Hola tú:

Bueno, yo, que es lo mismo, y, sin embargo, admito que no es fácil hablarte sabiéndome en ti, sobre todo cuando hay actualmente una manía epistolar en el ambiente que me impone la obligación y la certeza de ser honesto conmigo mismo, que es decir contigo, valga la redundancia. Porque, además, el ego nunca es ajeno, siempre es de uno, aún cuando hay quien sostenga lo contrario.

A ti que citas tanto al poeta Andrés Eloy Blanco, no tanto o solo por bardo y sensible juglar, sino también por político de intachable talante democrático y de ciudadanía ejemplar.  A él, a quien se le ocurrió llamar al pueblo “Juan Bimba”, para que se le reconociera en sus angustias y derechos, se le reivindicara en sus más sentidas necesidades, y, en fin, para que la democracia que ayudó a construir, le devolviera a ese pueblo la esperanza, luego de vivir las penurias de regímenes de fuerza, violentos y oprobiosos.

Hoy como ayer, y más, nosotros –es decir, tú y yo- por la huella perenne de las lecturas y preceptos aprendidos, creemos tan necesario convocar a la unidad nacional que permita un acercamiento con todos los sectores, en búsqueda de soluciones no violentas a la grave situación que vive el país.

La historia nos ilustra sobre la reconciliación de gentes cuyo reencuentro parecía imposible. Nuestro país no puede ser la excepción. No es fácil, lo sé como tú. Tampoco somos ingenuos para ignorar la terca manía de aquellos por mantenerse en el poder a todo trance.

Has dicho hasta el hartazgo que en Macondo llovió cuatro años, once meses y dos días, duración que sobrepasa el tiempo del diluvio bíblico, según García Márquez, y escampó, y te preguntas con razón esperanzada, ¿por qué no habría de escampar en el país venezolano?

Sé bien que sabes que hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

Insistes tanto en tu afirmación según la cual el hombre moderado es el verdadero dueño de sí mismo y el más apto para evitar que las pasiones se impongan sobre la razón. No se requiere de mucho talento o filosofía para comprender cuando un hombre es falso o hipócrita, y Venezuela, desgraciadamente, ha sabido desenmascarar a muchos de sus líderes, que infieles a sus promesas, sólo han vivido su egoísmo.

Si se expresa con acierto y valentía el drama que nos mantiene en suplicio, habremos hecho algo en favor de su difusión para posibles soluciones.  Quizá la palabra no salva, pero el silencio condena, y si algún dominio del lenguaje posees, quizá eso hará hace posible una mayor eficacia del mensaje sobre el lector.

El drama político y social del país se trasciende a sí mismo para convertirse, gracias al poder del lenguaje, en tragedia universal.

Por lo que llevo dicho, no faltará quien nos llame iluso, soñador, habida cuenta del gobierno que hoy manda en nuestro país, ese mismo que nos acogota y nos hace pensar a diario (casi nos convence) que nos lleva a un despeñadero, cuesta abajo como dice el tango llorón, al día de hoy, por más de veinte largos años.

Pero es mejor esto –pensamos– a no hacer ni sugerir nada en este triste momento que vive la patria, donde la política –al parecer– cada día gana más detractores. De allí la necesidad de reivindicarla.

Y si la democracia implica rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento, yo sé que estarás allí conmigo, diciéndole conscientes de ella, que debemos ejercerla y defenderla y sostenerla y conocer las ventajas que tiene sobre otros sistemas de gobierno.

No se concibe la democracia sin partidos políticos; el hombre por naturaleza es un animal político. La expresión Zoon Politikón, como se sabe, se le atribuye al griego Aristóteles, quien lo menciona en el Libro I de Política. Si nos apoyamos en la traducción literal, su significado es: animal político. Aquí rescatamos el concepto aristotélico en su dimensión socio-política.

Según él, el sabihondo griego, los seres humanos primero se unieron para reproducirse, luego crearon aldeas con «maestros naturales», capaces de gobernar, y «esclavos naturales», utilizados por su fuerza de trabajo. Finalmente, varias aldeas se han unido para formar una ciudad-estado.

Hoy en Venezuela conviene distinguir muy bien esos conceptos: Estado, Gobierno y Nación, porque precisamente los que hoy nos mandan, pues aquí no se gobierna, los confunden de tal modo que se creen y se sienten dueños, magnates y señores de todo un país que otrora fue ejemplo de una nación con economía pujante, industria petrolera sólida y bien administrada, y ejemplo de modelo político para sus vecinos y más allá.

Quiero creer que el país no se cae a pedazos. Si esa fuera la percepción, procuraría negarla con todo empeño y con la férrea voluntad democrática y libertaria que nos ha caracterizado en muchas etapas de nuestra historia republicana. No es la negación como escape, sino como canto de esperanza ante tanta barbaridad y peste rojas, así el desasosiego que ella genera.

El país puede ser recuperado, y ello solo está en manos de quienes pensamos y soñamos con uno donde impere el respeto por las libertades públicas, de los derechos humanos y –nunca cansará decirlo- por la aceptación del contrario o adversario político, y el decoro en el manejo de las arcas del Estado.

Por mi parte, y la tuya que sé que me acompaña como mi sombra, sigo con mi terco afán de querer mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio. Ese país mejor al cual tenemos tú y yo razones de aspirar y derecho de aspirar y soñar esa patria con


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