Algunas veces, ciertos escritores al ocuparse de las columnas a su les ha surgido una preocupación que han cultivado muy acertadamente, se han hecho interrogantes como esta, qué es lo correcto ¿castellano o español? Recientemente alguien planteaba el problema en una carta dirigida al director del periódico y acerca de la interrogante en cuestión se dieron explicaciones.  Tiempo después un suscriptor se dirigió al director del periódico sobre la pregunta en cuestión, lo que parece fue dio motivo de preocupaciones lo cual inquietó a algunos lectores.

La interrogante parece una preocupación muy sentida. Ello también inquietó a muchos lectores. Hace algún tiempo el asunto era comentado por mucha gente. Algunos se manifestaban a favor de la denominación español en lugar de castellano.

Comencemos por decir que no estamos frente a un problema de corrección o incorreción. Se trata más bien de un viejo tema que se ha discutido sobre todo en España, pues en América parece haber casi unanimidad en llamar castellano a nuestra a nuestra lengua, tal como tradicionalmente se ha hecho. Pero en España ambas denominaciones han tenido partidarios inteligentes y bien fundamentados, aunque, a la inversa de entre nosotros, allí ha prevalecido el español.

Las razones para llamarlo español son primordialmente de orden histórico y de orden político. Es verdad que en la Península Ibérica se hablan diversas lenguas, incluso en parte de una de ellas, la parte española, y además el vasco o vascuence, ni siquiera es de raíz latina, como sí lo son las otras.

Sin embargo, es también un hecho histórico indiscutible que, después desmembramiento del Imperio Romano, y una vez producida la invasión de los árabes   se abrió  en historia  política española un largo período de luchas entre los  numerosos reinos que se repartían el territorio de la antigua Hispania, unos cristianos y otros musulmanes no es esta lucha, uno de esos reinos cristianos, el de Castilla, se fue paulatinamente imponiendo a los demás, hasta que en el siglo XV se produjeron dos hechos  decisivos: por una parte, la unificación de los dos más grandes reinos cristianos, por el matrimonio de la princesa Isabel de Trastamara que logró imponerse como heredera de la corona de Castilla contra las pretensiones de su sobrina, hija del rey, conocida como la Beltraneja y su primo el príncipe Fernando heredero de la de Aragón; por la otra, la destrucción definitiva del poderío, tras la conquista de Castillo del reino de Granada, único bastión que permanecía quedaba en poder de los musulmanes.

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