Sobre el rosario de promesas incumplidas del presidente Castillo y su gobierno.

Cuando Pedro Castillo llegó al poder amplificó no solo su discurso fraccionario. También su filial de promesas. A poco de su primer año de gobierno, ha coleccionado más de 300 promesas, solo 238 proliferadas desde su Consejo de Ministros Descentralizados, donde su gabinete no siempre ha llegado con los mismos nombres. El mandatario quiso impulsar la segunda reforma agraria, la restauración del servicio militar para los jóvenes que no estudian ni trabajan, renunciar al sueldo presidencialista y mucho más. Como si fuera una forma de sujeción, distribuyó proyecciones a corto y largo plazo en todo el país sin dimensionar que esta red podría desgastarse.

En su primer mensaje a la nación, el mandatario dijo que los delincuentes extranjeros tenían un plazo de 72 horas para salir de país o que, de lo contrario, su gobierno los expulsaría. Esto nunca sucedió. La parrilla televisiva expone todo lo contrario. También señaló que los jóvenes que no estudian ni trabajan deberán acudir al servicio militar. Nunca lo aplicó.

Los Ni-Ni incluidos en el 29% de la juventud peruana se quedaron con las manos vacías. La otra hipérbole del jefe de Estado fue la de renunciar al sueldo presidencialista y al sueldo vitalicio por este mismo rol.

No solo no prescindió de esta paga, sino que inyectó dinero público a su entorno más inmediato, esos que fueron asumiendo distintos roles subterráneos en el gobierno.

Afortunadamente, no incluyó a las rondas campesinas en el Sistema de Seguridad Ciudadana, que fue lo que también prometió. Si esto se concretaba, seríamos testigos de la violencia que aplicaron en el Centro de Lima. Asimismo, infló el pecho diciendo que iniciará los proyectos denominados el Tren Inca y el Tren Grau. Ambos iban a conectar al país de forma longitudinal en la costa y en la sierra. Todo quedó en palabras. Castillo apuntó que iba a eliminar las AFP, la Sutrán y la Atu. Es decir, iba a expectorar al Sistema de Pensiones y a los entes fiscalizadores de transporte. Incluso proyectó que Perú iba a ser un país productor de la vacuna rusa contra el coronavirus, Sputnik V. Tal vez solo fue un amago para sintonizar con Vladimir Putin.

Castillo quiso convertir a Palacio de Gobierno en un museo. Transitoriamente solo lo transformó en un exdespacho. Se había mudado clandestinamente a un departamento en el jr. Sarratea, en Breña. Esta transición informal fue complementada por su indisposición para elaborar un registro de visitas. Finalmente, tuvo que volver a la casa de Pizarro, asegurando que no hizo nada malo con Karelim López, Juan Silva, Bruno Pacheco y un largo etcétera. También quiso llamar al Ministerio de Cultura, el Ministerio de las Culturas.

De alguna forma, percibió en el cambio de denominación una reivindicación de la historia nacional. O solo fue parte de su manual para sumar adeptos.

Quiso construir aeropuertos en diferentes partes del país. Quiso traer bancos extranjeros para que compren deudas de Pymes.

Quiso vender el avión presidencial como “medida de austeridad”. Quiso prohibir los viajes en primera clase de los funcionarios. Quiso sancionar con prisión efectiva la discriminación en las playas. Quiso ceder parte de nuestras 200 millas marítimas a Bolivia. Quiso crear y financiar un programa de 500 millones de soles para promover el turismo. Quiso iniciar la segunda reforma agraria.

El presidente Pedro Castillo fungió de propulsor del supuesto cambio en el país. Al parecer, no solo no cumpliría, sino que también podría irse antes de tiempo. A él, como a sus palabras, se lo podría llevar el viento.

Artículo publicado en el medio peruano El Reporte


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