En Internet es posible encontrar un trabajo reciente de Guadalupe Adámez-Castro titulado «Las cartas al poder. Definición y evolución de una práctica epistolar (siglos XVI al XX)», trabajo publicado en Historia y Sociedad, revista de la Universidad Nacional de Colombia (No. 38 (2020): 46-70). Adámez-Castro es graduada en Historia y Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid, España), PhD en Historia y Filosofía en la misma mencionada universidad y allí mismo contratada posdoctoral. Forma parte del Programa Atracción de Talento de la Comunidad de Madrid, modalidad “jóvenes doctores”.

El trabajo está desarrollado en torno a los siguientes tópicos: 1) Sobre la necesidad de pedir: concepto y forma; 2) Suplicar y rogar. De la Edad Antigua a nuestros días y 3) Conclusiones.

En sus primeros dos puntos, Adámez-Castro destaca que una de las características que define la tipología epistolar estudiada es la diferencia jurídica que existe entre quien formula la petición y la persona u organismo a la que se dirige. Se trata, por tanto, de escritos enviados a personas, o instituciones, que detentan el poder y que tienen la capacidad de conceder o denegar aquello que se solicita.

La marcada diferencia entre los que solicitan algo y los que tienen el poder de concederlo es lo que otorga a la petición la capacidad de establecer una relación entre ambos, relación que sirve para humanizar a los que detentan el poder reconociendo el sufrimiento de los menos favorecidos. En palabras más llanas, dada las distancias, se trata de cartas de ruego, cartas de súplica.

De esta manera, a través de las cartas de súplica  -y dado que aquel que suplica debe primero someterse- se entablan relaciones influidas por la dependencia del peticionario respecto de quien está en grado de conceder lo solicitado, en el caso que nos ocupa: la sumisión, lo que influye directamente en el contenido y la forma de la carta, así como en otros aspectos, entre los cuales destaca la interrupción del cauce tradicional del intercambio epistolar. No lo olvide nunca el lector: la súplica implica sumisión.

De acuerdo con lo anterior y en mi caso, habiendo leído las así denominadas «Carta de los 25» y «Carta de los 68», arriesgo afirmar que ambas son cartas de sumisión y súplica y voy más allá, son cartas de desinformación.

Con relación a la desinformación, hay que aclararle tanto a los 25 como a los 68, así como también a ustedes queridos lectores, que no se trata de sanciones sino de designaciones («Nacionales Especialmente Designados» o SDN’s por sus siglas en inglés) y las mismas están referidas a funcionarios venezolanos de manera selectiva, individual y personal. También, tales designaciones tienen la característica de que son intransferibles a terceros y son revocables.

Las designaciones tienen como objetivo poner el ojo en las actividades de los así designados, a fin de proteger, de manera preventiva, a los nacionales y a las instituciones de Estados Unidos. De modo que no hay tal cosa como «sanciones a Venezuela» como, con y sin intención, lo quieren vender tirios, troyanos y estos 93 “expertos”. Claro, hay un tema asociado a la Regla del 50% y al denominado “over compliance” que no trataré aquí pues no va al caso.

Por otro lado y al ser las designaciones selectivas, individuales y personales, no correspondía a ninguno de los 25 el escribir la carta y enviarla “a nombre de Venezuela”, incluidos los designados. El acto de escritura y envío permite un espectro de conjeturas sobre la verdadera intención de estos 25, en donde cabe cualquier cosa menos el altruismo que, por definición, es desinteresado.

También, la carta de los 68 es una carta fuertemente reactiva a la de los 25. Decía Stephen Covey: «Entre estímulo y reacción está la libertad de escoger», pero los 68 tan solo reaccionaron y desaprovecharon una oportunidad magnífica para poner foco público en el asunto. En cualquier caso y desde la perspectiva de la táctica, la carta de los 68 tiene un demérito menor pues Colin Powell hubiera dicho al respecto: “Don’t get mad, get even”, pero aunque la emparejaron, se volvieron locos reforzando, a diestra y siniestra, conceptos que además de no ser correctos, desinforman. Resulta un verdadero alivio que cerca de ninguno de los 68 no haya botones que accionan bombas nucleares pues, tal parece ser, no tienen control de sí mismos.

Ahora bien, la carta de los 25 tiene otro elemento también preocupante pues, además de la sumisión, de la súplica y de la desinformación implícitas, es una carta falaz en esencia, pues utiliza un argumento «ad verecundiam» de partida y argumentos “ad populum” dentro de su corpus que, como ustedes lectores deberían saber, ambos tipos de argumentos constituyen falacias.

Un argumento ad verecundiam es un argumento de autoridad o “magister dixit” (tal cosa es así porque lo dice el maestro). Consiste en defender algo como verdadero porque quien es citado en el argumento tiene autoridad en la materia. De hecho, en el texto de la carta de los 25 puede leerse a su inicio: «Los suscritos líderes cívicos, académicos y reconocidos economistas de Venezuela: defensores de la democracia…». Por cierto, todo lo que está haciendo Vladímir Putin lo hace, entre otros argumentos, en nombre de la democracia en Ucrania.

Por su parte, un argumento ad populum, es una falacia que implica sustentar un argumento no por sí mismo sino con base en la supuesta opinión que del mismo tiene la gente en general. En su errada convicción, lo que los 25 afirman en la carta es cierto porque “mucha gente” lo cree así. De hecho, en la carta de los 25 puede leerse: «75% de los venezolanos rechaza enérgicamente las sanciones sectoriales y solo 10% quisiera que continuaran. Claramente, estas sanciones no han beneficiado al pueblo venezolano…». De paso, las cifras son de Datanálisis. Ahora bien, amigos lectores, las preguntas de Datanálisis las hace esta firma sobre una matriz de opinión circulante de “sanciones”. ¿De verdad creen ustedes que 75% de los venezolanos conocen el concepto de Nacionales Especialmente Designados y lo que tal concepto encierra?, ¿lo conocían ustedes?

Así, mientras los 25 se auto-referencian expresamente como “autoridades” poseedoras y portadoras de la verdad y hablan en nombre de un altísimo porcentaje de venezolanos, los 68 se dejan ver como vehementes ripostantes que, por su lado, también están convencidos de ser poseedores y portadores de la verdad.

Y mientras, en las gradas, con cotufas, tragos y risas, los verdaderos responsables de la destrucción de Venezuela, disfrutan del espectáculo.

 


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