Ilustración Jeanette Ortega Carvajal | @jortegac15

Estimado amigo chavista:

Por favor, lea esta carta. Prometo que no diré cosas que puedan ofenderle. No es mi estilo escribir para denigrar o incitar al odio. Puede que mi opinión no le guste o le moleste, pero eso es parte del negocio de cualquier escribidor que lo haga con honestidad.

Este preámbulo es para que tenga la certeza de que no le considero mi enemigo. No. Somos adversarios venezolanos y ambos compartimos un país bellísimo lleno de cosas y gentes asombrosas; pero, en este momento, todos estamos muy deprimidos,  absolutamente tristes y, mi estimado amigo, no me diga que es por culpa del bloqueo gringo porque usted, al igual que yo, sabe que estamos padeciendo el resultado de políticas erradas desde que se inició la era chavista, es más, si Chávez estuviese vivo, estaríamos igual.

Los amigos chavistas saben y no encuentran cómo negar que, poquito a poquito y sin bloqueo, han destruido todas las cosas que han ido tocando. Solo nombraré algunas porque no hay espacio para tanto. Amigo chavista, con humildad, reconózcalo y reflexione. Mencione una sola empresa confiscada por el gobierno que hoy funcione. No se ofusque. Piense. Sea sincero. Vamos… piense.

Y no es que yo crea que estábamos de maravilla cuando gobernaban los adecos y los copeyanos. Muchas cosas andaban mal, pero existían y las más malas medio funcionaban. Es indiscutible que esos gobiernos construyeron grandes obras que fueron destruidas por vuestros héroes rojos rojitos, algunos, hoy en día impúdicamente enriquecidos como Rafael Ramírez, quien después de destruir y dejar en la más grande carraplana a Pdvsa, hoy, desde su inmensa riqueza, tiene el descaro de criticar y cuestionar a sus antiguos camaradas quienes lo pusieron allí para luego nombrarlo representante diplomático de la ONU. Amigo chavista, cuando pase semanas, horas o días en la cola de la gasolina, piense en Rafael Ramírez y en quienes ¡durante años! lo nombraron presidente de Petróleos de Venezuela. Recuerde que no fueron los gringos quienes lo pusieron allí, fueron los mismos que aún siguen por allí y que hoy buscan su voto para seguir jodiéndolo a usted y a mí.

Amigo chavista, le contaré algo. Por razones de trabajo viajé hacia Valencia y desde La Encrucijada de Aragua se avistan las ruinas de lo que iba a ser otra buena idea de Chávez: un tren que iría desde Aragua hacia Carabobo, Yaracuy y Lara y que además podría seguir creciendo hacia los Llanos, los Andes y Maracaibo. Allí están esas vergonzosas y majestuosas ruinas que costaron más de 10.000.000.000 de dólares. ¿Qué le parece, amigo chavista? Allí están esas ruinas y cuando abandonaron la obra no existía el bloqueo.

Hace dos semanas me tocó ir a Maturín. Lo hice por tierra porque no hay vuelos. Viajé con mi hija de diecisiete años quien nunca había transitado por tierra hacia el oriente de Venezuela y… ¡Ay!… Sí, ¡ay! sin “h”. ¡Ay!, de dolor al ver el estado en que se encuentran las carreteras hacia oriente. Qué pena con mi hija. Yo la había ilusionado contándole lo bonito que lo íbamos a pasar en el trayecto a Maturín. Fue horrible, amigo chavista. ¡Horrible!, y no por culpa de los gringos.

Saliendo de Caracas están las ruinas de lo que iba a ser el tranvía hacia Guarenas-Guatire que arrancaba desde la estación del Metro de Petare; pero otra vez pasé la vergüenza de ver las ruinas de lo que fue una buena idea de Chávez, vuestro héroe. De ese tren, vía hacía Guarenas, solo quedan decenas de pilotes en pie y otros en destrucción. De nuevo miles de millones de dólares perdidos mientras que, chavistas, adecos, copeyanos, evangélicos, católicos y ateos, hacen colas interminables para viajar de Caracas o a Guarenas en autobuses casi inexistentes. De nuevo, ¡qué vaina!, nadie puede echarle la culpa a los malvados gringos.

Seguí el viaje con mi hija hacia el oriente y nos topamos con más desastres viales: pedacitos de autopistas a medio construir sin ningún tipo de señalización y cuando la tienen, están oxidadas o se han caído a pedazos y solo se logra leer “Barcel…” con una flecha que señala hacia abajo. A cada momento, cientos de policías acostados nos sobresaltaron durante el viaje y había fallas de borde tan grandes que en ellas podría caber un autobús. El conductor nos contó que después de las 5:00 de la tarde nadie es tan valiente para salir porque la delincuencia es dueña de esas carreteras. Ya no existen autobuses nocturnos, lo que sí hay son decenas de alcabalas que nadie sabe para qué sirven, y guardias y policías que te miran mal y que con suerte te dicen que sigas. Ese trayecto no solo está destruido, está abandonado como si, al igual que en Chernóbil, hubiese ocurrido un terrible accidente nuclear.

Sentí pena ante mi hija por haberla invitado a tan peligrosa aventura. Lo peor ocurrió cuando quiso ir a un baño. “Mija –dijo el chofer que nos llevaba–, aguante hasta que lleguemos al Guapo. Allí hay un baño”. ¡El único baño de aquí a Maturín!

Llegamos a El Guapo y efectivamente había un solo baño. En la pared podía leerse: “Baño rescatado por el Ministerio de Turismo”. Al lado, dos envejecidas hojas pegadas con tirro, decían: “No hay papel” “No hay agua”. Antes, allí vendían chicharrón, cachapas y arepas, ahora es un sitio horrendo habitado por seres harapientos que lastimosamente piden comida o exigen limosna pero en dólares. “¡Mayol! –gritó un joven limosnero– ¿regáleme un dólar?”.

Por fin llegamos a las ruinas de lo que era el peaje Barcelona-El Tigre-Maturín, convertido hoy en un vertedero de basura en donde un mismo canal se usa de ida y vuelta. No sé por qué pero el resto de los canales están abandonados y el paso está obstaculizado por cauchos viejos y bolsas llenas de basura y no me diga, amigo chavista, que eso es culpa de los gringos.

La carretera hacia Maturín está absolutamente abandonada. Parece mentira que ese sea el único camino a la capital de un estado. Es inimaginable, entre huecos y maleza, la cantidad de mechurrios de gas encendidos, tuberías de oleoductos y gasoductos a la orilla del camino. ¡Qué ironía, amigo chavista! Íbamos rodando sobre algo que era verdad y de lo que su comandante Chávez se jactaba: “Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo”. ¡Tenía razón el comandante eterno! Efectivamente, bajo el tortuoso camino por donde transitábamos, reposa la reserva de petróleo más grande del mundo pero la carretera adolece de asfalto.

Otra cosa irónica sobre esas infinitas reservas de petróleo son las kilométricas colas para poner gasolina. Es increíble la paciencia de quienes pasan días en ellas. Lo más asombroso es que al terminar las colas diabólicas, casi siempre, la bomba de gasolina está cerrada y custodiada por soldados que cuidan quién sabe qué.

Llegamos a Maturín. Literalmente me volvió el alma al cuerpo. Fui objeto del mejor de los tratos de todas las personas que encontré, conocidos o no, agradezco su cariño y les envío un gran abrazo. Gracias por su amabilidad.

Pero, amigo chavista, ¿adivine qué pasó en la noche? Todo estaba preparado para mi show. Las medidas de bioseguridad se aplicaron al punto de que en una sala con capacidad para doscientas personas solo se permitió la entrada a ochenta. Yo me estaba vistiendo cuando… ¡ay!, se acabó la página. Se lo cuento después.

Twitter: @claudionazoa

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