“Nuestra pobreza es nuestra riqueza”, afirmó Carlos Canache Mata en el acto que se celebró en su honor el 17 de julio pasado por su larga y ejemplar vida política. El mismo fue organizado por la Asociación de Parlamentarios Jubilados. Esta frase dice lo que es Canache: un político que ha hecho de la probidad una norma de vida. Esto es inherente a un selecto grupo de políticos de la era civil, que no se aprovechó de los cargos que ocupaba ni del poder que detentaba para enriquecerse o favorecer a amigos y familiares.

En su discurso, Canache Mata hizo referencias autobiográficas, narró su relación personal con Rómulo Gallegos, la importancia de la figura parlamentaria de Andrés Eloy Blanco, el respeto por los acuerdos políticos que nacieron del Pacto de Puntofijo y, para concluir, hizo algunas reflexiones políticas. Explicó que estudió Medicina en la Universidad Central de Venezuela para complacer los deseos de su madre. Luego, estudió Derecho en la Universidad Santa María porque, en un debate en el Parlamento, Pedro Pablo Aguilar (amistosamente) le recriminó que hablaba de un asunto jurídico sin ser abogado.

Importa resaltar la fuerza moral de las palabras de Canache, en vista de que quien hablaba es el epítome del político probo; característica de la histórica primera dirigencia adeca que contribuyó a la consolidación de la democracia. Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios, Andrés Eloy Blanco, Luis Augusto Dubuc, Augusto Malavé Villalba, Antonio Leidenz, Octavio Lepage, entre otros, fueron adecos de sólida fibra ética. A esta ristra se pueden sumar otras figuras de la época: Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Ramón J. Velasquez como referencia de los líderes que, más allá de las posiciones ideológicas, representaban la probidad en el ejercicio de la función pública. Esta circunstancia le imprimió respetabilidad ante las Fuerzas Armadas de la época. La autoridad moral es un valor fundamental de la vida política.

La separación de la política de los negocios y del ejercicio profesional es un sacrificio necesario. Quien ejerce el cargo de parlamentario debe separarse totalmente de cualquier actividad comercial que ejerza para evitar conflictos de interés. Pese a que Canache dispone de dos títulos universitarios, médico y abogado, ejerció una profesión sin título: la política. Por otra parte, la práctica de la abogacía es incompatible con la actividad parlamentaria por las ventajas que daría a un parlamentario desdoblado en litigante. Esta fue una de las acusaciones más severas contra las llamadas “tribus judiciales”, integradas por dirigentes políticos con intereses profesionales. Canache, hay que insistir, dedicó su vida exclusivamente a la política; de ahí la fuerza expansiva de la frase que inicia este artículo.

El acto al que me refiero sirvió igualmente para presentar el libro del historiador Eduardo Morales Gil, titulado Autobiografía imaginaria de Andrés Eloy Blanco, el poeta del pueblo. Morales habló en el homenaje y explicó que esta obra fue publicada gracias al apoyo brindado por el ministro para la Cultura, Ernesto Villegas. Desde luego debe celebrarse que el régimen muestre señales de amplitud; aunque pienso que Andrés Eloy Blanco pasa el examen de los revolucionarios. Si se hubiese tratado de una obra sobre Rómulo Betancourt o Raúl Leoni, posiblemente, otra habría sido la respuesta. En todo caso, el libro fue publicado y eso hay que celebrarlo.

En el homenaje estuvieron presentes las distintas tendencias intelectuales y políticas del país; asistieron Virginia Betancourt, Luisana Leoni, Sonia y Carolina Pérez Rodríguez, hijas de los presidentes adecos, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Carlos Andrés Pérez, respectivamente. Esto representó el apoyo de la llamada “familia adeca” a Canache Mata, por haber sido durante largo tiempo un dirigente nacional relevante de AD, al ocupar los cargos siguientes: jefe de la fracción parlamentaria, secretario nacional de organización, secretario general nacional y presidente del partido. Este hecho y la variedad política de los asistentes evocan el sentido de amplitud y tolerancia que caracterizó la vida política nacional en la época de la democracia civil. Fue un acto que reivindica el espíritu de unidad, lo que es necesario en cualquier estrategia política. No en balde, Rómulo Betancourt hablaba del “sentimiento cainita” para referirse a esa vocación de fractura en la lucha política muy presente entre nosotros, y en buena parte causante de la tragedia nacional. Actos unitarios como este apuntan a estimular y destacar la relevancia de las alianzas que permitieron derrotar la amenaza de Fidel Castro contra la democracia venezolana. Esto siempre hay que recordarlo.

El acto organizado por la Asociación de Parlamentarios Jubilados sirvió de acicate para reivindicar los valores de la democracia. Fue un momento para que la clase política reconociera, como se merece, a un hombre de inmensa riqueza moral y política.

 


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