Hacer de Venezuela una gigantesca cárcel es la aviesa disposición de Maduro, aprovechándose, diabólicamente, de la pandemia del COVID-19 que se suma a la hilera de enfermedades que han venido acosando a los venezolanos. No desconocemos que la mecánica de la cuarentena se ha utilizado en todos los países donde se han verificado brotes de ese virus que se ha llevado miles de vidas. Lo que ocurre en Venezuela es que Maduro y sus grupos represivos convierten esa cuarentena en una táctica para acorralar a la gente, para perseguir a los disidentes y prorrogarse en la usurpación de los poderes públicos.

Es cierto que gobiernos responsables se han visto compelidos por la pandemia que nos ocupa a imponer medidas de confinamiento. Pero también esos gobiernos garantizan que los ciudadanos, en sus respectivos países, puedan solventar sus necesidades elementales. La realidad en nuestro caso venezolano es la excepción. En Venezuela la gente cuestiona que el régimen cambia de método según lo que le convenga. De allí que se han dado episodios risibles pero indignantes a la vez. Eso de decretar cuarentena una semana y la siguiente no es, además de absurdo, reprochable por donde se le mire.

Más deplorable es que las familias son obligadas a encerrarse en viviendas adonde no llega agua potable y en las que tampoco tienen servicio de electricidad continuo, porque los apagones son de una frecuencia que casi convierte en permanente la oscurana. Para cocinar no hay suficiente suministro de gas doméstico, amén de que los alimentos son escasos y nadie puede prevenir la adquisición de medicamentos elementales porque igualmente la escasez en ese rubro es también general.

Por eso la conclusión es que más que una cuarentena con fines preventivos ante la amenaza de la pandemia, lo que busca Maduro es tener encarcelada a miles de familias venezolanas. Se dan casos inocultables de pobladas que se han rebelado ante semejante cuadro de necesidades básicas y por tal motivo la ciudadanía sale a las calles a ver cómo se resuelven para atender las carencias del día a día.

Mientras ese es el cuadro del drama nacional, Maduro anuncia “elecciones” parlamentarias para diciembre. Más cinismo no puede haber. Esa es la prueba de que no reparan en lo que pueda padecer un niño o un adulto como víctimas potenciales de ese virus, sin poder esconder que la hambruna es generalizada y la mortandad que causa la delincuencia es cada día más alarmante. El más reciente informe de la Organización Mundial de la Salud indica que la malaria abarca en Venezuela un espectro descomunal, con 51% de los casos de la región concentrados en territorio venezolano. Ustedes se podrán imaginar los estragos que esta pandemia de la malaria, sumada al COVID-19, harán en nuestra población. El colapso de los centros hospitalarios es definitivo y Maduro encierra a la gente en sus casas, no para curarlos o ahorrarles el contagio del virus, sino para que no protesten y se resignen a morir silenciosamente.

Maduro no tiene cómo remediar esa tragedia que engendraron. Lo que sí hace con desparpajo es meter preso al que proteste o al que lo critique, porque opinar libremente es parte del pasado en una Venezuela donde opinar es un delito contra la revolución.

Mientras tanto, la ciudadanía resiste con una hidalguía admirable. Esa dignidad nos hace sentir optimistas, porque sabemos que jamás se rendirán. Esa persistencia es la que hará posible que realmente, más temprano que tarde, esa tiranía se derrumbe para que sobre sus restos resurja la democracia venezolana.


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