visita y otras gestiones con la finalidad de hacer un análisis de la situación o fije su posición (Art. 18 CDI). Tampoco hay evidencia de que el señor Castillo buscó apoyo en el organismo regional, a fin de solicitar asistencia para el fortalecimiento y preservación de la institucionalidad democrática en su país (Art. 17 CDI).

El abandono en que se encontró el señor Castillo fue total, como el del coronel Buendía, sus correligionarios. En ese lenguaje diplomático de que sí, pero no, quiero y no quiero. Los cuatro o cinco pronunciamientos de las cancillerías de la región no pasaron de un saludo a la bandera: La Cancillería colombiana se limitó a hacer un llamado al diálogo entre las partes. Nicaragua sin pronunciamiento público; Cuba en la primera reacción oficial de La Habana, tres días después, Díaz-Canel manifestó que  «defiende el principio de no injerencia en los asuntos internos de los Estados». Difícil de creerlo pero si él lo dice, será. Un comunicado del gobierno chileno a través de su cancillería se limitó a manifestar que el gobierno lamenta la situación del país vecino; mientras que los socios políticos de Argentina, Bolivia, Ecuador y México, ante la tensión existente en el Perú, por Twitter, obviando lo que representa una declaración formal, hacen un llamado a todas las instituciones y fuerzas políticas del Perú para fortalecer el diálogo político, resaltando su respeto y solidaridad con las autoridades legítimamente constituidas (¿cuáles?), desentendiéndose del problema al hacer votos por que los peruanos logren encontrar fórmulas que fortalezcan la convivencia democrática.

Pero el silencio que quizás más llama la atención es el de Venezuela. Cuando el golpe contra Zelaya en Honduras, un caso muy parecido al de Castillo, el entonces presidente Chávez envió a su canciller, el hoy presidente Maduro, en apoyo al expresidente hondureño, lo cual dejó claro en términos diplomáticos y políticos que Venezuela respaldaba al expresidente Zelaya.

Hoy hemos visto que Pedro Castillo quedó como el coronel en su hamaca, meciendo su soledad y amargura, al haber sido abandonado por los suyos.


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